Por Leonardo
Parrini
La pregunta
clásica que solemos hacer los periodistas a quienes queremos perfilar en su
semblanza profesional, es inquirir cuándo sintió el llamado de su vocación y descubrió
que sería tal o cual cosa en la vida. Y hacemos la pregunta a ciertos
personajes, como si todos los seres humanos estuvieran llamados a escuchar su
voz interior, la vocación, y acaso ésta existe. Claro, cuando nos preguntan a
quemarropa eludimos la respuesta fija y específica.
No nos gusta revelar que somos producto de varias fuentes y diversas vidas y
experiencias. Preferimos dejar abierto un campo por donde transitar sin cortapisas
ni salvoconducto profesional, sin título de especialidad alguna, para dar cuenta
de todo como testigos de cargo.
Evocando días de
descubrimientos y revelaciones, recuerdo que de niño animaba personajes
ficticios atribuyéndoles palabras, sentimientos, ideas y actitudes. Prolijamente
diseñaba escenarios con figuras de papel recortadas que iluminaba con una pequeña
linterna, en un balbuceo en ciernes de una producción audiovisual. Con los años adquirí la manía de llevar un diario, una bitácora cotidiana donde
registraba circunstancias periódicas, ideas, anécdotas e imprecaciones. Fui
forjando ese testimonial consuetudinario, al punto de vivir un guión
preestablecido en lugar de hacer una crónica de vida. Y ahí nacía mi primera
disyuntiva: ¿la vida es un acontecer o un deber ser?
Comencé narrando
la vida en imágenes, con la cámara fotográfica en la mano y una idea de
contarlo todo en la cabeza. Inspirado en la vieja creencia de que la fotografía
cuenta historias, impregnaba en celuloide todo aquello que resultaba ser
relevante a mis ojos de fotógrafo aficionado, es decir, amante de las imágenes
atrapadas furtivamente. Fui registrando escenas cotidianas de la gente haciendo
su trabajo, jugando, caminando por las calles, gritando en un sitio público.
Capté sus rostros expresivos e inexpresivos sorprendidos, sin previo aviso, por
la lente de mi cámara réflex. En ese momento componía la imagen fotográfica con
un ojo puesto en la realidad y otro en mi conciencia, con la convicción de que
la fotografía era mitad historia descubierta, mitad ficción recreada. Al paso
de los años, desde septiembre de 1973, la dictadura pinochetista me obligó a un
trabajo clandestino de denuncia y de anuncios, de ofensivas y defensivas vitales
bajo el clima de terror imperante en Chile. Me acerqué a los desvalidos, perseguidos
o silenciados, a los marginados y torturados y compartí con ellos un espacio en
publicaciones clandestinas impresas en mimeógrafo.
En Ecuador definí
mi situación como un vocero en el exilio. Hasta que un colega me dijo: hazte
periodista en verdad, e ingresé a la Universidad Central. En las aulas oí
diversas opiniones acerca del oficio, cuyo pilar era la famosa trilogía
aristotélica de quién dice, qué dice y a quién lo dice; el emisor, mensaje y
perceptor. Aprendimos a no creer en la imparcialidad, sino como un acto de narrar
tal cual sucedieron los hechos, con la contaminación propia de la pasión y la
convicción, con la decisión de buscar la verdad. Compartimos la idea de que ”soñar
con un periodista imparcial es como soñar con mentes desencarnadas, sin pasado
y sin prejuicios, que serían capaces de observar, como una cámara digital, lo
que ocurre en este mundo. Lo cual, como sabemos, es imposible”.
Tempranamente
combatimos esa afirmación de Antonio Caño de “estar al margen de las causas políticas, al margen de todas las causas”. Si bien es
cierto que “los periodistas de investigación no son policías, ni fiscales, ni
auditores -como afirma Geannina Segnini-, no ejercen el periodismo para
resolver homicidios, ni para probar delitos o desfalcos. El periodismo de
investigación busca probar y revelar hechos de interés público que alguien
pretende mantener ocultos”.
Estamos
convencidos de que hay que contar formando conciencia y de manera amena,
interesante y suscitadora; creo que nuestra labor es persuadir, más allá de
informar, entretener o educar, como pretendieron inculcarnos en las escuelas de
periodismo. En ello invertimos tiempo en el uso de recursos como investigar con
un método de indagación de la realidad, proveniente de las ciencias sociales, o
del propio periodismo. La entrevista, el manejo de fuentes, la observación de
campo, la investigación bibliográfica, etc.,
son herramientas de nuestro trabajo cotidiano. No obstante, la actitud
es vital en esta profesión: Seguir causas por las cuales inmolarse, apoyar
actitudes, criterios ideas sentimientos humanizadores, justos, reveladores de
un mundo mejor. Y ese seguimiento tiene que ver con el proceso de cómo evolucionan
las noticias en desarrollo.
Nos hemos
definido como francotiradores en la red de la era digital. Eso implica creer en la
investigación, la reflexión, la información y en la opinión periodística como
fases de un mismo meollo. Eso da lugar a una actividad que es criticada por
considerarse intrusa, que se inmiscuye en todo y habla de todo. Creemos, sin
embargo, que sí es posible hablar de varias cosas a la vez, bajo un método, un procedimiento
organizado y sistemático. Nuestra especialidad es la variedad con profundidad,
oportunidad y proyección futura. Infodiversidad, término acuñado en el camino,
significa contraste de fuentes en que los propios hechos verifican la opinión
de las fuentes y las fuentes se confrontan entre sí.
El periodismo profesional es un proceso de producción simbólica en el que interviene un profesional
procesador de la materia prima obtenida en las fuentes, una herramienta de transformación
de ese material primario y la elaboración de un producto final que llega a un
consumidor. Este es un proceso más asimilado a la economía que a la creación
estética o literaria, pero que se asemeja a la actividad creacional como un
proceso similar al de producir cualquier otro producto de consumo masivo.
En esa tentativa
el estilo juega un rol individualizado como la manera de contar, con bemoles
propios en un tono de atmósfera íntima, con luces y sombras proyectadas en un
sello personal. El estilo es a la postre un asunto de tesitura, timbre de voz, afinación
y de armonía individual. No obstante, enamorarse del estilo propio es peligroso,
como afirma Leila Guerriero. Pero más peligroso es asumir
imposturas ajenas. No somos mercenarios ni muñecos de ventrílocuos, tampoco
oráculos ni jueces o sumos sacerdotes. Somos indagadores, contadores y
formadores de opinión. Oímos y contamos la voz de la gente y nuestra propia voz
interior. Nuestra vocación de servicio es una actitud, un instinto de compartir
lo que sabemos para generar la reacción colectiva, emocional y racional. Si
quieres vender una idea, vístela de persona, dice un principio básico de la
comunicación. En esa tentativa humanizadora, es preciso no confundir el medio
con el fin. El fin consiste en movilizar a la gente, los medios son todos los recursos
válidos para informar, persuadir y motivar. Una verdad simple señala que “no se
puede ser, al mismo tiempo, periodista y asesor de prensa del alcalde”. Por
antonomasia, suscribimos una tarea esencial: Nuestra principal función social
como periodistas es evitar el abuso de los que tienen el poder, como sugiere
Jorge Ramos.
Alcanzamos los
doscientos mil lectores en nuestra revista digital LAPALABRABIERTA. No sólo
contactos o visitas, como alegaba un experto en márketing digital. No somos una
página pornográfica de apertura vertiginosa, ni un video clip de YouTube de
visita fugaz. Somos un blog de lectura consciente, una revista digital con
diversos contenidos que reclaman concentración y dedicación del lector. Decimos
las cosas por su nombre, sin anonimatos en forma directa y sin ambages. Nuestra
impronta es sincera y comprometida, sin eludir nuestra posición frente a la
vida. Somos una palabra abierta, es decir, sin tapujos, dobleces, ni
cerraduras. Somos una palabra plural, convocamos a diversos talentos reflexivos.
Nos motivan doscientos mil lectores reales alcanzados y millones de lectores
potenciales por alcanzar. Queremos ser parte de una congregación y un
peregrinaje colectivo de travesía social. Nos inspiran los grandes temas y las grandes
historias. Creemos en un periodismo responsable con el público y consigo mismo. Junto a Gabriel Celaya decimos, a propósito de nuestra creación periodística: Maldigo la palabra concebida como un lujo
cultural por los neutrales que lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo de quien no toma partido hasta mancharse. No es un bello producto. No
es un fruto perfecto. Es lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos
en el cielo, y en la tierra son actos.
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