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jueves, 8 de mayo de 2014

MARILYN MONROE DIOSA DEL SEXO


Por Leonardo Parrini

Se cumplen 50 años sin Marilyn. Y mucho de los mitos que rodearon su vida personal y profesional, siguen siendo una interrogante sin respuesta. Secretos a voces celosamente guardados y relacionados con la vida sexual de Marilyn Monroe, y su intimidad con sus esposos y amantes, son detalles que salen a la luz pública recogidos por el libro La diosa del sexo, del español Luis Gasca.

La vida sexual de Norma Jean Baker comienza a los nueve años, violada por un pariente y continúa luego, como símbolo erótico de su generación en calendarios y películas. Hablar de Norma Jean o Marilyn Monroe, es hablar de un estereotipo de mujer objeto alimentado por una cultura hedónica, como si tal fuera la única función femenina. Relegada al plano de cosificación erótica como elemento de deseo, Marilyn encarnó la funcionalización de la genitalidad, el objeto del deseo de varias generaciones.

¿Existe correspondencia entre la iconografía sexual y la vida íntima de la diosa del cine norteamericano? La respuesta es afirmativa, según el relato del libro, que narra los secretos de alcoba de la diva del cine. Marilyn representa en el imaginario universal la figura rotunda, persistente devoradora y devorada de una mujer de ensueño. La fémina de carne trémula, inocente y procaz que anticipo su belleza a su inteligencia, que sí la tuvo, pero que nunca fue objeto interesante para sus productores como su opulento cuerpo, según queda demostrado en su filmografía. La ley de la selva hollywoodense dictó un decreto inapelable: no tiene importancia si es o no una comedianta formidable; ante una mujer así, qué importaba enterarse de que, a las órdenes de Billy Wilder, su productor-amante repitió una escena hasta las náuseas, o de que había seguido cursos de interpretación en el Actor´s Studio.

Como una Eva sin paraíso, Marilyn fue algunas veces expulsada del edén del cine, cuando por muy íntimos motivos rechazó el acoso sexual de sus productores. Así tuvo que acomodarse al perfil de rubia tonta, de alto voltaje erótico, objeto de deseo de directores, actores y tramoyistas que preferían una escena de sexo en la vida real a cambio de una malograda escena en la pantalla que luego sería cortada por el editor.

Esa diosa del sexo, sin cielo ni paraíso, elevada a los altares del mercantilismo hollywoodense, tendría que resignarse al rol del script escrito para ella: labios oferentes, movimientos abrochados a la inexorable cadencia del deseo, un sugestivo entrecerrar de ojos de adorable miope que, en la distancia de los sueños, se transfiguraba en invitación a todas las fantasías, rubia platino porque así es, según Anita Loos, como las preferimos los caballeros, con ceñidas faldas que convertían su aliño indumentario en acuciante escaparate de una desnudez casi tangible...

La Monroe pervive en la trastienda del Camelot kennedyano y deja con su mutis que el torvo pájaro de la tragedia se pose en su epitafio: un suicidio salpicado de incertidumbres no aclaradas que elevó la temperatura mítica de su trayectoria y que enriqueció su estela de rubia malquerida con una dimensión dramática que no tuvo en vida casi ninguno de sus papeles, si exceptuamos el postrero, el que interpretó en «Vidas rebeldes», dirigida por John Huston y con guión de Arthur Miller, el último de sus maridos.

Marilyn  feminista

En los años noventa, a tres décadas de su muerte por sobredosis de barbitúricos ocurrida la mañana del 5 de agosto de 1962, una “tercera corriente” del feminismo estadounidense fomentó la idea de que la diosa del sexo había sido una especie de referente feminista de su generación. Esta tentativa bajo la idea de que “demostrar su sexualidad había sido una experiencia liberadora, no degradante, ya que les dio un autoconocimiento de la realidad de una mujer dentro de la sociedad y el poder de empezar a tomar decisiones propias”. La interrogante obvia es si la célebre actriz cambió la actitud del mundo hacia las mujeres, o éstas fueron distintas a partir de su ejemplo vital. 

Según sus biógrafos algunos episodios y conductas de su vida son de claro estirpe feminista. El rebelde proceso de autoformación, su persistente lucha contra las imposiciones masculinas de productores, actores y magnates de la industria por imponerle conductas sexuales, incluido abusos en su infancia que denunció sin temor ni favor. Una altisonante auto revelación que, sin duda, dio pábulo al movimiento feminista de los años setenta. Marilyn no encasilla en la etiqueta feminista, sin embargo su actitud libre y liberadora de hembra sojuzgada y emancipada trágicamente, simboliza aquella postura de la mujer que reivindica sus derechos reproductivos a ultranza.

Todo por un papel

Poco o nada dicen sus biógrafos de su afición a la lectura -de hecho vivió obsesionada con los libros de Dostoievski- rasgo de personalidad que, unido a su extraordinaria belleza, la convirtieron en pastel apetecible de escritores, presidentes, actores y magnates. En ese universo del cine regentado por hombres, su poder sexual fue, sin duda, su mejor arma de sobrevivencia. Un poder que no la exime de haberse suicidado en la gélida soledad de los barbitúricos al no lograr un reconocimiento como persona cabal, más allá de su estereotipado simbolismo carnal. Su vida íntima está marcada por la provocación hedónica, que desencadena la violación a los nueve años a manos de un pariente, como una aterradora respuesta que inspiraba en aquellos a los que negaba el placer voluntario de su cuerpo. 

Nada se dijo nunca de la lucha que Marilyn mantuvo entre su instinto maternal y la cruel realidad del mundo del espectáculo, que comenzó prematuramente con tórridas sesiones de fotografía para calendarios en estudios de fotógrafos desconocidos, a cambio de un flirteo ocasional que costaba lo que cuesta un mísero plato de comida. Luego vendrían las pruebas cinematográficas en blanco y negro, sin sonido, puesto que no importaba su parlamento, sino su cuerpo.

Sus biógrafos afirman que “se acuesta con productores para mantenerse en los estudios FOX. Se mezcla con actores, sin renombre, que convierte en amantes ocasionales –entre ellos, Errol Flynn y Andre de Diennes- a los que solo pedía “fuesen tiernos y delicados, si eso les hacía felices ¿por qué no? No me herían. Me gustan los hombres que sonríen”. Sus relaciones con Howard Hughes “famoso por su promiscuidad sexual”, le ayudó a trepar posiciones en la industria del cine como recomendada a Ben Lyon de la Fox, puerta de entrada al despacho del jefe Darryl Zanuck, última palabra para una prueba de cámara que nadie valoraba finalmente, escribe Sheila Graham en sus memorias. Su primer papel en la pantalla no aparece en sus biografías, porque la escena nunca fue incluida en la película.

Podía pasar sin comer, pero lo más importante era conseguir un papel en algún film, confesaría en una oportunidad Marilyn. Se relaciona con Joseph Schenck magnate de la industria del cine y fundador de la Fox, que luego funde con la Twentieth Century. Este “creador de estrellas” convierte a Marilyn en una de las favoritas de su harem. “Siempre me han atraído los hombres maduros -confesaría años después Monroe-, porque los jóvenes no tienen cerebro, sólo quieren ligar. Se ponen cachondos porque soy actriz. Los hombres mayores son más gentiles y saben más y han intentado ayudarme”. Con esa perentoria necesidad de sobrevivir convertida en filosofía de vida, Marilyn, es para el escritor James Bacon, “la chica vivaracha, frívola, alegre y provocativa, profundamente divertida y ágil en sus frases llenas de doble sentido. Tenía una forma de comportarse que hacía que los hombres se derritiesen y cada uno se sitiera como si fuera el único hombre de su vida. Pocas mujeres tienen esa cualidad.”

Pero sus dotes físicos no siempre fueron su llave para entrar al mundo del cine, también le abrió la puerta de salida. Marilyn se hace amante de Tommy Zahan que sale oficialmente con la hija del gran jefe Darryl Zanuck. Ella es la amiguita. Los descubren y la expulsan de la Fox. Acto seguido, fracasa en Columbia antes de recibir un papel en la película Nacida Ayer, que tenía un rol ideal para Marilyn. Desaparece por unos meses  de circulación. Cae en depresión ya no quiere trabajar como modelo, tiene 22 años y está más bella que nunca. Canta en un bar junto al pianista, Antón Lavey de 18 años que convierte en su amante. “Era sexualmente pasiva, calienta pollas, que adoraba ser ojeada con admiración por los hombres, pero no quería atenciones más apremiantes”, revela el músico.

Su vida marital no fue menos tormentosa. Marilyn Monroe se casa en segundas nupcias “con el gordito Bob Slatzer su novio y confidente de toda la vida”. Los estudios la obligan a disolver el matrimonio. Arthur Miller, el escrito que se convierte en su tercer y último marido, declaro: No dormía, cada noche era presa de terrores inconfesables. Tenía un sueño recurrente corría desnuda entre tumbas. Así eran sus noches, una angustiosa huida sin salida. Miller confesó que dormir era su demonio, la preocupación fundamental de su vida. Marilyn dijo, al respecto, en tono de sorna: yo entiendo a Goya y el me enriende a mí, veo fantasmas y monstruos cada noche. Amaba el teléfono y pasaba largas horas colgada del auricular. La noche que su corazón solitario sucumbió a los efectos de los tranquilizantes, Marilyn iba a ser una llamada, nunca se supo a quién. Ernesto Cardenal, el poeta trapense que escribió su Oración por Marilyn, dejó escrito como epitafio: Señor, A quien quiera que iba a llamar contesta tú el teléfono…

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