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domingo, 31 de marzo de 2013

EL PADRINO Y LAS NARCO NOVELAS


Por Leonardo Parrini
  
El retorno a las pantallas quiteñas del filme El Padrino, (EE.UU 1972), dirigida por Francis Ford Coppola, está por confirmar si aquello que la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa, tiene o no asidero en el cine. Regresa cargada de augurios "como la mejor película de la historia del cine" –todo indica que puede estar entre las dos mejores, junto a Amarcord de Fellini-, el filme El Padrino, basado en la novela homónima de Mario Puzo, se proyecta como reminiscencia de un tiempo de grandes realizaciones cinematográficas, la década de los setenta; y de una época de auge y decadencia de la sociedad norteamericana, los años treinta. Una época cuando los gánster vestían con tal elegancia, como para asistir a veladas de placer, violencia y muerte cada día. En medio del glamour de aquella época de entreguerras emergía la impenetrable sociedad secreta de la Cosa Nostra, la mafia -de origen italiano y auge norteamericano-, a la que sólo accedían los elegidos por heredad familiar y se mantenían de capos a sangre y fuego.

El Padrino, encarnado en la soberbia actuación de Marlon Brando, narra la historia de Don Vito Corleone, jefe de una de las cinco familias que ejercen el mando de la Cosa Nostra en Nueva York en los años 40. El filme, galardonado con de tres premios Oscar, cuenta que Don Corleone con cuatro hijos, Connie, y tres varones, Santino, Michael y Freddie, (interpretados, por Al Pacino, James Caan, John Cazale, Robert Duvall, Diane Keaton,) busca heredar el poder al hijo mayor, al que envía exiliado a Las Vegas, dada su incapacidad para asumir puestos de mando en la "Familia". Como un monarca absoluto, Don Vito reina con derecho de vida y muerte sobre un auténtico ejército de guardaespaldas, sicarios, contables, sin olvidar a su propia familia. Otro capo de las fracciones mafiosas, Sollozzo, intenta asesinar a Corleone porque el Padrino rechaza intervenir en el negocio de estupefacientes. Allí estalla una cruenta lucha de violentos episodios entre los distintos grupos de la mafia.

¿Por qué retorna El Padrino?

El Padrino retorna cuando la mafia actual dista mucho de ser la organización elegante, jerárquica y férreamente unida en el ámbito familiar, profundamente católica que gobernó los principales negocios turbios norteamericanos del siglo XX. Hoy los grupos o carteles no tienen el estilo, el glamour de antaño. Sus hombres y mujeres surgen del bajo fondo y, si trepan al poder, no alcanzan el otro nivel que se requiere para liderar la sociedad con abolengo.

Esa otra mafia, sin linaje, está en otro negocio, el narcotráfico, lucrativamente superior al bussines de licor clandestino en épocas de ley seca o de prostitutas para ejecutivos y hombres de empresas. Hoy el billete está en la venta de drogas y la diversión en las prepago y licores de exclusivas etiquetas. No hay que confundir trabajo con placer. Ese mundo de poder vulgar, venido a menos en valores, es el que reflejan, como una sórdida caricatura, las narco novelas colombianas y mexicanas. Una historia de la tragedia, repetida como farsa en la pantalla chica.

El Padrino viene a recordar que el mundo del hampa puede ser más glamoroso que la chabacana trama de putas pre pago, sicarios de mala muerte y vendedores de drogas. Las narco novelas, a diferencia de El Padrino, muestran en descarada apología el negocio del narco tráfico, aunque traten de vestir la pantalla de una falsa ética. Habría que investigar si no son una forma de lavar dinero proveniente del propio negocio de las drogas. Dos pájaros de un tiro: blanqueo la cuenta bancaria y la consciencia.

En Colombia las narco novelas como El Capo, Sin tetas no hay Paraíso, Las muñecas de la mafia, entre otras, están de regreso, ya cansaron a la teleaudiencia y, por lo mismo, las exportaron a Ecuador. Así lo resaltaron voces críticas en el debate sobre el tema llevado a cabo en la Universidad Javeriana. El rector, padre Joaquín Sánchez, al abrir el foro señaló que “la academia, la industria televisiva y las autoridades de la televisión se sentaron a analizar este fenómeno, ante la alarma de importantes sectores de opinión por el hecho de que el melodrama tradicional y la ficción han sido desplazados, y las pantallas se han ido llenando de delincuentes, criminales, capos y prepagos, sin que se sepa cuál es el efecto de esos programas en las audiencias infantiles y juveniles”.

En el debate, los defensores del género narco televisivo como Martha Bossio, autora de La mala hierba, argumentan que hay que aceptar que la televisión es un negocio, una industria y por tanto tiene derecho a realizar sus productos. Para una mayoría critica, las narco novelas son “la aceptación de una vida de crímenes, prostitución traquetismo y escasez de valores, que se promueve todos los días, a través de la pantalla chica”. Del otro lado del debate, aduciendo que estas producciones reflejan y documentan parte del actual conflicto colombiano, están apostados quienes ven éste como "un tema que toca con la libertad de expresión y el derecho de los ciudadanos a recibir información".

Saturadas las pantallas de las narco novelas, la crítica denuncia “la tal apología del dinero fácil, del traquetismo y de las prepagos” aduciendo que el crimen termina mal en el sórdido mundo del narcotráfico y afines. Así, “Los capos, terminan capados. Los traquetos, trapeados. Los lavaperros, enchandados. Las prepago, “putiadas”. No queda títere con cabeza. Todos terminan quebrados, arruinados, encarcelados, deportados, enfermos o tirados en una alcantarilla cuando no picados con sevicia y perversidad”.

Hoy El Padrino, trascendiendo en la posmodernidad, regresa a la capital ecuatoriana para mostrarnos una tramoya de la vida de un tiempo, -que no ha cambiado mucho en nuestros tiempos- en que “los gangsters eran gentes que se hacían a sí mismos, que progresaban desde lo más bajo, que luchaban contra circunstancias injustas y se sobreponían a las peores situaciones provocadas por guerras, crisis, políticas…”. Una trama que reitera lo que ya nos han dicho antes: que el mundo hay que treparlo, a como dé lugar, para ser alguien en este libre albedrio capitalista, donde el self-made man, el sujeto auto construido sobre los escombros de los demás, es el héroe de una historia en que “el bandido, el ladrón, han sido en muchos momentos símbolos de libertad, una libertad muy reivindicada por la sociedad americana siempre”, convertida hoy en la perversión del sueño americano, el revés del mundo que nos queda por construir.    

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