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domingo, 18 de octubre de 2015

RETRATO DEL TECNÓCRATA NEOLIBERAL

Por Abdón Ubidia
A Dahik y a los Mauricios

Ahora que los neoliberales, cual vampiros, salen de su noche luego años de silencio forzado, con los colmillos más afilados que nunca y la sed de sangre premurosa, vale la pena recordar lo que escribimos una vez para retratarlos bien. Resucitaron a propósito de la actual crisis económica provocada por la caída de los precios del petróleo. Naomi Klein en su Doctrina del shock (de obligada lectura) enseña que los mejores negocios se hacen con los desastres. Cuando hay angustia: ¡invierte capitalista!, ironiza. De allí nace la idea de privatizar gasolineras y fundar las APPs, retorcido nombre de esas casas para subastar, a precio de regalo como siempre  ocurrió en “la larga noche neoliberal”, los bienes públicos de America Latina.

Empresarios cegados por la ambición y de la mano de ministras y ministros (Cely y cía.), que creyeron que ya habían dado un “golpe de estado” empresarial, forzaron la reaparición de los viejos tecnócratas: Dahik y Pozo, por ejemplo.

Los años no han cambiado al tecnócrata neoliberal. ¿Cómo es él?

Automático, locuaz, imperturbable, asoma en las pantallas de la televisión, seguro, firme en su verdad implacable. No duda. Afirma. Es el que sabe. El tecnócrata neoliberal es su sola imagen. Producto del incesto (porque su parentesco es íntimo) de la cultura de masas y el llamado capitalismo tardío, cumple el papel de defensor y vocero oficial de los más poderosos. No importa cuál sea el absurdo que ellos esgriman ni el atraco que planifiquen (la última crisis bancaria, por caso), el tecnócrata los explicará con razones técnicas y cifras escogidas de antemano.

Yuppie o deportivo, adusto o risueño, caballero de algodón o dama de hierro, el tecnócrata sabe que su porvenir depende de que logre "vender" su imagen de obsecuente servidor y conocedor de procesos que él llama irreversibles pero que, en los hechos, benefician a los ricos y perjudican a los pobres, la tan decantada "globalización", por ejemplo. Es el que sabe.

Su imagen depende de su palabra. Habla, luego existe. Nunca debe callarse. Nunca debe dejar de hablar. Si se calla muere, como Scherezade, la heroína de las Mil y una noches. De allí su programada convicción y su vehemencia. De allí el uso y abuso de términos de sentido oscuro y tecnicismos novedosos. Es el que sabe.

Porque, aparte de su seguridad y su vehemencia; aparte de su misión de explicador oficial de las verdades oficiales de banqueros y corruptos, actúa también  como proveedor ideológico de nuevos productos "macroeconómicos". Neoliberal, modernizador, privatizador y, ahora, dolarizador a ultranza, creerá ciegamente en el mercado porque él mismo es, a un tiempo, mercader y mercancía.

¿En qué consiste esa mercancía? Pues en la ilusión. El tecnócrata es un vendedor de ilusiones. Su capital es el futuro. La ilusión del futuro. Cualquier pretexto es válido, cualquier tema le será rentable: la bonanza eterna, la eficiencia, el acuerdo con el FMI, cualquier cosa. Lo importante es salvar el presente inmediato, cueste lo que cueste. Esa es su paradoja. Vende el futuro cuando su única verdad es el presente puntual. Mercancía, al fin, sabe que lo que hoy vale mucho, mañana puede no valer nada. Cualquier pequeño error le significará luego el exilio, un juicio penal o, al menos, un prudente alejamiento de la escena pública. Tiene que actuar de modo rápido. Es el demiurgo de las urgencias. "Mientras más pronto, mejor", es su divisa. De allí que advierta siempre acerca de los terribles peligros que nos acechan si se demoran las medidas drásticas que siempre recomienda. De allí también el empleo de su arsenal de metáforas manidas: el estado obeso, el enfermo terminal, la solución quirúrgica.

Es el que sabe. Pero ¿Qué sabe el tecnócrata? Sabe lo que le enseñaron. Eso y nada más. Si viene de la clase alta o, más aún, si viene de la clase media -la única clase social que se odia a sí misma-, (posgraduado muchas veces gracias a una beca pública, en centros universitarios ad hoc), nunca cuestionará ese saber porque en tal sometimiento radica su entero porvenir. No le pidamos al tecnócrata que piense en otra cosa que la que le enseñaron. Esa será su matriz de pensamiento. Su único cristal para mirar el mundo. Los demás no importan. La inseguridad social y el desempleo tampoco. La violencia consiguiente, no cuenta. No ha sido programado para eso. El está hecho para vender verdades preestablecidas. Si los perdedores serán muchos, qué mejor, pues los ganadores serán muy pocos. Y él entre ellos. Así no le importará a quién sirva ni qué defienda. Imagen viva de la corrupción modernizada, venderá su alma y su patria sin escrúpulo alguno. Es el que sabe.

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