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jueves, 11 de agosto de 2011

GRAN POETA, SEÑOR DE LA PALABRA


Por Jorge Dávila Vázquez/ (Rincón de Cultura)


Rafael Díaz Icaza es una figura singular de las letras ecuatorianas. Su elección para el Premio “Eugenio Espejo” de este año, consagra a un autor trascendental, tanto en el plano de la narrativa como en el de la lírica.

Díaz ha escrito cuentos de primera; así, los que conforman los volúmenes “Las fieras” y “Los ángeles errantes”, marcados por un realismo deudor de generaciones anteriores; o los que integran libros posteriores, que van marcando su paso hacia un lirismo intenso e incluso hacia expresiones de marcada fantasía, por ejemplo, “Tierna y violentamente”, “Porlamar” y “Prometeo el joven y otras morisquetas”, con el que obtuvo el premio nacional “Aurelio Espinosa Pólit”, el más prestigioso en el campo de la literatura.

Pero el escritor, no solo en sus cuentos magníficos, sino en sus dos novelas, “Los rostros del miedo” y “Lo prisioneros de la noche”, así como en su única pieza de teatro conocida “Ella en el infierno”, sobre Marilyn Monroe, es, esencialmente, poeta. Su “Prometeo”, por ejemplo es un ejercicio sobre el fuego, como símbolo de la palabra, instrumento esencial de lo lírico.

Por eso, el título de estas líneas, porque reiteradamente, Rafael ha sabido darnos, en sus distintos poemarios –desde “Estatuas en el mar”, hasta “Bestia pura del alba”-, verdaderas joyas, composiciones insuperables. Por ejemplo, el bello poema “Ciudad nocturna”, apasionado canto a Guayaquil, su “doncellita pescadora… a la que nadie alcanza/ en la carrera sin fin hacia sus bodas/ con la desilusión.”

Su lírica no es convencional, no está hecha únicamente para agradar al lector, si no también para provocarlo e incluso zaherirlo. En muchos momentos, su producción corre pareja con la de autores ligeramente menores a él, que practicarán enardecidamente la anti-lírica, en la que lo irónico es esencial, como David Ledesma e Ileana Espinel. Así lo vemos en  este “Tango del recasado”, escrito en una tercera persona lírica con la que él se identifica: “Rafael Díaz Ycaza/ participa a usted su nuevo matrimonio/ con una bellísima y horrible/ temible y triste dama/ que no lo hará feliz./ Hoy día, tras varios años de divorcio/ se volvió a matrimoniar con la Poesía / y a soportar sus celos y caprichos,/ sus olvidos culposos;/ todo su desamor y sus excesos”

Versos incisivos, agridulces, en los que explora la difícil y al mismo tiempo ineludible relación entre el creador y su obra poética, por ello, la conclusión: “Rafael Díaz Ycaza/ participa su nuevo nacimiento.”

El humor es, asimismo, un ingrediente que aparece ya en este “Tango”, y que es agudo y acentuado en otros textos, como en el inolvidable “Edú y la muerte”. Veámoslo: “Edú –dijo la muerte-, ya es la hora.”/  Y él replico, sonriendo: / “Zambita espera un poco./ ¿No ves que es muy temprano?/ Anda, más bien convídame/ a un trago de aguardiente.”

Los dos beben, bailan, y terminan “bajo el toldo y en la colcha”, y luego, el seductor abandona a la muerte para irse “de parranda”.

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