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lunes, 27 de octubre de 2014

PALMIRA ROSES, NOSTALGIAS DE LA ALDEA


Por Leonardo Parrini

Que el duelo de la vida duele más que el de la muerte, no hay duda. Se prolonga más allá de la pérdida de un ser amado, y cae de bruces sobre la nostalgia del futuro, no solo del pretérito imperfecto, cuya acción, se suponía, quedaba abierta al devenir. La partida final de la escritora catalana Palmira Roses, -madre de cinco de mis hermanos de padre- deja un vacío de añorar lo que nunca jamás sucedió en ese porvenir que duele por no haber ocurrido. 

Y esa nostalgia guarda relación con las uvas de Macul y las tardes rubias de sol dando cuenta de una generosa sandia en el huerto rodeado de achiras. Y de aquellas jornadas de lluvia en la casa de madera bebiendo interminables tazas de café entre alusiones a la vida de los escritores que cultivaron nuestro espíritu tempranamente. Esas congregaciones colectivas cuando la vida política de Chile transitaba por las grandes alamedas junto a la esperanza. Y esa algarabía de cada septiembre rojo, que conmemoraba todo lo trascendente que le ocurrió a los chilenos en su historia claroscura. Todo aquello que era parte de un pretérito imperfecto, ahora sin futuro posible. Ese absoluto que no da cabida, sino a la nostalgia también imperiosa. 

A Palmira Roses la conocí hace ya algunos años, cuando comencé a frecuentar el hogar que compartía con mi padre y sus hijos Vicente, Paloma, David, Rodrigo y Sebastian, cinco hermanos que me devolvía la vida como una promesa. Palmira había llegado a Chile procedente de Cataluña, siendo aún una joven de pollerón largo y cabellos cortos que dejaba los paseos en bicicleta por Sabadell, su aldea natal, para vincularse a la aventura vital de un Chile que abría sus puertas a los migrantes españoles. 

Palmira traía la poesía en la piel. Testimonio vital de su infancia en Sabadell, su pueblo que le había premunido de los elementos existenciales para escribir versos necesarios, como el pan, en sus Cartas a Sabadell:

Hay un tren detenido entre la nieve de mi memoria…
En la memoria tengo el don de la ubicuidad
Igual que un personaje de Chagall
Vuelo sobre el tren
Oscuro sólido y blanco por la nevada

Y Sabadell asoma como un destello que anuncia la luz del recuerdo.

En otoño este bosque
Acapara todos los tonos ocres
Y amarillos del mundo
Cuando llueve
Deberían ver la lluvia en el bosque
Se descuelgan grandes gotas
De sus hojas
Y en los charcos uno siente el vértigo
De caerse del cielo.

Vértigo de la memoria poética que se disipa en versos de una poesía que es usual como el cielo que nos desborda, al decir de René-Guy Cadou. Hechos de nostalgias ciertas y con palabras verdaderas que fueron escritas desde la serenidad cabal del espíritu de su autora, para expresar la desazón que me producen los recuerdos, según su propia confesión.

Mi último encuentro con Palmira fue en Hueldén, una pintoresca caleta de pescadores, al sur del mundo, allá en la isla de Chiloé. Era el invierno del 2006 durante mi visita a Chile. Días  de evocaciones y promesas que se prolongaron, a mi regreso a Ecuador, en un sustancial epistolario que mantuve con Palmira, en el que nunca deje de sentir ese hálito vital que solemos percibir en las palabras de los seres amados. Junto a los manzanos desnudos del huerto de la cabaña que mi hermano Vicente había construido junto al mar, recordamos y revivimos ese pretérito que se volvía perfecto en la memoria. 

Y en esa memoria Palmira es la muchacha que transita en bicicleta por las calles de Sabadell. Abro después de muchos años las páginas luminosas de su Cartas a Sabadell y me estremece su lectura con un temblor de nostalgia.

Nadie ha muerto en esta casa
Los que a ella llegan traen sus propias historias
Y entre el tejer y el destejer de la charla
Algunas hilachas quedan perdidas en los rincones…
Puedo irme y en esta casa nadie llorara mi ausencia

Un recuerdo que se arrincona a contravía, porque mientras uno espera todavía más de la vida, Palmira Roses acaso quería retomarla como un recuento. No sea cosa que Palmira se nos fuera para cumplir ese designio de Alonso Gatto: Todos tenemos prisa de morir para regresar a nuestra aldea…­

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