Por Pablo Salgado Jácome
Es una imagen que conmueve, que irrita, indigna y avergüenza. Y refleja el gran fracaso de la humanidad. Aylan, un niño sirio de apenas tres años de edad apareció ahogado en una playa de Turquía. Su pequeño cuerpo tirado en la arena, boca abajo, como negándose a mirar un mundo deshumanizado; un mundo que olvidó la solidaridad y se dedicó a levantar muros y barreras. La única opción de vida del pequeño Aylan era la muerte. Es lo único que Europa, y el mundo, pudieron ofrecerle.
Es una imagen que conmueve, que irrita, indigna y avergüenza. Y refleja el gran fracaso de la humanidad. Aylan, un niño sirio de apenas tres años de edad apareció ahogado en una playa de Turquía. Su pequeño cuerpo tirado en la arena, boca abajo, como negándose a mirar un mundo deshumanizado; un mundo que olvidó la solidaridad y se dedicó a levantar muros y barreras. La única opción de vida del pequeño Aylan era la muerte. Es lo único que Europa, y el mundo, pudieron ofrecerle.
A diario, miles y miles de hombres y mujeres mueren huyendo;
mueren en el camino, intentando dejar atrás la miseria, la guerra, el hambre.
Miles y miles de hombres y mujeres que se
quedaron sin lugar, sin esperanza, sin destino. Miles y miles de hombres y mujeres que lo
perdieron todo y sus vidas -para Europa, para el mundo- no valen nada.
El mundo está lleno de balseros, de refugiados, de migrantes. Es
mas, todos lo somos. Europa ha sido incapaz de ofrecer una salida digna y sus
autoridades solo defienden los intereses más mezquinos. Los mismos intereses
que provocan las guerras económicas y religiosas. Los mismos intereses que han
saqueado a la humanidad y la han convertido en un reguero de muerte, orfandad y
desolación.
Una imagen, la de Aylan boca abajo, ahogado, en las arenas de la
playa, es tan conmovedora que ha sensibilizado a ciertos sectores sociales y a
miles de ciudadanos que, como en Budapest, se han indignado y han salido a las
calles a exigir que a los refugiados se los trate como personas, se los reciba
y se les permita (vaya perversa paradoja) una oportunidad de vida. Y esa imagen
–y la presión ciudadana- han obligado a los “líderes” europeos (entiéndase
presidentes de gobierno) a recibir a los migrantes y a destinar recursos para
recibirlos. Pero no se atreven a asumir la crisis migratoria en sus orígenes,
en sus causas. Por ello, seguirán las
oleadas de miles de ciudadanos en búsqueda de paz, trabajo y alimento. Hemos
cruzado la línea roja de lo humanamente
permitido. A diario miles de personas naufragan y los mares seguirán llenándose
de cadáveres.
Lo mismo sucede en nuestro continente, miles de hombres y mujeres,
sobre todo jóvenes intentar cruzar la frontera, por México, para llegar a
Estados Unidos. Y en ese intento lo arriesgan todo. En el caso ecuatoriano, un
programa de televisión de la propia Cancillería reveló que los coyoteros y las
bandas de traficantes continúan operando en la zona del Austro. Centenares de
jóvenes, pagando miles de dólares, emprenden el camino de la supuesta tierra
prometida.
Viajan en las peores condiciones y con falsas promesas. Las
mujeres, en verdad niñas -según testimonios del mismo programa- son violadas
una y otra vez, en cada paso de frontera. Y todos lo sabemos, pero callamos. Y
para vergüenza nuestra, los niños y niñas ahora viajan solos. Los abuelos pagan
y los menores viajan. Sucede a diario y
lo que es peor, ya ni siquiera nos conmueve.
En otra frontera, Colombia-Venezuela, también se ha producido otro
éxodo. Esta vez forzado. Está bien -y
Venezuela tiene todo el derecho- combatir a las mafias del narcotráfico, de la
especulación y a los paramilitares, pero no a costa del sacrifico de centenares
de personas inocentes, de niños y ancianos, que fueron violentamente despojados
de su hogares y lugares.
Ecuador es también destino de miles de desplazados de Colombia (también
de Cuba e incluso de Haití) que, en su mayoría, han sido recibidos con
generosidad y se han insertado en la vida cotidiana. Y acceden, en buena hora,
a servicios de salud, educación y tienen opciones laborales. Ecuador no ha creado un solo campo de
refugiados y es, en este punto, un ejemplo para el mundo.
NI Aylan, ni su hermano Galip, ni su madre Rehan, pudieron llegar
a la isla griega de Kos. Murieron en el intento. El mundo los ignoró. Solo querían encontrar
la paz. Solo anhelaban vivir con dignidad. En ese naufragio, también sucumbe la
humanidad. En verdad, naufragamos todos.
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