GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

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martes, 25 de noviembre de 2014

QUÉ SER CUANDO GRANDES

Por Leonardo Parrini

Sentado a la vera, en la puerta de la casona de la calle Maruri, un barrio de clase media de Santiago donde viví mi primera infancia, un buen día discutimos con un amigo de la jorga barrial acerca de qué queríamos ser de grandes. Él, ufano y seguro, me dijo que quería ser un superhéroe asistido por poderes extraordinarios, provenientes, sin duda en ese entonces, de la tecnología del momento. Lo miré entre asustado y envidioso, y pensé en mi propio futuro y vi en una imagen más bien difusa, que yo solo quería aprender a pensar para saber cosas que ocurren alrededor. Pero ese no es un trabajo concreto, -me dije-, como ser ingeniero, abogado, médico o superhéroe. Parece, más bien, un oficio secundario sin título académico y sin mercado laboral definido. Y la vida me dio la razón. Mis amigos de infancia que pensaban como el aspirante a superhéroe se ubicaron bien en la vida, es decir, eligieron un camino con más certeza de futuro, más tangible, en cuanto a los pasos por venir, según veo hoy que los he reencontrado en el Facebook ostentando lucrativas profesiones.

Evocando estas vivencias me vino como anillo al dedo un artículo que leí en Internet acerca de la dicotomía entre las ciencias exactas y las humanidades. Y lo digo con absoluta convicción, puesto que no han sido pocas las veces en las que he dudado de mi camino recorrido. ¿Existe una disociación irreconciliable entre las llamadas ciencias fácticas y las humanidades? Esta dicotomía que divide a las vocaciones humanas es analizada por el biólogo Edward O. Wilson en su texto The meaning of human existence (El significado de la existencia humana), con un abreboca provocador: “Promocionemos las humanidades, que son lo que nos hacen humanos, y no usemos la ciencia para hacer el tonto con esa fuente inagotable, el absoluto e inigualable potencial del futuro humano”, afirma Wilson.

Y el autor sustenta esa conclusión anticipada con reflexiones muy atendibles como que la ciencias es perecible, ya que “los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos tienen su ciclo vital y es probable que pronto éste empiece a ralentizarse cuando alcance un determinado nivel de desarrollo”. Esta sugestiva idea se inclina a favor de lo trascendental de las humanidades –arte, filosofía, literatura- que no conocen obsolescencias, sino que proporcionan respuestas más a largo plazo, Y eso es curioso, porque la ciencia asoma siempre como una promesa de futuro, mientras que la filosofía, o el pensamiento social, como una aburrida cuestión del pasado.   

Ser o no ser

Wilson arguye que la evolución cultural es diferente de la ciencia porque “es completamente el producto del cerebro humano”, y que “hace falta un contacto íntimo con la gente y el conocimiento de incontables historias personales. Siglos y siglos de investigación para entender milenios de historia. En definitiva, un pozo inagotable”. Mientras que para el biólogo estadounidense el proceso de obtención del conocimiento por la vía de la ciencia es limitado en el tiempo.
Otro de los argumentos a favor del humanismo del conocimiento es que favorece a la diversidad, condición muy prestigiada en la actualidad. Lo diverso en la naturaleza, lo diverso del actuar humano, en fin, esa particularidad que hace de cada cual un ser único y especial para si mismo y para los demás. Por el contrario, afirma Wilson, la ciencia homogeniza, estandariza la vida. “La ciencia y la tecnología serán las mismas en todas partes, para cada cultura civilizada, subcultura y persona, -recuerda- lo que seguirá desarrollándose y diversificándose hasta el infinito son las humanidades”.

Evocando la figura del niño que quería ser superhéroe y aquel que solo aspiraba a conocer más de su entorno, diremos que la cuestión no está en disociar el pensamiento científico del humanismo del pensamiento. El quid del asunto radica en el uso de los productos de las ciencias, como la tecnología, los instrumentos tecnológicos, etc. El acervo cultural producido por las humanidades es trascendental, porque se muestra real ante la necesidad de dar nuevas respuestas para transformar el entorno y crear nuevo sentido a la vida también cambiante. El pensamiento humanista no es el producto de un proceso industrial que está expuesto al manejo deshumanizado de la tecnología, como tantas veces ocurre. Aún las ideas más descabelladas y deshumanizadas tienen un sustrato en la concepción de una nueva realidad, de un proceso de construcción y en esa medida la dicotomía ciencia-humanidades es un poco falsa, ya que todo depende de qué sentido demos al talento humano y a los instrumentos tecnológicos que éste crea y que nunca podrán suplirlo a cabalidad.

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