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martes, 4 de noviembre de 2014

SARAYAKU, EL ÚLTIMO SUEÑO


Fotografía Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini

Al despuntar el alba los Kichwas de Sarayaku acostumbran beber guayusa, como un acto de purificación y anunciamiento espiritual. Reunidos en torno del fogón de leña recién avivado cuentan sus sueños acaecidos durante la noche y comparten las premoniciones que emergen del mundo onírico como una proyección de lo bueno y de lo malo que podría acontecer.

La madrugada del 1 de octubre la selva en Sarayaku estaba sumida en una extraña quietud. El gorjeo de los pájaros y el rumor del torrente del Bobonaza, eran los signos más evidentes de vida. Mientras que las voces de los miembros del clan familiar de Marlon Santi se oían como una letanía acompasada por el entusiasmo de un nuevo día. Marlon bebía del pilche y daba cuenta de la guayusa tibia y energizante que estimulaba sus sentidos y reponía sus fuerzas para una nueva jornada.

Ese sería un día especial, el pueblo de Sarayaku recibiría las disculpas públicas del Estado en el marco de la sentencia que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó, en reconocimiento al derecho a ser consultado, a su propiedad territorial e identidad cultural, y por daños materiales e inmateriales propinados por la empresa petrolera CGC argentina. Era un día de fiesta. En la plaza de la comunidad Sarayaku Centro se había reunido la comitiva gubernamental junto a las autoridades locales para dar cuenta del acto programado.

A media tarde, un sol abrazador aun iluminaba al pueblo del medio día, llamado así precisamente en honor al influjo solar durante el solsticio. El acto protocolario había llegado a su fin y se iniciaba la fiesta. Marlon acudió a casa para pintarse la cara como preparativo de la celebración. El fotoperiodista Paúl Navarrete lo siguió hasta su morada para entrevistarlo, y en una improvisada rueda de prensa, junto a otros colegas, hablaron de la relación colectiva de los mil doscientos habitantes del pueblo de Sarayaku con su entorno selvático.

-Él estuvo sentado aquí –cuenta Marlon- había más de diez cámaras enfocándome y cuando hacia un chiste se reían. Estábamos tomando guayusa, había tambor, y como estuve cansado había dormido y me desperté para pintarme la cara como curaca…

Paúl también se pintó el rostro con una imagen de anaconda en señal de confraternidad.

Un mal presentimiento…

La noche anterior Marlon había soñado que comía unas frutas pequeñas caídas de un árbol que son una evidente mala señal de tragedia.

-Esa noche anterior al accidente habían tumbado un árbol de uvilla –dice Marlon- ya iba a coger esa fruta para tomarla y no tomé. Los viejos dicen que esa fruta tiene un sumo que representa las lágrimas. Mi mujer iba ir en el vuelo, porque al día siguiente le tocaba trabajar, yo le dije tu tienes que quedarte hasta el último y ella con la mochila lista, casi aborda la avioneta porque ya le habían dado el cupo… y le dije cómo te vas ir…si yo hubiera tomado esa fruta en el sueño iba a llorar bastante…y no se fue en el avión.

Con un pálpito espiritual había impedido a su esposa abordar la avioneta que la llevaría a Shell para reintegrarse a sus labores en el Municipio del Puyo. Esa decisión de Marlon fue vital. Mirian Cisneros es una de las personas que salvo de morir en el accidente.

Pero no corrieron la misma suerte el piloto Francisco González y los pasajeros Juan Carlos Gualinga, Toribio Tapuy y Maritza Aranda, muertos en el siniestro, junto al fotoperiodista Paúl Navarrete. Primeras versiones señalaron que el motor de la avioneta Cessna de matrícula HCCLO falló al momento del despegue y que no logró tomar altura suficiente. Un ala de la nave se estrelló con los árboles al final de la pista, luego de intentar aterrizar en medio de una estela de humo. De haber podido superar los obstáculos del bosque habría logrado, acaso, un aterrizaje forzoso en un playón aledaño, a la orilla del Bobonaza. Esa tarde la suerte estaba echada.

El último sueño

A un mes del accidente, en la madrugada bebemos guayusa en casa de nuestro anfitrión. Marlon narra un positivo sueño premonitorio. Ruben Gualinga y Edilberto Utitiaj mis acompañantes, confirman que las imágenes oníricas de esta noche no auguran nada malo. Terminada la guayusada nos dirigimos a evaluar los puentes de la comunidad dañados por la correntada del rio Bobonaza -que subió más de cinco metros su nivel por las lluvias-  arrasándolo todo a su paso. Luego de la inspección fuimos al lugar del accidente aéreo y pudimos constatar los vestigios de la dolorosa tragedia. Minutos después abordamos una avioneta similar a la del siniestro que nos llevó sin novedades al aeropuerto de Shell.

Desde el aire evoco la memoria de mi colega Paúl que fundió su espíritu para siempre junto a los soñadores de la selva. La mañana del día del accidente, Paúl no contó sus sueños. Lo había hecho minutos antes de abordar el fatídico vuelo, cuando narró a Marlon su anhelo de regresar a Sarayaku a registrar con su cámara imágenes del lugar. Paúl, en su encantamiento de Sarayaku, había comprometido la palabra del líder que lo habría de acompañar en una caminata por la selva viva, luego de tomar infusión de ayahuasca para cruzar el umbral del mágico universo de las revelaciones alucinantes. Ese fue su último sueño…

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