Fotografía Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini
Un amanecer luminoso en la ciudad del Puyo, lo observé imponente desde la ventana del apartamento. A la distancia el volcán Sangay se
mostraba, como pocas veces, con su cono perfecto despejado, sin la niebla que
da el nombre a la capital de la provincia de Pastaza. Mi primera impresión fue de embeleso, genuina emoción ante la belleza del estrato volcán más austral del Ecuador y
uno de los más activos del mundo. A cientos de kilómetros del volcán empuñé mi cámara con un teleobjetivo de 300 milímetros y retraté el
Sangay que se yergue majestuoso en la vecina provincia de Morona Santiago,
cumpliendo un viejo anhelo de fotógrafo viajero. La fotografía lograda acompaña este reportaje como una sublime muestra de la presencia del Sangay en el Ecuador amazónico y telúrico, coronado de extrañas fumarolas y nubes danzantes sobre su mitico cráter.
Sangay proviene de la voz
shuar Samkay que denota espanto, o la acción de espantar. Y
en honor a su nombre ancestral, el Sangay ha permanecido activo por más de
siete décadas; pero contrariamente, lo hace atrayendo el espíritu aventurero de
quienes visitan la ciudad de Macas, localizada a 30 kilómetros de sus faldas.
La altura de los tres cráteres
que coronan el cono cilíndrico del Sangay, a 5.320 metros s.n.m., explica
las nieves eternas que lo engalanan en el corazón tórrido de la selva, donde
germina el bosque tropical húmedo. Este volcán se encuentra enclavado en la
Amazonía ecuatoriana entre las estribaciones de la Cordillera Oriental andina.
Desde allí vigila la región y ejerce un freático dominio de fuego, vapor y
ceniza sobre la jungla. Desde tiempos remotos el Sangay moldea con flujos
piroclásticos emergidos de su fragua interior, la trilogía de cráteres menores
ubicados en el anillo del cráter principal de 100 metros de diámetro.
Los vulcanólogos dicen que
el Sangay es un volcán estromboliano, lo
que quiere decir que se caracteriza por erupciones explosivas,
separadas por periodos de calma de extensión variable. ¡Vaya capricho telúrico!
El magma del Sangay es denso e intenso en ácidos, con gran contenido de gases
inflamables y explosivos que reaccionan en contacto con el aire. En este
proceso intervienen en el foco del volcán, sustancias y materias derivadas de
los hidrocarburos.
El otro apelativo del
Sangay es que es un estratovolcán, es
decir, cónico y de gran altura con un edificio compuesto de piroclastos
alternantes, formado en épocas eruptivas de lava fluida y ceniza y lahares de
fuego. Debido a su geoposición sobre territorio rico en petróleo, el Sangay
arroja lava ácida y viscosa, abundante en sílice, que se enfría y petrifica
antes de avanzar un tramo importante en la selva. Este rasgo de su
comportamiento lo hace amistoso a las comunidades y pueblos indígenas
amazónicos que lo rodean.
No obstante, nativos shuar y mestizos
macabeos que habitan el territorio de la provincia de Morona Santiago son
testigos de las erupciones explosivas e intermitentes de los tres cráteres del
Sangay al que bautizaron Samkay, por
su espíritu violento. Solitario
en medio de la selva, el Sangay es amo y señor de la Amazonía poblada por
pueblos de cultura ancestral y que se habituaron a convivir con el coloso que,
según dicen, no presenta un peligro mayor.
La flora de la comarca que rodea al Sangay es rica en especies de
alisos, chuquiraguas, pumamaqui, licopodios, gencianas, achupallas y pajonal, además,
una gran variedad de orquídeas y bromelias. En un habitat de gran biodiversidad
conviven animales adaptados a la exuberante y dura vida selvática, como el loro
de páramo, oso de anteojos, danta, oso hormiguero, pumas, venados y aves como patos,
curiquingue y el cóndor.
En épocas pasadas la esencia incandescente del Sangay alcanzó los ríos
Upano y Palora y modificó el paisaje de una comarca de extraordinaria belleza. Sus habitantes, descendientes de la Pachamama, saben del regazo de este entorno agreste
y tenaz, como la fuerza que moldea el carácter de su gente. Arútam, el espíritu
de la selva que domina estos parajes y rige la vida de los hijos de la madre
tierra, habita en cascadas próximas al Sangay. No sería extraño que en las
entrañas fecundas de fuego y ceniza del volcán, el dios Shuar se nutra del vigor y la sabiduría
con que reina la jungla indómita.
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