Fotografía Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini
Al despuntar el
alba los Kichwas de Sarayaku acostumbran beber guayusa, como un acto de
purificación y anunciamiento espiritual. Reunidos en torno del fogón de leña
recién avivado cuentan sus sueños acaecidos durante la noche y comparten las
premoniciones que emergen del mundo onírico como una proyección de lo bueno y
de lo malo que podría acontecer.
La madrugada del
1 de octubre la selva en Sarayaku estaba sumida en una extraña quietud. El
gorjeo de los pájaros y el rumor del torrente del Bobonaza, eran los signos más
evidentes de vida. Mientras que las voces de los miembros del clan familiar de
Marlon Santi se oían como una letanía acompasada por el entusiasmo de un nuevo
día. Marlon bebía del pilche y daba cuenta de la guayusa tibia y energizante
que estimulaba sus sentidos y reponía sus fuerzas para una nueva jornada.
Ese
sería un día especial, el pueblo de Sarayaku recibiría las disculpas públicas
del Estado en el marco de la sentencia que la Corte Interamericana de Derechos
Humanos dictaminó, en reconocimiento al derecho a ser consultado, a su propiedad
territorial e identidad cultural, y por daños materiales e inmateriales
propinados por la empresa petrolera CGC argentina. Era un día de
fiesta. En la plaza de la comunidad Sarayaku Centro se había reunido la
comitiva gubernamental junto a las autoridades locales para dar cuenta del acto
programado.
A media tarde, un sol abrazador aun iluminaba
al pueblo del medio día, llamado así
precisamente en honor al influjo solar durante el solsticio. El acto protocolario había llegado a su fin y se iniciaba la fiesta.
Marlon acudió a casa para pintarse la cara como preparativo de la celebración. El
fotoperiodista Paúl Navarrete lo siguió hasta su morada para entrevistarlo, y en una
improvisada rueda de prensa, junto a otros colegas, hablaron de la relación colectiva
de los mil doscientos habitantes del pueblo de Sarayaku con su entorno selvático.
-Él estuvo sentado aquí –cuenta Marlon- había más de diez cámaras enfocándome y cuando hacia un
chiste se reían. Estábamos tomando guayusa, había tambor, y como estuve cansado
había dormido y me desperté para pintarme la cara como curaca…
Paúl también se
pintó el rostro con una imagen de anaconda en señal de confraternidad.
Un mal presentimiento…
La noche
anterior Marlon había soñado que comía unas frutas pequeñas caídas de un árbol que
son una evidente mala señal de tragedia.
-Esa noche
anterior al accidente habían tumbado un árbol de uvilla –dice Marlon- ya iba a coger
esa fruta para tomarla y no tomé. Los viejos dicen que esa fruta tiene un sumo
que representa las lágrimas. Mi mujer iba ir en el vuelo, porque al día siguiente
le tocaba trabajar, yo le dije tu tienes que quedarte hasta el último y ella
con la mochila lista, casi aborda la avioneta porque ya le habían dado el cupo…
y le dije cómo te vas ir…si yo hubiera tomado esa fruta en el sueño iba a
llorar bastante…y no se fue en el avión.
Con un pálpito espiritual
había impedido a su esposa abordar la avioneta que la llevaría a Shell para
reintegrarse a sus labores en el Municipio del Puyo. Esa decisión de Marlon fue
vital. Mirian Cisneros es una de las personas que salvo de morir en el accidente.
Pero no
corrieron la misma suerte el piloto Francisco González y los pasajeros Juan Carlos
Gualinga, Toribio Tapuy y Maritza Aranda, muertos en el siniestro, junto al
fotoperiodista Paúl Navarrete. Primeras versiones señalaron que el motor de la avioneta Cessna
de matrícula HCCLO falló al momento del despegue y que no logró tomar
altura suficiente. Un ala de la nave se estrelló con los árboles al final de la
pista, luego de intentar aterrizar en medio de una estela de humo. De haber
podido superar los obstáculos del bosque habría logrado, acaso, un aterrizaje forzoso
en un playón aledaño, a la orilla del Bobonaza. Esa tarde la suerte estaba
echada.
El último
sueño
A un mes del accidente, en la madrugada bebemos
guayusa en casa de nuestro anfitrión. Marlon narra un positivo sueño
premonitorio. Ruben Gualinga y Edilberto Utitiaj mis acompañantes, confirman que las imágenes oníricas
de esta noche no auguran nada malo. Terminada la guayusada nos dirigimos a
evaluar los puentes de la comunidad dañados por la correntada del rio Bobonaza -que
subió más de cinco metros su nivel por las lluvias- arrasándolo todo a su paso. Luego de la inspección
fuimos al lugar del accidente aéreo y pudimos constatar los vestigios de la dolorosa
tragedia. Minutos después abordamos una avioneta similar a la del siniestro que
nos llevó sin novedades al aeropuerto de Shell.
Desde el aire evoco la memoria de mi colega Paúl
que fundió su espíritu para siempre junto a los soñadores de la selva. La
mañana del día del accidente, Paúl no contó sus sueños. Lo había hecho minutos antes de abordar el fatídico vuelo, cuando narró a Marlon su anhelo de regresar a Sarayaku a registrar con
su cámara imágenes del lugar. Paúl, en su encantamiento de Sarayaku, había comprometido
la palabra del líder que lo habría de acompañar en una caminata por la selva
viva, luego de tomar infusión de ayahuasca para cruzar el umbral del mágico universo
de las revelaciones alucinantes. Ese fue su último sueño…
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