GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

domingo, 21 de septiembre de 2014

CIEN AÑOS DE UN ANIMAL PURO


Por Leonardo Parrini

Se cumplió el primer centenario de un animal puro, Pedro Jorge Vera, cuya memoria hoy pervive estigmatizada por el nombre de uno de sus libros. Como el caso de Cortázar, -autor de Historia de Cronopios y Famas- que sobrevino en gran cronopio, a partir de su texto trascendental. Pedro Jorge es el exponente de una especie de animal de rara pureza, acaso en extinción o evolución permanente. Cuando la memoria empieza a transitar la segunda centuria de Pedro Jorge Vera, surge un texto evocador, coral, que construye en varios tonos las señas personales de uno de los escritores trascendentales de las letras latinoamericanas: Cien años de un animal puro (editado por Miguel Mora Witt). Y esa pluralidad habla desde ya de un rasgo esencial de Pedro Jorge: su ocupación por los demás, su atento transitar en la vida por los otros. Solidario hurgador de causas comunes fue el gran multiplicador de voluntades, como quien divide el pan sobre la mesa.

Pedro Jorge, en la sugestiva frase de Abdón Ubidia, fue un triunfador de la vida, victorioso en aquello de moldear una existencia plena amasada en la fe en el ser humano y sus posibilidades de cambio, no sólo de contemplador de la realidad. Esta impronta esencial de Pedro Jorge es un punto de partida propicio para entender a este creador que desbarata, este hacedor que disecciona la realidad para transmutarla en el revés de las cosas, revolucionariamente. De este rasgo me valgo para evocar una frase que alguna vez me dijo, en una de las tantas noches de tertulia, a la salida de sus clases en la Facultad de Comunicación de la Universidad Central: nada en la vida es tan permanente como el cambio. Vieja verdad que se volvió luminosa en sus palabras aquella noche de guayusas y charla. Pedro Jorge era un fisgón de la vida, para el que ningún detalle, por cambiante que fuera, pasaba desapercibido por indiferencia. Como tal, fue un certero registrador de un tiempo claroscuro y febril, un ser humano que reverdeció la pasión a flor de piel, enraizada en lo más hondo de su corazón.

El libro que tengo en mis manos Cien años de un animal puro -por generosidad de Silvia, su hija-, tiene la virtud de ser el retrato hablado de un hombre que amó la vida y agradeció al ocaso de vivirla intensa, reciamente, con el propósito de no perderse un solo instante de su transitoria fugacidad. Hombre de vanguardias, en el sentido pionero del término, se anticipó a su tiempo con una propuesta fecunda por lo rebelde, viable por lo tangible de nuevas ideas. En esa brega Pedro Jorge eligió las trincheras de avanzadas, como un combatiente a tiempo completo. Hecho de una sola pieza vital, nunca conocí un revés de su pensamiento, preclaro y consecuente con sus principios y sus fines.

Una obra generacional

A menudo las tendencias se expresan en la conjunción de ideas de una misma generación que encuentra un denominador común de intereses, mismos sueños, coincidentes acciones. ¿Qué tiene en común la generación de los animales puros? En principio, la obra se trata de una novela generacional, -en la constatación de Yanna Adatty Mora-, es decir, convoca y expresa el sentir de una pléyade de jóvenes revolucionarios guayaquileños que, luego de bregar en la lucha y transitar las contradicciones propias de su entorno adverso, adviene en la visión cruda de una novela realista. Un realismo social que, por definición, termina siendo la crónica profunda y descarnada de los hechos más relevantes de una época. Pero no es suficiente constatar su carácter denunciante, Los animales puros amerita una lectura didáctica, sugestiva, de una conclusión que cobra forma desde las primeras páginas: el augurio de una revolución en el Ecuador, aun cuando las vicisitudes de la coyuntura posterguen el intento para el futuro, y en el presente se tenga la sensación de haber luchado por nada.

¿Lo anterior no contradice la propia personalidad del autor? Acaso quienes conocimos a Pedro Jorge y fuimos privilegiados con su amistad ¿no fuimos, al mismo tiempo, contagiados por su visión esperanzadora de la vida? Es en esa otra forma de decir de Pedro Jorge, la poética, que subyace la respuesta. Sus versos esparcidos en una breve pero, intensa obra escrita, esencialmente en soneto, tiene el destello de la esperanza en el devenir de los hechos: Empinado sobre los amaneceres. Torcí el timón de mi nave…para encontrar a Dios y a los gusanos. Yo había sido un poeta de la espuma. Esta tierra y sus cosas son viejas. Pero todo es bello cuando algo se espera. Sentencia la critica que la poética de Pedro Jorge es de una finura especial, una vertiente subterránea lírica de clara estirpe social y mitológica. Percibimos en ella el giro destellante del último verso, lo revelador e inesperado, tan propio del arte auténtico, anunciador de que la vida, más temprano que tarde, se inclina a favor del hombre. Sin embargo, amerita contrastar esta idea con aquella de Femando Tinajero que habla de la obra de Pedro Jorge, como la triste y tormentosa historia ecuatoriana desde los orígenes de nuestro siglo hasta la actualidad. Un rasgo complementario y esencial de su personalidad asoma de la pluma de Edgar Alan García, cuando constata en Pedro Jorge el rechazo a toda superstición y de todo devaneo metafísico, tan instrumentalizado por los detentores del poder para insuflar temor en el pueblo a sus propias decisiones.

En otros tópicos de su vida y de su obra, Cien años de un animal puro consigna el sentido amoroso de los textos de Pedro Jorge. Pero es que sus textos se corresponden con la vida como el cóncavo al convexo. Amor por la vida, amor a la lucha que desbroza el camino hacia la libertad y la justicia, amor al amor mismo. Pedro Jorge amó todo lo que subvirtió su espíritu aventurero, desde las muchachas en flor hasta los libros más antiguos. Amó los elementos que le fueron dados en esta travesía de amor y lucha incansable. De principio a fin y después de sus días, Pedro Jorge, para quienes admiramos su obra y amamos su presencia en este mundo, Los Animales puros se ha convertido en sucedáneo de su autor, según la certera proclama de Iván Egüez. No obstante, no es arriesgado decir que su autor se parece también, cada día más, a su obra máxima, como animal de singular pureza vital. La reseña Cien años de un animal puro, libro necesario que viene hacer justicia a un autor imprescindible de nuestra literatura suramericana, nos devuelve a Pedro Jorge el amigo, el maestro de generaciones, el intelectual combatiente, al ser humano luminoso e iluminado que tanta luz arrojó sobre los contrastes de su tiempo claroscuro.

Una imagen navega en mi memoria bajo el faro de su egida. La única vez que no lo vi sonreír, Pedro Jorge dejó escapar una lágrima ante el retrato de Salvador Allende, que aún permanece colgado en la sala de su morada. Esa tarde confesó que la última vez que había llorado fue el 11 de septiembre de 1973, el día que murió el Presidente chileno. Su viril tristeza me conmovió profundamente. Había venido a su memoria un tiempo de luchas y amores. Ese día empecé a creer que uno lleva sus muertos vida adentro, según la propia afirmación de Pedro Jorge. Un sentimiento similar irrumpe en mi espíritu cuando evoco a este animal puro, emerger del recuerdo como un barco de la bruma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario