Por Juan J. Paz y Miño Cepeda
La prensa escrita nace con “Primicias de la Cultura de Quito” (1792). En el siglo XIX abundan los periódicos nacionales y provinciales. En ellos predominaban las cuestiones ideológicas y el enfrentamiento entre liberales y conservadores. La prensa comercial surge prácticamente a inicios del siglo XX. La radio, desde los años veinte del pasado siglo. La televisión, desde los sesenta. El Internet tiene una década. De manera que cuando se retornó a la democracia en 1979, tras una década de dictaduras militares “petroleras”, el Ecuador contaba con un amplio aparato de medios de comunicación. La sucesión de gobiernos constitucionales a partir de 1979 ha ido acompañada de la inevitable influencia política que adquirieron los medios de comunicación, más allá de la simple información, que se supone es lo que “la prensa” hace en forma exclusiva.
Debido a esa situación, las relaciones entre los gobiernos y “la prensa” ha seguido el rumbo de la propia dinamia del país. Nadie puede escapar a ello. Gracias a la prensa se pudo salvar el proceso de retorno al orden constitucional que el sector “golpista” del triunvirato militar (1976-1979) quiso impedir. La prensa ha jugado un papel importantísimo de información en todos los procesos electorales. Pero también se han producido alineaciones políticas expresas. Hubo medios perfectamente identificados con León Febres Cordero (1984-1988). Un periódico quiteño abiertamente se pronunció por el voto y el triunfo de Rodrigo Borja en la campaña (1988-1992). Sixto Durán Ballén (1992-1996) se quejaba de las “críticas infundadas” de la prensa. En las décadas de los ochenta y noventa, un amplio espectro de editorialistas y analistas de los más grandes medios, se volcaron a favor del modelo aperturista, las privatizaciones, la flexibilidad laboral y el retiro del Estado, que defendían como “modernización” deseable.
Desde 1979, no ha existido otra época más atentatoria contra la prensa nacional que la que se vivió bajo el gobierno de León Febres Cordero, con persecuciones, clausura de medios, atentados contra periodistas. Y el país vivió una época de temor, violaciones constitucionales y de derechos humanos. Hubo mucho silencio para denunciarlo. La experiencia histórica de la fase constitucional debería servir a los ecuatorianos para reconocer que “la prensa” no es inocua. No permanece ajena a los acontecimientos. Y que se ha alineado a favor o en contra de los gobiernos sucedidos desde 1979, según los intereses económicos y sociales a los que los medios han respondido. Ha quedado bastante atrás la época de aquellos periodistas comprometidos, que hicieron de la buena información y el servicio al país, su causa de vida personal. La UNP y el Colegio de Periodistas tienen ejemplos ilustres sobre ello.
De manera que cuando se habla de “prensa libre” hay que tener cuidado. Porque es preciso defender toda prensa, cualquiera sea su óptica y posición. Pero eso no significa desconocer que hoy también existe prensa que toma partido y defiende causas privadas propias. La ciudadanía tiene derecho a exigir la responsabilidad de este tipo de prensa.
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