Por Abdón Ubidia
Libro
electrónico (e-book) versus libro en papel
Un libro no sólo es un libro.
Más allá de su forma física, o del
formato que adopte, un libro es un pacto de entendimiento entre autor y lector.
Mejor, entre el lector que lo descifra y el autor que, previamente (quizá
siglos o milenios atrás), lo escribió. Un libro es un debate. Un espacio de
reflexión. Un hábito. En los tiempos modernos, es una ceremonia solitaria. Se
lee en soledad. Se escribe en soledad.
Un libro es un rito. Si juntas tu soledad a la de quien lo escribió ya
no estás solo.
No importa si el soporte del
libro sea papiro, papel o pantalla: sólo si une lector a autor, sólo si se
produce esa “unión dual”, el libro estará completo. Un libro es su escritura y
su lectura. Es su escritor y su lector. Solo así, un libro es un libro es un
libro. Papiro, papel o pantalla, sólo son medios. Un libro electrónico, un e-book, sólo es uno más de los soportes posibles
de un libro.
Medios
versus mensajes
Un libro es una promesa en el tiempo. Enlaza el pasado
y el presente. El presente y el futuro. Todo libro es, en el principio,
pretérito puro: es la huella de lo que ya fue, de su escritura, del trabajo
paciente de su autor, acaso ya convertido en polvo y ceniza. El lector lo
completará en el futuro. Lo hará presente. Un libro escrito y no leído no es un
libro. La lectura lo convalida. No hay libro sin autor. Pero tampoco sin
lector. La Odisea, el Antiguo testamento, Don Quijote, Madame Bovary, Cien años
de soledad, eternos como son, volverán al presente y se proyectarán en el
futuro gracias al papel, la hoja Braille, la pantalla, el formato e-book, o
cualquier otro medio que aún no podemos sino entrever en la imaginación. Lo
importante no será el medio. Será el mensaje. El medio no es el mensaje.
Imagen
versus texto
En las tres últimas décadas,
muchos proclamaron la victoria de la imagen por sobre el texto. Se llegó a
decir que el texto ya no era necesario porque la imagen lo decía todo. Se dijo
que los niños iniciados en los medios audiovisuales, llenas sus miradas de
posters, logotipos, fotografías, cine, televisión, dibujos animados y efectos
especiales, ya no admitirían el texto, es decir su lectura. Según esos
agoreros, la hora del texto había dado paso a la hora de la imagen. El culto a
la imagen se había vuelto ideología: la ideología de la imagen. Aquello
repercutió hasta en los nuevos formatos de los medios escritos: las revistas se
volvieron vitrinas, los periódicos privilegiaron el diseño, los grandes
espacios ilustrados y las fotos.
En verdad, la pugna texto-imagen
es antigua. Aunque en el principio no fue así. Pues nadie puede decir si los
dibujos rupestres de Altamira, 15.000 años antes de Cristo, eran imágenes puras o signos rudimentarios.
La primera escritura, hecha de muescas grabadas en tablillas, 11 milenios
después, sí redujo la imagen al solo signo.
Siglos más tarde hubo de todo: druidas que prohibieron la escritura, iconoclastas que hicieron lo mismo pero con
las imágenes y, en el siglo XX, la pantalla de cine y luego la de la televisión
proclamaron el reinado de la imagen. La victoria fue vendida como definitiva,
sin reparar que incluso el cine juntaba a la imagen, un discurso sonoro y un
discurso específicamente literario, es decir, textual.
Sin embargo, la propia tecnología
dio un viraje imprevisto: primero el fax y luego la computadora y el correo
electrónico, pusieron, de nuevo, en primer plano al texto. Y nunca se ha
escrito y leído tanto como hoy.
¿Qué significa la aparición, en
estas circunstancias, del libro electrónico? Hay que reconocerlo bien: es el
asalto del texto a la pantalla. La toma del reino de la imagen por el texto. El
e-book, no amenaza el libro. Todo lo contrario, lo prolonga y propaga, más allá
de él, en otro medio, hasta hace poco, hostil y enemigo. Vistas las cosas así: un e-book es sólo un libro.
Oralidad versus escritura
En el principio fue el verbo.
Pero el verbo oral. La escritura vino muchos milenios después. Las tabletas de
arcilla nacieron 4000 años antes de Cristo, entre el Tigris y el Éufrates (justamente en la región asolada y tomada ya
por los bárbaros de Bush). Luego vinieron: el papiro egipcio, los rollos
hebreos y romanos, los códices latinos y cristianos, los manuscritos del medioevo,
los primeros libros artesanales del siglo XII. Pero, asombrémonos, todos esos
textos estaban diseñados para ser leídos en voz alta. La escritura no había
sido hecha para matar la oralidad sino para reforzarla. Incluso esos textos
fueron escritos, dictándolos a los escribas, en voz alta. La lectura silenciosa
fue un descubrimiento tardío2, un simple modo de leer que asombró a
San Agustín y que mucho más de un milenio después habría de imponerse. La
prueba es que, hasta el siglo once, la escritura era continua, pues solo el
lector oral separaba las palabras al decirlas.
La lectura silenciosa es un
hábito de la soledad. De la individualidad y el individualismo. La oralidad, en
cambio es conjunta, es gregaria. Necesita más de uno para que tenga sentido
pleno. Es un placer compartido que tiende a perderse, como las propias
tradiciones orales. ¿Por qué, luego del teléfono, de la radio, de los sistemas
de grabación, de los grandes avances de la industria del sonido, no disfrutamos
con mayor frecuencia del texto escrito
dicho en voz alta? Por una razón. Porque en esta civilización avara sólo el
ahorro de tiempo es rentable. La enajenación de la velocidad, que tan
profundamente, denuncian Virilio y Kundera, no pone ningún énfasis en la
recuperación del placer de la lectura oral que es tan viejo como la propia
civilización. Qué fácil sería, por ejemplo, disponer de una biblio-discoteca
que guarde la obra emblemática de los autores más importantes de la actualidad,
grabada en el formato MP3 que, hoy por hoy, sin mayores alardes técnicos, nos
permite tener más de cien canciones en un solo CD. De hecho, hay e-books que
tienen una opción para que la propia máquina nos lea textos con su voz
electrónica, pero esa opción más bien está pensada para el uso de ciertos
discapacitados. Reclamémosle, pues, a la
tecnología, más lugar para el libro oral.
Texto versus hipertexto
El hipertexto es una estrategia de aprendizaje que la computadora, el
disco compacto y el Internet han vuelto posible. En los últimos diez años se
han desarrollado técnicas eficaces para manejarlo bien. Consiste en una manera
“no lineal” de ahondar en un tema principal, con enlaces que lo amplían o
explican según el consultor o alumno lo quiera o necesite. Si la lectura o
escritura nos imponen un orden “lineal” de conocimiento, el hipertexto, según
sus adictos, permite un acceso multidimensional,
conforme al modelo del propio cerebro humano. Como el Internet permite
desviarnos de una lectura principal
(objetivo de búsqueda lo llama
Emilia Ferreiro), gracias a links o conexiones con sitios web de muy diversas
disciplinas, cada consultor escogerá, pues, su ruta de navegación, integrando
cada apartado, “lexia”, bolo, o ciclo de
información cerrada”, como los llaman los expertos, a esa lectura principal u
objeto de búsqueda. Con lo cual, cada lector será, a su manera, el autor de sus
hipertextos.
Existe, claro, la posibilidad de
liberarse de esa idea principal u objeto de búsqueda y armar un propio
“rizoma”, para usar la expresión de Deleuze y Guattari3, que permita
conectar o hacer reenvíos entre todos los puntos del hipertexto, o, como quiere
Derrida, desplazarse siempre hacia lo marginal y descentralizado.
Sin descartar la posibilidad de
que luego se inventen formas de una literatura “hipertextual” (de hecho, las
novelas virtuales que circulan en Internet ya tienen algo de eso), en la que el
autor o los autores (activos o interactivos) anticipen los rumbos que seguirían
los lectores, es de suponer que las grandes obras de la literatura universal
seguirán “linealmente” inalteradas, tal y como Cervantes, Proust, García
Márquez, etc., las escribieron y concibieron; linealidad, por cierto, apenas
aparente, porque, más allá del medio de expresión, el cerebro humano, y por eso
es posible la literatura, convalidará lo leído, como ha sido siempre, redimensionándolo gracias a la inimitable gran pantalla multidimensional de su imaginación.
De modo que, bienvenida la
hipertextualidad, siempre y cuando no se fetichice y no se vuelva pasto de los
tecnócratas charlatanes, como por desgracia ha ocurrido con los avances
tecnológicos, ofertados siempre como fines y no como medios; una suerte de
piedras filosofales que según ellos, mientras dura el hechizo de lo nuevo, y
mientras es posible ofertarlo como mercancía, prometerá siempre la redención
del mundo.
Bienvenido el e-book, que nunca
reemplazará al libro en papel, porque le falta materialidad, sensorialidad,
sensualidad, pero que lo acompaña de buena manera; bienvenido el libro oral o
sonoro que nos obligará a buscar tiempo libre para disfrutarlo; bienvenido el
cine que nos hizo creer el infundio de que los días del libro estaban contados;
bienvenido el mail que nos volvió a todos escritores apresurados; bienvenido el
chat y los humildes mensajes de amor que se mal escriben en los celulares;
bienvenido el hipertexto y sus libertades e ilusiones; bienvenido todo lo que
vendrá luego: el libro y el cine holográficos, el nanochip que nos permitirá,
en el siglo XXII, tener insertadas en nuestros cerebros todas las bibliotecas
del mundo, bienvenidos los libros telepáticos, adeneicos y fractales del futuro.
Bienvenido todo aquello que jamás
reemplazará lo que Barthes, Humberto Eco, Harold Bloom y Carlos Monsiváis
proclaman como irremplazable: la lectura como placer y goce. La simple fruición
de recorrer las páginas de un libro, de subrayarlo, anotarlo, debatir con él y,
de vez en cuando, cursilería latina obliga, encontrar una flor reseca entre sus
páginas.
Estoy de acuerdo... creo que no habrá reemplazo. Todas aquellas tecnologías serán colaboradoras de la lectura del libro impreso.
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