Por Leonardo
Parrini
Con la vista fija en una página impresa con letras pequeñas, punto 10, Times New Roman, leo: el signo de la palabra impresa toca a su fin, la imagen virtual de letras sobre un screen líquido, es la nueva y abrumadora realidad. La sentencia es lapidaria. Una premonición certera que no deja lugar a conjeturas; lisa y llanamente se da por hecho el fin del texto impreso sobre el papel. Una visión apocalíptica que pinta de arcaica cualquier defensa del hábito de leer con un libro en la mano.
Con la vista fija en una página impresa con letras pequeñas, punto 10, Times New Roman, leo: el signo de la palabra impresa toca a su fin, la imagen virtual de letras sobre un screen líquido, es la nueva y abrumadora realidad. La sentencia es lapidaria. Una premonición certera que no deja lugar a conjeturas; lisa y llanamente se da por hecho el fin del texto impreso sobre el papel. Una visión apocalíptica que pinta de arcaica cualquier defensa del hábito de leer con un libro en la mano.
Valiéndose de la fugacidad de la letra
sobre una pantalla, los amantes de la tecnología -y por ende de la lectura superficial-, sin duda, alegarán las ventajas de la modernidad que da paso a la consulta bibliográfica express como valor agregado a la sociedad audiovisual en la que
vivimos. El prospecto es poner en la obsolescencia a la lectura reposada, en favor
de la fascinación por la vertiginosidad.
Frente a una pantalla no hay que pensar, solo decodificar mecánicamente las leras, una tras otra, hasta quedar obnubilado por la luz del screen y por la opacidad de las letras que, incluso, pueden cambiar de tamaño y de color ante nuestros ojos. La lectura, reposada, va cediendo al vértigo de las nuevas tecnologías audiovisuales como signo de nuestro tiempo. La pasividad por sobre la acción. La comodidad de hacer click en lugar del afán de investigar en las páginas de un libro de biblioteca. Prohibido pensar, prohibido cuestionar, es la fórmula en boga.
Frente a una pantalla no hay que pensar, solo decodificar mecánicamente las leras, una tras otra, hasta quedar obnubilado por la luz del screen y por la opacidad de las letras que, incluso, pueden cambiar de tamaño y de color ante nuestros ojos. La lectura, reposada, va cediendo al vértigo de las nuevas tecnologías audiovisuales como signo de nuestro tiempo. La pasividad por sobre la acción. La comodidad de hacer click en lugar del afán de investigar en las páginas de un libro de biblioteca. Prohibido pensar, prohibido cuestionar, es la fórmula en boga.
Pero la extensión del
acto de vivir frente a una pantalla, va mucho más allá de la lectura. Frente a
un computador se trabaja, se mantiene relación con el mundo, se tiene sexo, se
accede a la información del entorno, se lee la prensa, se escucha música, se
estudia, se duerme, se ve películas, se compra, se vende. En fin, se vive en
reemplazo de la vida real. Y no se trata aquí de privilegiar una moral cavernaria
versus una ética de la modernidad, sino de una constatación así a secas, sin
comentarios adicionales. La propia actitud express
frente a la vida implica no hacerse líos, no moralizar, no regañar ni renegar,
sino acatar. Usando ese gerundio tan ecuatoriano, diríamos que la pantalla te da viviendo. Una vida virtual, por
cierto, en detrimento de la vida real, aquella chata, desteñida, aburrida y sacrificada
que implica volver a usar los órganos vitales como antes.
Es una completa
inutilidad usar la inteligencia práctica para entendernos con el mundo, si un aparato
nos lo da haciendo y nos entrega un enlatado que reemplaza la capacidad de asombro,
discernimiento y crítica frente a la realidad. En esto de obtener saberes del entorno, la tendencia
audiovisual tiende a hacer desaparecer la clase formal, el profesor frente a los alumnos,
el rol del maestro ante los discípulos. Una tabla digital contiene todo lo que
tiene decirnos un profesor durante un año y un chip almacena infinitamente más datos que los conocimientos adquiridos
por nuestros maestros de carne y hueso durante su longeva vida.
Cultura de lo efímero
“La
lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen
sintética. Esta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la
secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí
mismo”, se quejaba con amargura Giovanni Sartori. Ese lamento del autor italiano
tiene mucho de duelo por la muerte de lo textual. ¿La cultura de la imagen está
desplazando a la cultura del texto?
Abdón Ubidia dice con acierto
que la televisión es el medio del olvido,
de la vertiginosidad que no permite retener, sino olvidar de un instante a otro
lo visto y oído. La relación con el mundo de las imágenes virtuales tiene mucho
de tele mirada: lo instantáneo no deja percibir lo esencial. Y esa relación de vértigo
está atravesada por la fascinación ante el destello de la imagen en movimiento que
hechiza, subyuga y atrapa. Una ironía de Groucho Marx bien vale para matizar con humor esta realidad, por lo demás patética: gracias a la televisión encendida leo más libros
en el cuarto de al lado…
Si enfréntanos la
disyuntiva de vivir esencialmente, volver a amar la profundidad del pensamiento
crítico, la reflexión reposada, la búsqueda de la verdad en las honduras del
saber, quiere decir que estamos condenados a vivir en contravía en la ancha
autopista de lo virtual. Pero si la idea es pasar veloz por la vida, sin rollos
existenciales, echando mano de información enlatada que reemplace al tedioso
acto de pensar y sentir recio, entonces estamos en el mundo indicado.
Pero ojo, la banalidad no
es propia de la cultura audiovisual, también la cultura de imprenta, de tomo y
lomo, puede caer en la trivialidad y convertirse en volador de luces. Vivimos
en el mundo de las fórmulas compendiadas, las recetas de bolsillo, la literatura
de autoayuda que vende como pan caliente procederes plagados de obviedades, pero
envueltos en el celofán de la superación personal y el éxito social. Ahí están
los gurús de la autoayuda, los agoreros del desastre, los marketineros de la
esperanza comprimida a un tips, los consejeros espirituales al estilo Coello y
Jodorowsky y de tal, que es otra fórmula de cultura light y efímera.
Entonces la calentura no está en las sabanas. El formato digital no es sino
el efecto, mas no la causa de una cultura trivial y acrítica. Es una herramienta
que por sofisticada que aparezca, resulta tan inocua como un lápiz de carbón. El
condumio nos lo proporciona una mirada esencial a la vida, aquella que nos permite
constatar que aun en la vorágine se puede reflexionar, y aun en el vértigo se puede
sentir la paz espiritual que se requiere para sobrevivir en la cultura de lo
transitorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario