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sábado, 4 de julio de 2015

EL PAÍS QUE RECIBE A FRANCISCO


Foto El Comercio
Por Leonardo Parrini

Ecuador ya cambió, dice la pancarta colgada en la fachada de un edificio junto al logotipo de fractales multicolores que identifica la presencia del Estado en oficinas públicas. Más allá de que la frase nos guste o se convierta en otra afirmación emanada de la creatividad de algún publicista, cabe una pregunta de rigor: ¿Y en qué sentido el país cambió?

Los noticieros de la televisión y las crónicas de prensa, día a día muestran la imagen de un país similar al pasado. Convulsionado cuando gobernaban políticos financiados por banqueros vinculados a los medios de comunicación, convertidos en caja de resonancia de un territorio donde imperaba la corrupción y la injusticia a todo nivel. El país de Manuelito decíamos, para referirnos al territorio del odio y la frustración, donde el ineficiente cobraba coima para ser un poco menos inepto. El país del golpismo que en menos de una década cambió cuatro presidentes en golpes de Estado constitucionales. Un país sin ética ni moral pública o privada, que vivía la venganza como forma de hacer justicia por mano propia.

El país de la política ampulosa, embustera y demagógica. El país de los cenicerazos en el Congreso y de las invitaciones públicas a mear al contrincante. El país vergonzoso de la represión violenta y el crimen de Estado que cobró víctimas inocentes, como los niños Restrepo. El país del feriado bancario en el peor atraco perpetrado a miles de ahorristas que confiaron en un sistema financiero que los estafó con la anuencia del Estado. El país del pasado que añora una oposición envalentonada que hoy recurre a las viejas prácticas de la violencia física y verbal. El Ecuador que anhelan quienes se la juegan por el contubernio golpista a la luz del día, auspiciado por funcionarios atornillados por más de dos décadas en cargos públicos y que subsisten parapetados en sus feudos regionales.  

El Ecuador no ha cambiado para los políticos responsables de la miseria e inequidad que nos heredaron. El país no ha cambiado para garroteros a sueldo, -traídos de Venezuela,- a crear el caos en las calles y golpear a policías que tienen la misión de impedir la escalada de violencia. Un clima que forma parte de la estrategia de políticos que se valen de una turba que pretende ingresar al Palacio de Gobierno con claras intenciones golpistas. Ese país quieren mostrar al Papa Francisco y conseguir una frase del prelado en contra del régimen para reproducirla en los medios que desprestigian al Estado. Ese es el Ecuador que propician políticos sin vigencia, fenecidos y revividos por el odio a un Gobierno que ostenta ocho triunfos electorales. Políticos que vienen del fracaso en la partidocracia por traicionar sus principios. Ambiciosos de figurar y trepar al poder para enriquecerse y favorecer a sus compinches en ingentes negocios perpetrados con viejas mañas. Políticos que pierden la credibilidad y prestigio, porque se pasan de la oposición a la sedición.  

Contra esos políticos, Rafael Correa se propuso cambiar el país de Manuelito. Acaso lo haya conseguido en menor intensidad de lo que proclama la frase colgada en el edificio público. Quizá para muchos ecuatorianos el cambio no sea perceptible, porque no se los convocó debidamente. Es posible que no se hayan apropiado de trasformaciones revolucionarias, más fáciles de negar que de admitir, y que están a vista y paciencia de todos. Acaso Correa en su tentativa de cambiar al Ecuador, esté llamado a sucumbir en el intento. Y su destino sea convertirse en el presidente mártir, después de vivir su vida en un infierno, mientras nos prometía un paraíso, como dice Lucre Maldonado. Llamar al diálogo sin un poder de convocatoria alternativo, puede ser una ingenuidad que muestra la buena fe del régimen pero también sus flancos débiles. Llamar al concenso en democracia con golpistas en las calles, significa no controlar con efectividad lo que está en marcha en el país. Llamar al entendimiento, mientras entre bambalinas sucede la tramoya de la sedición en marcha, puede ser un error fatal.

Correa que sinceró la política y desenmascaró a los fariseos que dejó sin piso y sin techo de vidrio, ahora quieren hacerlo pagar caro el costo de su cruzada transformadora. El corrupto que bailaba en los proscenios se vuelve impoluto para criticar la moral del régimen. El banquero que estafó al país desde su oficina financiera, se vuelve austero para denunciar presuntos bienes presidenciales. El violento intemperante clama paz, en su reducto edilicio porteño. El vocinglero presentador de la tele, se vuelve todavía más locuaz para interpelar al Mandatario.

El país de Manuelito pareciera seguir intacto, pese a la frase colgada en el edifico público. El Ecuador que anhelan mostrar al Papa quienes orquestan el caos y auguran el desastre, es otro y es el mismo. Los fariseos que se golpearán el pecho de hinojos ante el Pontífice, deberán confesar el pecado social de la miseria, la corrupción y la injusticia que heredaron al país que se esfuerza por convertirse en una nación distinta. Mientras las mayorías se resistan a la manipulación de las elites, no podrá imponerse el demérito por sobre el sentido común de los ecuatorianos. Es hora de escuchar la voz del pueblo que con su natural inteligencia, impedirá la vuelta perversa al país de Manuelito.

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