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viernes, 5 de septiembre de 2014

CERATI, UNA LEYENDA VIVA


Por Leonardo Parrini

Gustavo Cerati había muerto cuando un accidente cerebrovascular lo dejó al margen de la vida. No es una metáfora, es la realidad. El músico argentino permaneció sin signos vitales durante cuatro años y sin responder a los estímulos del mundo exterior. Esa muerte en vida lo había convertido en una leyenda. Una historia triste de la que nadie quería contar el final inminente, crónica anunciada de una vida extinguida antes de tiempo. Al sufrir el colapso cerebral, Cerati recorría una senda en solitario, separado de Soda Stéro, su banda original con la que grabó exitosos discos como Nada personal, Signos y Canción animal.

Cerati había entrado a la muerte en puntillas, como para no despertar ese sentido de absoluto que la caracteriza, la noche del 15 de mayo del 2010, cuando en el horizonte de su mente se escondió el sol y el rockero entró en la oscura zona del coma. Calló su guitarra, enmudecieron sus fans y un silencio de cámara lenta se apoderó del mito naciente del otro Cerati, el que ya no emitía sonidos ni luz sobre el escenario.

Pero como todo artista, su vida y su muerte estaban signadas por una suerte de magia. Se había muerto sin partir físicamente; y estaba allí para alimentar la esperanza de sus seguidores que lo sentían vivo, pese a la muerte de sus signos existenciales. Cerati entraba en el túnel oscuro después de brillar en una década ochentera, para muchos, perdida. Ahogada en el marketing musical y en el estruendoso influjo de los sesenteros que habíamos querido cambiar el mundo para bien. La suya fue una época de mímesis, de crisis de creatividad, de oscurantismo cultural. Una década en la que todo lo que estaba por hacer, ya estaba hecho; pero Cerati traía un extraño as bajo la manga, siempre prestidigitador de la vida. Ese acto de magia de su música que dio sentido a un género fatuo, mercantil y mimético, el pop rock. Sobre el escenario encendía un fulgor y un sonido únicos, en el timbre de su voz privilegiada y su ángel alado que desplegaba bajo los reflectores.  

Cerati recompuso el ritmo de una época sin mayores variantes musicales, reiterativa y escuálida en innovaciones, la música de la década de los ochenta adquirió un sentido, una impronta sonora especial en la voz del argentino. “Uno de sus fuertes vocales era el registro, bastante amplio, tenía agudos lindísimos y también dominaba los graves”, dicen sus fans.

Lo importante es que su voz no ha muerto, vive en el espectro virtual de los sonidos registrados y almacenados para siempre en la nube cibernética. Ese talento suyo de un virtuosismo tal, que le permitía situarse en el escenario como un divo de la voz. Como profesional echó mano de su herramienta con estirpe de grande: su voz, un instrumento adicional a la banda, capaz de transitar los bajitos sutiles e irrumpir en los tonos altos con fuerza inusitada.

En esa travesía de sonidos, Cerati fue un solitario de la década menos favorecida por el esplendor musical; heredera de los vestigios setenteros en que el arte latinoamericano fue acorralado por la cultura de masas impuesta por la miseria estética que implantó el fascismo de las dictaduras militares que asaltaron el continente.  

En el fondo del contenido de sus letras subyace, para muchos, el influjo de Borges, Rilke y Paz. Baste citar lo que sus propios seguidores consignan: canciones como Tabú, en clave criptica, o tribulaciones del padre primerizo en Ojo de Tormenta y Luna roja, sobre las víctimas del sida.

Ángel alado

Hoy la crónica consigna que “es uno de los músicos que más ha influido en el rock latinoamericano. Con Soda Stéreo grabó exitosos discos, aquel grupo emblema integrado también por Zeta Bossio y Charly Alberti, e influido en un principio por The Police y The Cure, nació en 1982 y continuó hasta 1997, aunque regresó con una gira de despedida en 2007. Se hizo famoso con temas como Te hacen falta vitaminas, Cuando pase el temblor, En la ciudad de la furia, De música ligera, Primavera 0, Ella usó mi cabeza como un revólver y Persiana americana.”

Cerati procreó dos hijos: Benito, de 21 años, dedicado a la música, y Lisa, de 18, en un segundo matrimonio con la modelo chilena Cecilia Amenábar. Cerati se había casado por primera vez en los 80 con la vestuarista Belén Edwards y la noche de  su crisis cerebral llevaba cuatro meses con la modelo Chiloé Bello. En 1997, se había despedido con un concierto en el campo de River Plate en el que pronunció, al final, la recordada frase “gracias totales”, justificando su alejamiento de Soda en estos términos: Cualquiera sabe que es imposible llevar una banda sin cierto nivel de conflicto. Es un frágil equilibrio en la pugna de ideas que muy pocos consiguen mantener por 15 años, como nosotros orgullosamente hicimos.

Otra vez en River, en final de la gira del reencuentro fugaz, prometió: Hasta dentro de diez años. No lo cumplió, y su mundo de sonidos mágicos quedó en silencio. En este silencio sepulcral que deja su muerte física, me suena en la cabeza una frase que le oí a una de sus fans: Nos faltó más Cerati. Es innegable que Gustavo Cerati saltó de un golpe de alas negras a la eternidad, mítico y alado, donde permanecerá para siempre como una leyenda viva.

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