Por Leonardo Parrini
Dime con quién chateas y te
diré quién eres. Esta máxima que evoca la expresión de nuestros abuelos -dime con quién andas y te diré quién eres-,
parece no importarle a Juan que pasa la mayor parte del día conectado con sus
amigos en Facebook. Juan, a sus trece años de edad, forma parte del ejército de
adolescentes facebookeros, -entre 14 y 19 años-, que inician el día abriendo su
perfil de la red social en el Smartphone que dejaron la noche anterior en el velador
como artefacto de cabecera.
En Ecuador,
cerca del 98% de adolescentes que están sobre la franja de los 12 años tiene
una cuenta en Facebook. Así lo demostraron los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida
realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) en octubre
de 2014. El hábito de Juan responde al 37% de una conducta cotidiana entre los jóvenes
de permanecer atrapados en la red “más popular”, que alberga a 1.350 millones de usuarios en el
planeta. Su comportamiento se inscribe en la tendencia ecuatoriana de ser los
muchachos más asiduos al Facebook de Latinoamérica, entre países como Costa
Rica, Colombia, Ecuador, Argentina, Chile, Perú y España. En Ecuador la
penetración de otras redes sociales como Snapchat, Vine y Tumblr es casi
mínima, y el Twitter es utilizado por los usuarios para buscar información y dar
a conocer ideas o acciones. A la hora de oír música, prefieren Spotify –en
Argentina, Chile, Costa Rica y España-, mientras que en Ecuador usan,
preferentemente, YouTube en sus audiciones musicales.
Los adolescentes
suelen ser “coleccionistas de momentos” -afirman expertos-, su memoria es
Google y el fenómeno Instagram les permite desarrollar una “memoria anticipada”
de aquellas experiencias que luego vivirán en la foto. El vertiginoso
crecimiento de las redes sociales en el país resulta exponencial, y la razón
responde a que los ecuatorianos son personas inmersas en el elevado consumo
virtual provocado por la migración tecnológica.
Tras el muro
Lo que Juan
ignora es que Facebook controla sus movimientos en la red con fines comerciales.
El universo de 5 mil amigos, como máximo permitido en la red, es una limitante para sus propósitos de
ilimitada popularidad, pero esto no le preocupa. Que sus amigos virtuales sean
meros contactos archivados en un servidor, le tiene sin cuidado. Tampoco parece
importarle que marcas y empresas -incluyendo medios de comunicación-, rastreen a
los teens como target apetecido e “indescifrables
objetos de deseo”. Y no le quita el sueño que sus sueños y realidades publicadas
en Facebook sean conocidas por quienes buscan vender sus productos, y
convertirlo en parte de “tribus afines”
y atraparlo como influencers de sus propuestas.
Tampoco sabe Juan
que cada vez que clickea el botón me
gusta, ese simple gesto queda guardado y monitorizado en alguna parte de la
arquitectura de la red social, como un enorme reservorio de información privada
de millones de usuarios. Los analistas sostienen que “debajo de los datos que
proporcionamos -gratuitamente- hay un búnker de información demasiado seductor
como para pasar de largo. Facebook constituye una enorme fuente de datos para investigadores
académicos, tanto dentro como fuera de la empresa, que les permite engrosar el
negoció de la red social que en el año 2013, ascendió a 2.509 millones de
dólares. Facebook dispone de su propio centro de investigación “para recolectar
y analizar los datos de usuario, según asegura The Washington Post. Con toda la información que le damos a
Facebook un analista es capaz de extraer completos perfiles psicológicos a un
nivel de profundidad como nunca se ha hecho antes, afirma el diario
norteamericano. La información disponible en Facebook es incontable y de
diversos contenidos, incluso discriminatorios. La prensa internacional se ha hecho
eco de denuncias contra la red y ha afirmado que en determinados grupos se
puede leer mensajes atentatorios contra los derechos y la dignidad de las
personas. Estos mensajes no son debidamente tamizados por la red y son
publicados como argumentos excluyentes, ya sea por motivos raciales,
religiosos, de sexo, nacionalidad o de pertenencia a determinado grupo social,
según publicó el diario español La
Vanguardia.
Lo que más llama
la atención, no es la convocatoria virtual con propósitos discriminatorios,
sino la cantidad de información personal que los usuarios suben y que no
desaparece de los servidores. Este hecho hizo reaccionar el pasado mes de
septiembre al presidente Obama en los EE.UU, tierra natal de Facebook, quien
hizo un llamado a tener “cuidado con lo
que suben a Facebook. Hagan lo que hagan, eso se va a desenterrar en momentos
posteriores de vida". Facebook hace cambios y se amolda a las nuevas
necesidades motivadas por las denuncias contra la red. Recientemente introdujo
una simplificación de los sistemas de control sobre el grado de privacidad del
internauta, pero éstas “aun no satisfacen del todo a grupos ciudadanos
preocupados por la exposición de datos”.
Un nuevo día se
inicia para Juan. Su Smartphone activa la alarma. Este día el joven permanecerá
encantado por el modo de comunicarse virtualmente con el mundo. Este es el primer día del
resto de su vida atrapado en la red hasta que, -como en un cuento de hadas-, se
rompa el hechizo del encantamiento. Y, Juan enrede, inexorablemente, en la red
vestigios de su identidad violentada.
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