GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

miércoles, 1 de abril de 2015

CULTURA: DARÁN PIE CON BOLA

Por Leonardo Parrini

El recinto quedó pequeño en el auditorio Agustín Cueva del Mincult, acaso más grande era el propósito: fijar la primera intervención oficial en la materia del flamante Ministro de Cultura, Guillaume Long, funcionario de larga trayectoria ministerial que se convirtió en el  séptimo titular de esa cartera. Con estilo coloquial, acostumbrado a las cámaras y valiéndose de un carisma innato, dijo que “la cultura es un bien público, al cual todos los ciudadanos deben acceder”. Buena promesa para empezar, una idea por lo demás no tan novedosa, pero en todo caso oportuna. Pertinente, en un país que ha vivido la cultura de la marginalidad social, política y económica por ende, cultural. Oportuna, porque luego de seis ministros frustrados en su cargo, ya los actores culturales y gestores de las artes se están preguntando si debe continuar existiendo un Ministerio de Cultura que no ha tenido la capacidad de generar una cultura de culturas en el país.

Long prometió “trabajar para fortalecer y ubicar al ministerio como el de mayor impacto en el proceso de transformación del Ecuador”. Promesa bien calibrada que refleja la principal falencia de ese Ministerio: no haber sido, hasta el momento, el gran animador del cambio revolucionario en el país y promotor de una nueva cultura nacional. ¿Qué le ha impedido serlo? La primera razón que surge es obvia: ha existido un divorcio entre el Estado capitalista y la cultura, entre mandatarios y mandantes que no han tenido oportunidad de encontrarse en un punto de convergencia. Mientras que los hombres y mujeres de la cultura han visto con sospecha al Estado y han buscado su transformación, el Estado ha ejercido la política del garrote contra los actores culturales contestatarios, no sólo en el continente, sino en el propio Ecuador históricamente hablando. Tal vez muchos Estados burgueses siguieron al pie de la letra la sentencia del propagandista nazi que dijo: cuando escucho la palabra cultura, me llevo la mano al cinto.  

La relación entre Estado y cultura ha sido beligerante, excluyente y tortuosa en los países capitalistas. Pero esa historia, se supone, empezó a cambiar en el Ecuador cuando el Estado se auto proclama plurinacional e intercultural en la Constitución del 2008. Es decir, se define diverso y respetuoso de todas las formas y manifestaciones culturales que tengan lugar en su territorio. Esta declaratoria constitucional parecía zanjar el tema de definir, académica y políticamente, qué entendemos cuando hablamos de cultura, puesto que no existe una sola cultura, sino varias culturas en la diversidad social del país. No obstante, esa definición constitucional, por sí misma, no bastó para implementar políticas públicas culturales, puesto que el rol del Estado frente a las culturas no ha sido definido en los mejores términos aun.

¿Por qué no existe una política cultural clara en el país, desde la mirada del Estado? La respuesta es múltiple. Porque el Ministerio debe responder a una política pública para la cultura y no al revés. Se ha esperado esa política pública proveniente desde el Estado cuando debe surgir desde los actores culturales. Es decir, se ha entendido y tratado la política cultural como una estructura y no como un proceso dinámico, transformacional participativo. Y ese escenario revela la orfandad cultural del ministerio en la falta de cuadros comprometidos con la política y con la cultura. 
                                                                                                                                             
El divorcio entre Estado y cultura, en el Ecuador, se expresa en la ausencia de gestores culturales orgánicos incorporados al aparato estatal. Es decir, los gestores culturales no confían políticamente del todo en el Estado regido por este Gobierno ni se identifican con él. Y al mismo tiempo, los burócratas que han formado parte de las instancias ministeriales no necesariamente han sido o son personajes relevantes de la cultura. En este escenario es fácil reconocer una falta de compromiso de los intelectuales y artistas con el proceso revolucionario ciudadano; y por otra, una falta de compromiso de los burócratas con la cultura y sus diversas manifestaciones. Un ejemplo ilustra esta hipótesis: en Chile de los años setenta no fue necesario crear un ministerio para hacer política cultural desde el Estado. Fueron los propios actores culturales, escritores, músicos, cineastas, pintores, escultores, actores que integraron gremios, organizaciones culturales y núcleos de gestión cultural quienes dinamizaron el proceso cultural de un país en plena revolución. Claro que la gran mayoría de ellos militaba en los partidos que integraban el bloque de gobierno de la Unidad Popular. Resultado de ello fue la política de Editorial Quimantú que inundó el país de libros de bajo costo, la gestión de Dicap, discoteca del cantar popular que lanzó al estrellato a Quilapayún, Intillimani, Víctor Jara, Violeta Parra y sus hijos, entre otros iconos de la música latinoamericana. La significativa producción cinematográfica de Chile Film. La proliferación de talleres literarios y de teatro. La gestión de Pablo Neruda como embajador cultural, que obtiene el Premio Nobel de Literatura en pleno ejercicio de sus funciones, en 1971, es otro hito de ese proceso.

En Ecuador, un reciente intento de acercamiento del Estado a la cultura, protagonizó el Vicepresidente de la República Jorge Glas, al cursar sendas invitaciones a diversos gestores culturales, entre ellos al Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Raúl Pérez Torres, escritores, pintores, actores, músicos y periodistas culturales. Asistimos a la invitación para visitar las megas obras energéticas realizadas por el Estado: el complejo petrolero de Pañacocha y la central hidroeléctrica Coca Codo Sinclair y luego compartimos suculenta cena con el segundo mandatario. El resultado es que existe un documento en el que, desde la Casa de la Cultura, se proponen una serie de acciones tendientes a armonizar la relación del Estado con la cultura, para que se vuelva productiva, estimulante y transformadora.

Ese primer paso está dado. Está pendiente la respuesta a una invitación que cursamos al Presidente Rafael Correa y al Vice Presidente Jorge Glas, para poner en su consideración dicho documento y esperar que salga humo blanco. El nuevo Ministro de Cultura tiene la palabra y la responsabilidad de estrechar lazos entre el Estado y la cultura. Sospechamos que se lo debe hacer despojándose de los pujos burocráticos, para dar lugar a una frondosa expresión de las organizaciones culturales, núcleos de la CCE, talleres, asociaciones, es decir expresiones de base que deben encontrar en el Estado a un facilitador, coordinador y promotor de las culturas de un país culturalmente megadiverso. A ver si esta vez damos pie con bola.

2 comentarios:

  1. Estimado Leonardo:

    Con respecto al tema propuesto le comento que en los 7 años de "Revolución Ciudadana" el Ministerio de Cultura carece de una partida de nacimiento, es decir de un a Ley que le permita trabajar con pies firmes en el país.

    Se presentan muchos borradores de la Ley de Cultura o Culturas y no pasan de la gabeta de los asambleistas. Las propuestas de sectores culturales, actores, promotores, duermen en la Asamblea Nacional, a pesar de que la Constitución de Montecristi señala y manda que en un año de vigencia de esta Ley se cree la del Sistema Nacional de Cultura.

    La falta de gremios, organizaciones, promotores se nota, ya que nadie exige y a nadie le importa.


    ResponderEliminar
  2. Eso explica muchas cosas, de verdad, y refleja la falta de concepto sobre la cultura de nuestros legisladores. Además esa falta de interés de los actores refleja lo que dijimos: el divorcio
    de la cultura y el Estado

    ResponderEliminar