Por Aitor Arjol
Afirma el poeta samoense Fiz Vergara Vilariño
que "ún xa non sabe que facer nesta vida". Para después extenderse en
esta angustia que lleva por nombre el mismo poema, en lengua gallega:
Ún está desesperado.
Ó fin i ó cabo quixera vivir,
Quixera ser luz, quixera ser home
E non cederlle a ninguén
O seu posto na loita.
O lo que es lo mismo, traducido al
español:
Uno está desesperado.
Al fin y al cabo quisiera vivir,
Quisiera ser luz, quisiera ser hombre
Y no cederle a ninguno
Su puesto en la lucha.
Lo dice, como señalaba, un poeta
gallego estrechamente ligado al monasterio de Samos, a las verdes sombras del
pueblo lucense de Sarria. En torno a la angustia. Sea vital. Sea producto de la
nostalgia. Sea producto del insomnio que no deja dormir durante la noche. La
poesía no entiende de momentos ni horas ni pareceres. Tampoco entiende de
académicos con maestrías. Es un absoluto misterio al que algunas almas
particulares hemos sostenido la vida entera, y por ende, las metáforas salen
solitas, como por arte de algún demiurgo, "curandeiro" o "alambiqueiro"
que destila la realidad conforme a un extraño criterio que mezcla la realidad,
el lirismo, la fuerza semántica y el hondo significado de las palabras, sin
recurrir a esos artificios que convierten al poeta en pasto de su propia
cursilería.
La poesía, asimismo, también es un
verso que desespera. No se vive de ello. No genera grandes masas de dinero. No
se le atribuye un aire demasiado seductor. El mundo actual contribuye a que su
valor vaya de la "palabra" a la "palabrería" aunque sepamos
que la inteligencia femenina está íntimamente vinculada al sentido auditivo.
Ellas tienen una sensibilidad extraordinaria para entender la poesía como un
valor intrínseco. Como algo mágico. Pero también está sometida a un abuso
mediático. Es como si la poesía solo estuviera en posesión de magnates,
doctores de lo adverso, políticos o indignos representantes de la retórica,
donde también enigmáticas mujeres postulan a caer en sus poderosos e
influyentes brazos.
Tal vez me equivoque o cometa el
error de la generalización, para desespero propio o ajeno, pero a mis treinta y
nueve años el factor de la experiencia comienza a tener un papel importante en
mis pensamientos. La experiencia hace al poeta. No las ganas de escribir ni las
audiciones ni los congresos ni la incontinencia de publicar. Como mi respetado
Ivan Egüez asiente a sus casi setenta años -si es que ya no los tiene- también
deprime ver cómo las jóvenes generaciones se aprestan más a esta vanidosa
tendencia de publicar, lo cual es más fácil.
A lo que yo añado que, además, lo
novísimo no es poesía si no se pone en relación con todo lo que se ha hecho. Ni
siquiera es poesía lo que únicamente se escriba en la universidad, en la casa
de la cultura, en los corrillos literarios, en el grupo, en la revista o en la
ciudad o en el país. Ni siquiera la poesía es propiedad de los académicos. La
poesía no es de ustedes. La poesía está en todas partes. Donde uno quiera,
sienta y tenga la tentación de traerla.
Álvaro Cunqueiro, por ejemplo, es por
descontado el mejor poeta y narrador que tuvieron las letras gallegas. Y no
hace falta decir que no es importante ni noticioso por el hecho de que no se le
conozca en Ecuador. Hay que superar esa tendenciosa barrera limitadora del
conocimiento. De rehusar a otras literaturas y anquilosarse en la propia.
Álvaro es poeta desde el momento en que se traiga, así no se conozca, así no
sea un hecho noticioso que no interese a nadie. También se puede traer a otros
añorados poetas gallegos y hacer de ellos causa, aunque sea perdida. Los traigo
con los paisajes, con las viñas carcomidas por el viento, con los viejos sotos
donde ahonda el castaño y si gozas de una excelente capacidad de comunicación
-otro aspecto del que carecen muchos poetas que hacen lectura de sus propias
composiciones- habrá un poeta nuevo en Quito, Ambato, Riobamba, Cuenca o donde
guste, así como ose colgar algunos papeles en el guayacán más desorientado de
Tena.
Por otra parte, la poesía es el mayor
y peor afecto al mismo tiempo. El que escribe es presa de una sensibilidad
extraordinaria, de la que es plenamente consciente salvo que se haya fumado no
sé cuántos puros. Se puede llegar a la formulación externa del inconsciente y
de obtener raras imágenes sin recurrir a los subterfugios de ciertas
sustancias. Según los casos. Gran parte de la poesía surge de esa experiencia
humana, en estrecho contacto con el transcurso del tiempo, la impotencia frente
a una sociedad manifiestamente desprovista de valores, o no ya afirmemos
discretamente, que la presencia del erotismo y de la mujer es uno de los
escalones que la afirman. Es así como puede escapar del control de la razón, o
de la moral, o de la mojigatería que invade muchos estantes de la sociedad
urbana, poco acostumbrada a lo profundo y a lo verdadero.
Nadie negará que poner en relación la
cultura gallega con disquisiciones interiores de la poesía, del país andino o
de la propia experiencia humana, es como estar medianamente loco. Ciertos
ensayos así son, sin necesidad de que tenga que recurrir a mayores citas
bibliográficas que este hermoso paisaje. Esta casa es mi particular bofetada a
ciertas tesis en las que el académico quiere presumir de conocimientos y
navegar por teorías, se enmaraña en raras concepciones y gráficas biométricas
y, al final, solo se entienden unos pocos.
Otra tesis, más sencilla y no menos
profunda es, una casona gallega, allá por el concello de Sober, en la provincia de Lugo, con columnas provenientes
de otras construcciones medievales, dormida por viejos caminos que, a estas
alturas de octubre, empezarán a sentir el frío. Allá adentro duermen Toño y
Ramona, entre otros. Ahí tienen poesía de verdad.
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