Por Juan Paz y
Miño
El paso de los
años ha demostrado que los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en
América Latina tienen tres fuerzas esencialmente "enemigas": los altos
empresarios y capas adineradas de la población, en nada dispuestas
a cambios sociales que impliquen afectar sus intereses, poder y posición
clasista; una serie de medios de comunicación privados hoy abiertamente
identificados con la oposición y que libran a diario una sistemática batalla ideológica
y cultural con sus editoriales, análisis, informaciones y desinformaciones; y
el imperialismo que representa al capital transnacional y a las potencias
hegemónicas, que nunca han admitido los ‘modelos’ económicos de tales gobiernos
y peor aún sus posiciones nacionalistas, soberanas y defensoras de la dignidad
nacional.
Esa trilogía de
fuerzas se prepara a retomar el control directo del Estado a través de
políticos y partidos capaces de representarla y triunfar por la vía electoral
y, sin duda, amenaza con dar fin al ciclo histórico de los gobiernos
progresistas. La restauración conservadora o derechista en sus manos se siente
victoriosa con el triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, espera un
éxito similar en Venezuela y confía en acabar con la Revolución Ciudadana en
las elecciones de 2017.
También hay otra
fuerza de oposición que, aunque menos poderosa que las tres señaladas, tiene
sus propias lógicas políticas. En Ecuador se agruparon en la ‘Unidad
Plurinacional de las Izquierdas’, que en las elecciones nacionales de febrero
de 2013 apenas obtuvo el 3% de la votación. Allí convergieron partidos y
políticos de la izquierda tradicional (algunos innegablemente provenientes de
la ‘partidocracia’), dirigentes y sectores indígenas y de trabajadores, así
como otros movimientos sociales minoritarios. Las izquierdas identificadas con
estos sectores se proclaman anticapitalistas, críticas, independientes,
revolucionarias e incluso marxistas.
Sin embargo,
bajo las condiciones contemporáneas de América Latina, cuando los procesos
electorales han sido reconocidos como fuente de soberanía y de democracia,
estos sectores no han sido capaces de generar una alternativa de poder que
logre legitimidad, así como amplio y definitivo apoyo ciudadano. En tales circunstancias
confían en que su tradicional ‘lucha’ con activismo, agitación, movilización y
toma de calles les ofrezca un prometedor futuro político, porque adquieren
notoriedad mediática y lucen autenticidad ‘popular’ y radicalidad
‘anticorreísta’.
Pero después del
triunfo electoral de Macri en Argentina, en América Latina adquirió inmediata
dimensión la pregunta sobre el papel y la responsabilidad que ese tipo de
fuerzas de la oposición izquierdista tiene en la reconstitución de las derechas
y en la interrupción del ciclo de gobiernos progresistas y de nueva izquierda.
Porque ante su incapacidad para ofrecer alternativas, las derechas
restauradoras, como ocurre en Ecuador, han pasado a aprovecharse de sus
argumentos, posiciones y hasta movilizaciones, a las que aplauden y
promocionan.
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