Por Leonardo Parrini
Hablar de la infancia no sólo es un ejercicio de la
memoria, quien sobrevive a la infancia puede evocarla sin sobrepeso en la conciencia.
No obstante, persiste un gesto recurrente del ser humano de idealizar los primeros
años de vida, como un espacio vital inocuo, cuya inocencia maleable sería
objeto de todo moldeamiento adulto con una irreparable pérdida de creatividad. Esta
idea parece estar inmersa en la afirmación del cineasta checo Jan Savankmajer: Si uno cierra la puerta de su infancia se condena la posibilidad de
crear. De todas formas, conviene tener en cuenta que la niñez nunca fue ese
espacio idílico que intentan vendernos…lo que ocurre cuando somos niños es básicamente
un ejercicio de domesticación. Entonces, sufrimos los primeros ataques de
represión. Nacemos dueños de nuestra
libertad. La infancia es una lucha constante por ceder, por saber hasta dónde
nos dejamos robar nuestra libertad.
Savankmajer ha incursionado en el mundo de
los niños a partir de sus filmes animados basados en textos de Edgar Allan Poe
o Lewis Carrol. Su filmografía, desde el
primer corto de 1964, The last trick,
hasta Surviving life (2010) incluida
la adaptación de Alicia (1987), es “el terreno fértil y originario en el que
por cada segundo nace un sueño. Suena extraño y, en realidad, lo es. Por diferente,
único e irresistible”, afirma la crítica. Sus
filmes producidos con técnica de stop motion, muñecos de arcilla, esqueletos de animales y piezas de máquinas
animadas dan cuenta de un mundo surreal sin
dejar de ser divertidos, y en los que la imaginación no tiene límites visibles: La mente de un niño es la mente de un poeta. Y así debe de ser, afirma Savankmajer. Pero el
cineasta checo advierte, a renglón seguido, que todo está pensado para que no pensemos; que no pensemos ni cómo estamos
ni qué queremos de la vida...
¿Infancia robada?
En ese trajín se nos cercenan sueños, los
primeros sueños de infancia que no son más que una indagación del mundo. Un mundo
que luego se encarga de moldearlos y pervertirlos. Tenemos cada vez más medios de comunicación y, sin embargo, son sólo
ruido. No informan, confunden. Ahora mismo, la comunicación, lo que entendemos
por ella, es una sucesión de frases hechas sin significado alguno, apunta
el cineasta sueco. Y en esa constelación de paradigmas creados a partir de la visión
civilizadora, integradora de la cultura de masas, sucumbe lo que debería ser
una mirada respetuosa de la mirada de la infancia: La infancia, los sueños y el
erotismo son las tres fuentes básicas de la creación. Si uno cierra la puerta
de su infancia se condena la posibilidad de crear. La infancia es una lucha
constante por ceder, por saber hasta dónde nos dejamos robar nuestra libertad.
No es difícil colegir que bajo este prisma,
la cultura de masas puede estar acabando por pervertir todo lo relacionado con
el mundo de los niños. Savankmajer
ensaya una afirmación polémica: Disney es
el mayor pervertidor de la imaginación de los niños que ha conocido la
humanidad. No niego que sus primeras películas fueron excepcionales, pero con
el tiempo es el mayor engaño que jamás ha sufrido la infancia. En general, la
literatura o el cine para niños es una gran mentira comercial. El arte para los
niños existe para obligarles a desear o querer algo que les es completamente
ajeno.
La ineludible conclusión,
a partir de las ideas de Savankmajer, es que hemos desterrado la imaginación de
nuestra actividad cotidiana y nos hemos subsumido en el mundo adulto como entes
mecanizados. Un proceso que nos lo imponen desde niños y que atenta contra la
propia condición de la infancia: Los
niños son crueles y lo que más les gusta es cualquier cosa que les haga
rebelarse, pues, por naturaleza, se resisten a ser domesticados; se resisten a
la represión que necesariamente el mundo adulto ejerce sobre ellos. Por
ello, el ejercicio de evocar la infancia, ahora mismo podría significar un
retorno al gesto creativo y liberador, como una forma de sobrevivir
la edad de la libertad sin el sobrepeso de haberla perdido.
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