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miércoles, 8 de abril de 2015

AQUELLA METAMORFOSIS

Por Leonardo Parrini

Como Gregor Samsa, un día te despiertas distinto. No, no eres un insecto. Yaces como un tipo con el rostro desfigurado a golpes. El ojo izquierdo perdido en una hinchazón horrorosa. Una estrecha rayita en el medio, une ambos párpados convertidos en papas. No, no eres Gregor de Die Verwandlung (La Metamorfosis, 1915, novela de Frank Kafka), que da cuenta de la transformación que sufre el protagonista, de la noche a la mañana, despertándose con la apariencia de ser una enorme cucaracha. Te asombra la metamorfosis de tu rostro. Revisas tus pertenencias, no sea cosa que te asaltaron y llevaron tus objetos de valor, pero no. Todo está en su lugar. La tuya no es una soledad impertérrita provocada por una sociedad autoritaria y burocrática. No eres el ser aislado, incomprendido ante una maquinaria institucional abrumadora, que ni Gregor comprende y tampoco es comprendido por ella. 

La metamorfosis en insecto "puede entenderse como la concreción material (en forma de insecto) de la enajenación del ser humano ante el mundo". La hiperbolización de la vulnerabilidad es convertir a un hombre en un insecto e instalarlo en un mundo de hombres. El hombre ha perdido su condición humana en un mundo deshumanizado y mercantilizado; se siente extraño e incomprendido en un medio hostil e incompresible. La “insectización puede entenderse como una proyección personal del asco ante el mundo", una materialización de estilo expresionista en algo grotesco y exagerado. La poética de Kafka "consiste en dotar de coherencia a lo absurdo; ahonda en la causalidad de lo irracional; se detiene en los eslabones intermedios de un problema que no conduce a un fin pero que está perfectamente construido y obtiene su sentido precisamente en su falta de sentido, en ser anti-teleológico".

Frank Kafka nació en julio de 1883 en Praga, en el seno de una familia acomodada perteneciente a la minoría judía de lengua alemana. Hijo de un comerciante que agobió su existencia, en Carta al Padre, escrita en 1919, expresa sus sentimientos de inferioridad y de rechazo paterno. Su estilo mezcla con naturalidad fantasía y realidad, dando a su obra un aire claustrofóbico. Intentó reponerse de la tuberculosis junto al lago de Parda y después en Meramo, hasta que en 1920 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde falleció el 3 de junio de 1924. Contraviniendo su deseo de que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte, el escritor austriaco Max Brod, su amigo y biógrafo, los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927).   

Esta mañana eres un ser extraño a ti mismo. Eres tú y no te reconoces, en un extravío. Despiertas golpeado como si te hubieras enfrentado en una riña de la que después no tienes cabal conciencia. Lo que observas en el espejo es a un sujeto demacrado, somnoliento y con el rostro ensangrentado. Sientes lástima y desprecio por el sujeto ajeno del espejo. El ojo izquierdo perdido en el hematoma de la hinchazón que consume sus rasgos. Y la estela de un hilo de sangre atraviesa la mejilla en sentido descendente. Tu autoestima está tan magullada como tus mofletes. El chichón abarca todo el ojo, ceja y parpados inferiores. Los carrillos corrugados son huellas de un estropeamiento extremo. La vergüenza arde en tu conciencia, como las costillas escocen y duelen al menor movimiento. Los dientes están destemplados y apretados por la tenaz hinchazón de las encías. Tus palabras se quedan enredadas en tu dentadura.

Un primer esfuerzo te lleva a recordar instantes previos a perder la noción del tiempo y del espacio. Una ráfaga de sentido, una brizna de aliento consciente. Hace unas horas, evocas, sentías un irreprimible deseo de orinar y te levantas al baño y el acto de incorporarte de la cama produce mareo intenso y, a partir de entonces, todo es nebuloso. Despiertas debajo del escritorio. Te levantas y avanzas hasta el espejo del baño y descubres tu metamorfosis. Eres otro. Tu rostro esta desfigurado y duelen los ojos, arde la piel y te sientes un despojo humano. Profesas temor, una infinita sensación de debilidad y abandono. Cómo pudo sucederme a mí. De pronto, lo único que encuentras en común con Gregor es que el personaje se enferma y vive la manera cómo empujamos al enfermo a la soledad. La forma de cómo reaccionamos ante el padecimiento de algún familiar, el egoísmo en el que nos vemos sumergidos al no importarnos el resto, a condición de estar bien nosotros.

Se es diferente en este mundo de muchas maneras. Una consiste en desfigurar tu rostro a golpes y dejar de ser reconocido y reconocible. Te conviertes en un ser extraño, ajeno al resto. Entonces empiezan las odiosas preguntas. Qué sucedió, cómo sucedió, por qué sucedió. Y no quieres responder nada, porque nada sabes. Entre tanto, sin poder obviar la vorágine vomitiva del interrogatorio impertinente, sientes extrañamiento de ser diferente. La vida te sabe transitoria, efímera y eso te angustia. Tus heridas son una clara conciencia de deterioro físico. Metáfora de que la vida es de una fragilidad y transitoriedad extrema.

El estado posterior es de rebeldía ante tu nueva condición. No aceptas el nuevo estatus. Te resistes a aceptar el cambio de humanidad. Vives la rebeldía de quien ve variar su forma y contenido sin que nadie le haya preguntado si quería o no el cambio. Es una intromisión brutal del destino en la vida privada de las personas, piensas. Un extrañamiento a ser diferente te invade, rebeldía por el cambio, resignación por el nuevo estado, conformismo sin perdón.

La impotencia es tu nuevo estatus. Una invasora debilidad es tu forma de ser. La sin respuesta es la nueva contestación a tus interrogantes. Es la lógica consecuencia del aislamiento de los otros.  La vida es una constante metamorfosis, muy cambiante. Una noche podemos estar en algún lugar y al siguiente día, en otro. De un día para otro podemos convertirnos en seres ajenos. Así lo muestra, metafóricamente, Franz Kafka en la atmósfera opresiva de su obra. La indiferencia social ante individuos diferentes. Cómo reaccionamos al enterarnos de algún mal, puede marcar a una persona sumergiéndola en la soledad. Vivimos clavados como en un insectario, inamovibles. Está claro, concluyes, el mundo no acepta metamorfosis alguna, sin aviso previo.

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