Por Leonardo Parrini
Gustavo Cerati había
muerto cuando un accidente cerebrovascular lo dejó al margen
de la vida. No es una metáfora, es la realidad. El músico argentino permaneció
sin signos vitales durante cuatro años y sin responder a los estímulos del mundo
exterior. Esa muerte en vida lo había convertido en una leyenda. Una historia
triste de la que nadie quería contar el final inminente, crónica anunciada de
una vida extinguida antes de tiempo. Al sufrir el colapso cerebral, Cerati
recorría una senda en solitario, separado de Soda Stéro, su banda original con
la que grabó exitosos discos como Nada personal, Signos y Canción animal.
Cerati había entrado
a la muerte en puntillas, como para no despertar ese sentido de absoluto que la
caracteriza, la noche del 15 de mayo del 2010, cuando en el horizonte de su
mente se escondió el sol y el rockero entró en la oscura zona del coma. Calló
su guitarra, enmudecieron sus fans y un silencio de cámara lenta se apoderó del
mito naciente del otro Cerati, el que ya no emitía sonidos ni luz sobre el
escenario.
Pero como todo
artista, su vida y su muerte estaban signadas por una suerte de magia. Se había
muerto sin partir físicamente; y estaba allí para alimentar la esperanza de sus
seguidores que lo sentían vivo, pese a la muerte de sus signos existenciales.
Cerati entraba en el túnel oscuro después de brillar en una década ochentera, para
muchos, perdida. Ahogada en el marketing musical y en el estruendoso influjo de
los sesenteros que habíamos querido cambiar el mundo para bien. La suya fue una
época de mímesis, de crisis de creatividad, de oscurantismo cultural. Una década
en la que todo lo que estaba por hacer, ya estaba hecho; pero Cerati traía un extraño
as bajo la manga, siempre prestidigitador de la vida. Ese acto de magia de su música que dio sentido a un género fatuo, mercantil y mimético, el pop rock. Sobre el escenario
encendía un fulgor y un sonido únicos, en el timbre de su voz privilegiada y su ángel
alado que desplegaba bajo los reflectores.
Cerati recompuso el
ritmo de una época sin mayores variantes musicales, reiterativa y escuálida en
innovaciones, la música de la década de los ochenta adquirió un sentido, una impronta
sonora especial en la voz del argentino. “Uno de sus fuertes vocales era el registro,
bastante amplio, tenía agudos lindísimos y también dominaba los graves”, dicen
sus fans.
Lo importante es que su voz no ha muerto, vive en
el espectro virtual de los sonidos registrados y almacenados para siempre en la
nube cibernética. Ese talento suyo de un virtuosismo tal, que le permitía situarse en el escenario
como un divo de la voz. Como profesional
echó mano de su herramienta con estirpe de grande: su voz, un instrumento
adicional a la banda, capaz de transitar los bajitos sutiles e irrumpir en los
tonos altos con fuerza inusitada.
En esa travesía de sonidos, Cerati fue un solitario
de la década menos favorecida por el esplendor musical; heredera de los
vestigios setenteros en que el arte latinoamericano fue acorralado por la cultura
de masas impuesta por la miseria estética que implantó el fascismo de las
dictaduras militares que asaltaron el continente.
En el fondo del contenido de sus letras subyace, para
muchos, el influjo de Borges, Rilke y Paz. Baste citar lo que sus propios seguidores
consignan: canciones como Tabú, en
clave criptica, o tribulaciones del padre primerizo en Ojo de Tormenta y Luna roja,
sobre las víctimas del sida.
Ángel alado
Hoy la crónica consigna que “es uno de los
músicos que más ha influido en el rock latinoamericano. Con Soda Stéreo grabó
exitosos discos, aquel grupo
emblema integrado también por Zeta Bossio y Charly Alberti, e influido en un
principio por The Police y The Cure, nació en 1982 y continuó hasta 1997,
aunque regresó con una gira de despedida en 2007. Se hizo famoso con temas como
Te hacen falta vitaminas, Cuando pase el temblor, En la ciudad
de la furia, De música ligera, Primavera 0, Ella usó mi
cabeza como un revólver y Persiana americana.”
Cerati procreó dos hijos: Benito, de 21 años,
dedicado a la música, y Lisa, de 18, en un segundo matrimonio con la modelo
chilena Cecilia Amenábar. Cerati se había casado por primera vez en los 80 con
la vestuarista Belén Edwards y la noche de
su crisis cerebral llevaba cuatro meses con la modelo Chiloé Bello. En
1997, se había despedido con un concierto en el campo de River Plate en el que pronunció, al final, la recordada frase “gracias totales”, justificando su
alejamiento de Soda en estos términos: Cualquiera
sabe que es imposible llevar una banda sin cierto nivel de conflicto. Es un
frágil equilibrio en la pugna de ideas que muy pocos consiguen mantener por 15
años, como nosotros orgullosamente hicimos.
Otra vez en River, en final de la gira del
reencuentro fugaz, prometió: Hasta dentro
de diez años. No lo cumplió, y su mundo de sonidos mágicos quedó en
silencio. En este silencio sepulcral que deja su muerte física, me suena en la
cabeza una frase que le oí a una de sus fans: Nos faltó más Cerati. Es innegable que Gustavo Cerati saltó de un golpe de
alas negras a la eternidad, mítico y alado, donde permanecerá para siempre como
una leyenda viva.
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