Por Leonaro Parrini
Vivimos en un
territorio yermo, huérfanos de voces influyentes. Desarraigados de las ideas que incuben un condumio de verdades irrefutables. Baldío
asoma nuestro país, como infructuosa es la región latinoamericana, en
luminarias de la razón por estos tiempos. Ciertamente, tampoco es pan de cada día
la presencia de intelectuales de influencia en la toma de decisiones del
continente sudamericano. A diferencia de lo que consideran ciertos oficiantes
del periodismo, o que algunos opinadores -en prensa y televisión- se distraigan
pensando lo contrario, prima la supina pobreza en los espacios de trivialización consuetudinaria de la
realidad social. El political
show de la llamada “civilización del espectáculo”, es moneda común. Miseria
transable en un juego de abalorios insustanciales que llena páginas, pantallas y alimenta
el lobby de cocteles organizados, entre gallos y medianoche, para concertar contubernios
y embustes a la orden del día. ¿Dónde están los editoriales enjundiosos,
orientadores que, manejando categorías de análisis, echen luz sobre la opacidad
intelectual de nuestro medio?
Ecuador padece
del síndrome que Gabriel Zaid llama “el papel de los intelectuales”, esa
especie en extinción que opina “periódicamente
sobre asuntos de interés público -con énfasis en política económica- y es
atendida por las élites. Si no le hacen caso los poderosos, nuestro hombre no
es más que un inconducente opinador, un cantamañanas de página editorial: un
inane profeta, un tertuliano”. Y de ellos está llena la viña del señor. Atrás
quedaron los días del influjo intelectual del brasilero Fernando Enrique
Cardoso, citado por moros y cristianos desde los años sesenta como exponente de
la “celebérrima teoría de la dependencia económica”, que subrayaba
desigualdades existentes entre el centro desarrollado y la periferia marginada,
como una realidad perversamente contrastada del planeta. Tan potente fue la reseña
cardosiana, que el propio Eduardo Galeano en su texto Las Venas Abiertas de América Latina, vuelve la mirada agitadora y
persuasiva para develar la tramoya de aquello que vivíamos cotidianamente, “la historia
del pillaje, los mecanismos del saqueo imperial”. Este “relato convincente de
la experiencia local”, ejerce poderoso influjo puesto que, según Tony Judt, “como nadie más parece ofrecer una
estrategia convincente para rectificar las desigualdades del capitalismo
moderno, el campo ha quedado libre para quien ofrezca un relato que sea, a la
vez, prolijo e iracundo”.
Fenómeno único y último en las letras latinoamericanas.
A partir de entonces, prima la opacidad en el reino del pensamiento social, circunstancia que tiene reproducción a escala en cada país de la región. Como si
fuera poco, a la exigua producción intelectual de nuestros países se suma la confusión
deliberada que une, en una misma fanesca, a sirios y troyanos, a conspicuos
representantes de la izquierda y de la derecha, extraviados en lo que Orlando Pérez
califica de “necesidad de una armonía política, para enfrentar a un enemigo
común”. Así no es de extrañar que en una misma fotografía sonrían
pletóricos de fulgor unitario, “el socialcristiano
Luis Fernando Torres con el socialista Enrique Ayala Mora…mucho menos que el ex
trotskista, Fernando Villavicencio, se deslumbre con el exbanquero Guillermo
Lasso, o que Lourdes Tibán se codee y celebre su matrimonio con altos
dirigentes y legisladores socialcristianos, líderes de CREO y la élite
mediática privada”, concluye Pérez.
Y no es que
ocurra por estos lares lo que el politólogo norteamericano de origen japonés, Francis
Fukuyama, denomina “la muerte de las ideologías”. Fukuyama, asesor del
presidente de los Estados Unidos, sostenía en 1989 en el artículo titulado El
fin de la historia, que estamos asistiendo “al último paso de la evolución
ideológica de la humanidad”. La muerte de las
ideologías y el fin de la historia, dieron inicio a un mundo basado en la
política y economía de libre mercado que se ha impuesto y en el cual las ideologías
ya no son necesarias, porque han sido sustituidas por la Economía.
En lo concerniente
a nuestro país, en concreto, las ideologías de “esas derechas e izquierdas, por separado, no han logrado derrotar el
proyecto político en el Gobierno desde hace ocho años. Se unen para ese
propósito, porque no encuentran otra forma de sumar, desgastar o minar las
columnas vertebrales del llamado correísmo”. Lejos de desaparecer las izquierdas
y la derecha, como sugiere Mauricio Rodas, “la
izquierda necesita de la derecha”, -apunta Pérez-, “porque revela su incapacidad para hacer los cambios en una orientación
anticapitalista, revolucionaria y por encima de ese prurito de la armonía y el
consenso”.
Frente a la carencia
de prestancia intelectual de los opinadores o la vaguedad endémica de nuestros
analistas, ahora debemos tragarnos, sin chistar, la festiva amalgama de
intereses extremistas de izquierda y derecha unidas que esperan no ser
vencidas. Ahora hay que padecer, estoicamente, la inconsecuencia ideológica de
una izquierda que necesita de la derecha y de una derecha que necesita de la puerilidad
política para sobrevivir.
ES TRISTE, QUE NO SE HAYA APRENDIDO A SER CONSECUENTE.
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