Por Leonardo
Parrini
“La nuestra es
una era de temor. Cultivamos una cultura del temor progresivamente más poderosa
y global. Nuestra era exhibicionista, con su fijación en el sensacionalismo
barato, los escándalos políticos, los reality shows televisivos y otras formas
de auto exposición a cambio de fama y atención pública, aprecia el pánico moral
y los escenarios apocalípticos en un grado incomparablemente mayor a los
planteamientos equilibrados, la leve ironía o la modestia”, afirma Leonidas
Donskis en el libro Ceguera moral, escrito en colaboración con el sociólogo Zygmunt
Bauman.
Esta sentencia
describe en toda su dimensión un fenómeno que venimos observando en el seno de
la sociedad ecuatoriana: la exacerbación de la convivencia política, a través de
la comunicación mediática y en redes sociales convertidas en cloacas públicas y resumideros de odio nacional.
Esto es lo que se puede advertir de visita en sitios virtuales regentados por conspicuos
opinadores a sueldo, financiados por organizaciones dedicadas a una gestión política
subterránea maquillada de análisis e investigación. La beligerancia política
extrema en contra del gobierno central se manifiesta en el tráfico de mensajes
de odio visceral contra autoridades nacionales, representantes populares y ciudadanos
que ejercen funciones públicas. En las redes sociales se ha desplegado una orquestación
de ataques mediáticos virtuales que no se detiene ante nada y ante nadie, que
apela a todos los recursos de la manipulación y desinformación en la búsqueda de
detalles personales, profesionales o ideológicos que sirvan para denostar y
aniquilar al blanco predilecto: el Presidente Rafael Correa. Envalentonados
tuiteros, furibundos blogeros nacionales y extranjeros disfrazados de analistas,
se han dedicado al sucio trabajo de difundir desazón, temor y proyectar escenarios
de conflicto, amparados en la libertad de expresión vigente.
Esta práctica “periodística”
se inserta en una trama mucho más compleja de una campaña de desgaste, como inicio
de una estrategia puesta en marcha que debería desembocar en las elecciones
presidenciales del 2017, con el propósito de levantar un frente político
electoral en condiciones de enfrentar a la maquinaria electoral del régimen. Campaña
que incluye la editorialización de temas de interés internos tratados con sentido
alarmista, sobredimensionando causas y consecuencias, para generar un clima de
temor progresivo que movilice a la ciudadanía en contra del proyecto político
de cambio social vigente.
El tono de
odiosa virulencia de quienes verbalizan el descontento y la incertidumbre
frente a tiempos de por sí difíciles, hace
pensar que se trata de un tinglado mayor, disfrazado de sentido común, que
forma parte de una suerte de prostitución mediática: vender ideas de una hiperrealidad
nefasta al mejor postor. Detrás de los epítetos redactados en salas de prensa o
en la cómoda estulticia de opinadores asalariados, subyace el propósito siniestro
de dividir a la sociedad ecuatoriana en bandos irreconciliables en un
enfrentamiento de imprevisibles consecuencias.
En el peligroso afán
de construir el Ecuador de la revancha, los vocingleros del desastre no
trepidan en desplegar un permanente estado de propaganda de animadversión,
propia de las políticas del terror aprendidas de las prácticas fascistas
implementadas en otros países de Sudamérica. Una campaña terrorista mediática
que chapucea entre la ignorancia y la ignominia, en defensa de oscuros
intereses de sectores rezagados en lo político, pero cuyo poder económico permanece
intocado. En la primera línea de la batalla por las redes sociales y los
espacios virtuales se la juegan los mercenarios de la palabra, cumpliendo la
asignación mediática de sus patrones, banqueros y comerciantes asustadizos, que
sacan las castañas con la mano del gato.
Detrás de cada
texto escrito en lenguaje excrementicio con dudoso sentido del humor de vil escarnio,
se oculta el latrocinio político de vender la idea de “una sociedad mejor”, del
país postcorreísta “recuperado” en privilegiados intereses. Si no fuera porque
sus banales argumentos trascienden los cocteles donde traman mil y una fechorías
para derrumbar la esperanza de un país en proceso de cambio, se diría que son
inocuos. Pero no. Basta ver sus henchidas panzas del amargo licor de la
desventura, ebrios de resentimiento, y cómo se revuelcan en la melcocha de su machacona
desgracia política. Sin ver más allá de sus narices, ofuscados de odio y ceguera
moral.
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