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E c u a d o r - S u d a m é r i c a

lunes, 27 de enero de 2014

SECRETOS DEL DESNUDO ARTISTICO


Por Leonardo Parrini

Una de las grandes obsesiones de los fotógrafos es hacer desnudo artístico. Enfrentar un cuerpo femenino o masculino, posando delante de la cámara en toda su flagrante desnudez. Y esa obsesión, natural en el hombre y en la mujer por lo demás, pone al fotógrafo -o al pintor- frente a cuerpos sin historias que contar, o mejor, con una historia por construir y ahí comienza el desafío.

Una toma de decisiones que pasa por elegir el escabroso camino del erotismo, sin más certidumbre que la carne al desnudo o, la variante del arte, aquella que bajo la fascinación estética podamos elaborar un discurso con intensiones simbólicas. Nótese que el desnudo artístico y la pornografía arrancan de un mismo elemento, trabajan con la misma prima materia carnal dispuesta ante el ojo avizor del fotógrafo. ¿Dónde entonces está la diferencia entre la intención del voyerista y del artista, o son instancias de una misma unidad de sentido?

Ya sabemos, sea dicho de paso, que erotismo difiere de pornografía por su lectura, es decir, el primero tiene una historia que contar y que leer, mientras que la pornografía es desnudez ipso facto, inmediata, sin preámbulos pretéritos y sin proyección futura, según la acertada apuntación de Abdón Ubidia. Una foto pornográfica no cuenta nada, no tiene historia, su razón de ser es mostrar; un desnudo artístico -más cerca de lo erótico- está hecho con la intención de un discurso simbolizante, plástico, su razón de ser es la fruición, pero estética.  

Pero hablando con sinceridad: no es posible que lo uno camine, definitivamente, separado de lo otro. Es hipócrita decir que el arte erótico es aceptable por ético y que la pornografía es condenable por inmoral. Nada más alejado de la realidad, porque el erotismo artístico no tiene porqué se moralizante y el erotismo pornográfico que muestra la evidencia de un cuerpo desnudo, subyace también en toda obra de desnudo artístico.  


Entre la mirada del artista y la del voyeur

¿Dónde termina la mirada del voyeur y comienza la del artista, o viceversa? La respuesta la encontramos en la palabra y obra de la ilustradora chilena Daniela Gugliemetti, creadora del colectivo Dibujo a domicilio. Daniela, reflexionado sobre la creación plástica, echa luces destellantes sobre el trabajo de los retratistas, -o fotógrafos- del desnudo. En conversación con Anne Cé, del colectivo BlogEros, la artista sureña cavila en torno a la relación que se establece entre el retratista, el fotógrafo y las o los modelos, al momento de una sesión de desnudos.

Una afirmación suscitadora inicia los fuegos sobre cómo se comporta el ojo sobre la carne: El artista no sólo posee, también se deja tomar por la contemplación. El arte transforma la seducción del modelo y la mirada atrevida del artista en una expresión que condensa la dualidad.

Se desea cuando se mira, a través del visor que nos separa de la modelo; es como poner un tabique que le quita respiración a las presencias del fotógrafo y la modelo. Esta afirmación es compartida por un mayoritario colectivo de fotógrafos con quiénes he conversado del tema, ya en la intimidad de un café o de un trago. Y es un ejercicio de sinceridad necesario para entender desde dónde arranca el arte y dónde empieza el erotismo, sin más ni más.

Gugliemetti anota que "la idea de ser expuestos pasivamente a la mirada atenta del pintor o mostrarnos rendidos y sin pudor ante él tiene un no-se-qué que emociona y un toque de erotismo. La vista, sin duda, acerca al tacto. Tímidamente, tememos que aflore nuestro morbo y que se nos descubra disfrutando de la condición de voyeur o de la de exhibicionista, pero nos sentimos aliviados de que todo ocurra en un terreno donde el arte es lo primero y donde hay permiso para que esta tímida fantasía tenga lugar. La belleza nos ha tocado". Esta afirmación puesta a consideración de mis amigas y amigos fotógrafos es una confesión de guerra que nadie desmiente para nada.

Todos, además, concuerdan en que la intimidad creada en el estudio, o locación, entre el fotógrafo y la modelo, es capaz de crear y transmitir complicidad, precisamente, por “haber estado en un lugar al que sólo tienen acceso los más íntimos”. Esto nos recuerda el pánico de Marilyn Monroe a la cámara, bajo la mirada de todo el staff en el set, mientras su cuerpo desnudo se contorneaba bajo la luz obscena de la escena que ella asumía bajo el efecto de tranquilizantes. Allí no había intimidad posible.

Una modelo me dijo una vez: me desnudas con la mirada y le respondí al contrario quiero vestir tu desnudez de historia, para lo demás hay tiempo. Preguntó ¿Te alcanza con mirar/me? Guarde silencio y en mi fuero interno respondí: tal vez. Esta anécdota ilustra lo que siempre he sospechado: En la sesión fotográfica, bien planificada, es dable que se cree un clima propicio para lo que Daniela llama “tomarse sus licencias”, es decir ese instante que “como voyeurs, los dibujantes acarician cuerpos con la mirada inquieta y es de los lápices el privilegio del contacto”. Ese mismo privilegio se produce con el fotógrafo frente a la modelo,  “una extraña intimidad compartida” que, si todo avanza bien, queda en cada una de las fotografías. Y la conclusión de Daniela es contundente: esta experiencia reservada a artistas convierte en verdaderos voyeurs también a los amantes del arte erótico.

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