Por Iván Egüez
El Premio Eugenio Espejo, que es el reconocimiento a la trayectoria de una vida entregada a la cultura, las artes o las ciencias, dejó de ser vitalicio. Su equivalente es la tercera parte de lo que ha sabido ganar un fantasma en Yachay en un mes. Hay confusión y se lavan las manos entre algunas instancias del Estado.
El Premio Eugenio Espejo, que es el reconocimiento a la trayectoria de una vida entregada a la cultura, las artes o las ciencias, dejó de ser vitalicio. Su equivalente es la tercera parte de lo que ha sabido ganar un fantasma en Yachay en un mes. Hay confusión y se lavan las manos entre algunas instancias del Estado.
Es que no hay
una política cultural, la prueba es que una de las vicepresidentas de la
Asamblea pegó su foto en los carteles de propaganda para que los jóvenes
guayaquileños asistan a una conferencia de un señor mexicano por la que dicen
se ha pagado el importe de varios premios Espejo. (No importa qué entidades
públicas pusieron los fondos).
Según un atento
enciclopedista, el mexicano da conferencias sobre psicología, sexualidad y
superación personal. Es miembro del Opus Dei, cosa que explica por qué sus
libros son obligatorios en primaria y secundaria de algunas escuelas privadas
(en México y Guayaquil) y por qué algunos de ellos se cuentan entre los más
leídos por los alumnos.
Nos permitimos
transcribir un párrafo de su libro Juventud en éxtasis 2: “La autoestimulación
excesiva suele crear en el adolescente el reflejo de la eyaculación precoz que
afectara su vida conyugal posterior. El vicio de la masturbación es difícil de
erradicar. No fomenta hogares sólidos ni relaciones conyugales armoniosas”.
Si en tiempos de
penuria económica, sobre todo de penuria cultural, no saben qué hacer, si no
hay un ministerio rector de actividades culturales financiadas con fondos
públicos, ¿por qué no se ahorran una cuantas decenas de millones y suprimen un
ministerio que no sirve para mayor cosa?
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