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lunes, 18 de agosto de 2014

LA CULTURA DEL OLVIDO O EL OLVIDO DE LA CULTURA


Por Leonardo Parrini

Caminando por el malecón de la ciudad de Coca se pueden ver los deslizadores, canoas y paquebotes mecerse bajo la cálida brisa que reverbera sobre las aguas, también cálidas, del rio Napo. Mientras esperamos zarpar hacia Pañacocha con un grupo de intelectuales invitados por la Vice Presidencia a visitar los pozos petroleros del bloque ubicado en los bordes del Yasuni,  miro los vestigios de lo que fue una embarcación ancestral que se lleva la corriente y pienso en la cultura. Si, en esa cultura a la que siempre -a propósito de los invitados- salimos al rescate cual caballeros andantes. Esa cultura que, para diferenciarla de la forma refinada de vida cultural, habría que ubicarla en todo aquello que no es naturaleza. Y en ese aglomerado nos cabe todo lo que el hombre hace con sus sentidos.

Los vestigios de la canoa ancestral se pierden en el horizonte de un meandro del rio y a la búsqueda de un mejor término que defina lo que entendemos por cultura, me embarco en el arca de Noe, donde todo cabe: educación, ilustración, refinamiento, información vasta, para referirnos a la cultura como un cúmulo de conocimientos y aptitudes intelectuales y estéticas. En seguida repiquetean en mis oídos las palabras de uno de los asesores de nuestro anfitrión, el Vicepresidente Jorge Glas, quien dice estar empeñado en cambiar la matriz cultural del país. ¿A qué se refiere con ello? Tal vez a la forma de producir cultura o a la cultura de producir cosas tangibles.

Como fuere el caso ¿no debería el Ministerio de Cultura emitir un criterio al respecto? Lo más probable es que no haya ensayado un criterio todavía el Ministro de esa cartera, agobiado por las múltiples ocupaciones ministeriales, que en el decir del Presidente de la Casa de la cultura, Raúl Pérez Torres, convierten a esa cartera de Estado en “misterio de cultura”, porque según él nada se sabe al respecto de su política cultural de puertas abiertas qué debería existir hacia el pueblo llano y hacia los intelectuales también llanamente orgánicos con la revolución de los ciudadanos. 

Los trozos de canoa ancestral se han perdido definitivamente en el confín del rio y una idea navega por mi cabeza. Esa canoa que se acaba de perder ¿acaso no es la prueba de que cultura y civilización no son lo mismo? Dresde Heinrich Rickert, concentrado en su esfuerzo por ver a la cultura como algo separado de naturaleza, acuñó la idea de que un perfil de mármol sacado de una cantera es un objeto civilizatorio, pero si ese mismo trozo de mineral es tallado por las manos humanas se convierte en producto cultural, con un valor agregado de belleza, como obra de arte, es decir, obra de cultura. Sugestiva idea, porque transversaliza un criterio: la cultura es un producto humano, por más que la naturaleza sea nuestra madre tierra, son sus hijos los que al transformarla, crean cultura. Parece que de ese modo se diferencia a la cultura, lo creado por el hombre y por todos los hombres, de lo simplemente dado, de lo natural que existe en el mundo.

Pero como nos complace navegar a contracorriente, diremos que esa dicotomía entre cultura y civilización marcada por la mano del hombre creador, comporta el riesgo de naturalizar la división entre el trabajo mental y los oficios materiales, elegantemente, retornando a la vieja disputa entre idealismo y materialismo que sancionaba una línea insuperable entre lo intelectual y lo manual. Esa vieja dicotomía creada en occidente ¿no fue acaso la que sacralizó los conocimientos exquisitos de la filosofía, el arte, por sobre la sabiduría llana de los pueblos que vino a consolidar los privilegios de una clase dueña del conocimiento y de los medios para producirlo?

Alerta, Ministro de Cultura. La sociedad del conocimiento que propicia el régimen debe ser vigilada desde cerca para que no se vaya a convertir en la sociedad de los privilegiados del conocimiento y los predilectos del poder, jóvenes funcionarios que por el hecho de serlo tienen ventaja sobre sus coterráneos para acceder a títulos de tercer nivel, centros especializados o universidades focalizadas en crear homo sapiens. El viejo no posee ya aquella superioridad sobre la juventud porque sus conocimientos acumulados ya están caducos...Será que en el cambio de matriz cultural existe un instante fecundo para pensar en estas elucubraciones, pertinentes, en todo caso.  

Qué sería cultura

¿Nos hemos preguntado qué es cultura como para pretender cambiar su matriz? Ahí está la guinda del pastel. Una cuestión básica para no caer en el olvido de la cultura o en la cultura del olvido de las diversas formas que ésta adopta como expresión de la gestión humana. Arranquemos de una premisa: la cultura puede abarcar todas las instancias de una formación social, o sea los modelos de organización económica, las formas de ejercer el poder, las prácticas religiosas, artísticas y otras. Esa pluralidad de cultura contribuye a la diversidad cultural, es decir, no existe la cultura sino las culturas, como un hecho tangible materializado por la mano del hombre. Y aquí navegamos aguas turbulentas porque habría que admitir bajo estas premisas que “cada cultura tiene derecho a darse sus propias formas de organización y de estilos de vida, aun cuando incluyan aspectos que pueden ser sorprendentes, como los sacrificios humanos o la poligamia”.

Cache advierte que esa generalización corre el riesgo de hacer perder jerarquía a las formas culturales y provocar su pérdida de poder operativo, volviéndolas inconmensurables. Si se concibe con Pierre Bourdieu a la sociedad como un “conjunto de estructuras más o menos objetivas que organizan la distribución de los medios de producción y el poder entre los individuos y los grupos sociales”, queda un espacio vacío, inexplicado, en el que radican diversas formas culturales que subyacen como idiomas nativos, artes milenarios, prácticas fetichistas y más. ¿Dónde quedan los rituales ancestrales, las ceremonias mágicas de nuestros ancestros amazónicos como pintar sus cuerpos, beber pócimas alucinógenas, colgarse semillas del cuello y salir al encuentro de dioses que habitan las cascadas de la Amazonía siempreviva? 

Si profundizamos en esta travesía de desentrañar el significado de las culturas, veremos que las cosas no sólo tienen un valor de uso y un valor de cambio. Jean Baudrillard, les confería, además, un valor signo y un valor símbolo. Estos son los valores que dan sentido al objeto en la relación que establece con el sujeto. Y otorgan sentido, además, a la vida misma del hombre.

¿Pobres ricos?

Estamos en la tierra para producir, valernos de lo producido, y esencialmente para recrear nuestra relación espiritual con las cosas. Y esto ya pertenece al ámbito de lo cultural, entendido como la forma de mirar y admirar el mundo, y no solamente de apropiarnos de su materialidad. Un país que no rinde culto a su tierra, a su gente y a los recursos y productos  intangibles de las culturas, corre el riesgo de convertirse en enclave económico y social culturalmente pobre, que es la peor de las pobrezas. Por sobre las relaciones de fuerza vinculada al valor de uso y de cambio –como diría Bourdieu- están las relaciones de sentido con las cosas que otorgan significado a nuestra correspondencia con el mundo. En ese ámbito del mundo destella el faro de la cultura. Esa cultura abarcaría un conjunto de procesos sociales de significación que incluye la producción, circulación y consumo de la significación en la vida social.

Llegamos a Pañacocha navegando por el rio Napo y los hombres y mujeres de cultura, invitados por la Vice Presidencia, se quedan boquiabiertos ante el ritual más impresionante que pueda realizar el hombre en la selva. Succionar los pechos ondulantes de las estribaciones selváticas de la Pachamama para extraer de ella su riqueza y así alimentar su vida, su calidad de vida. Pañacocha representa el entendimiento, ojala siempre armónico, entre cultura y naturaleza. El desafío radica en hacer de ese encuentro una amalgama integral, que no sólo registre las cifras de producción hidrocarburifera, las tecnologías que allí se implementan para provocar el menor impacto posible, sino también -y por sobre todo-, el sentido de ese encuentro entre hombres y mujeres de un mismo país y de diversas culturas. Juntos ejerciendo alternativas formas de vida que, en la nueva época petrolera, pretenden crear y compartir un destino común. Una cultura de sentido inteligente y respetuoso con la naturaleza, como la única actitud cultural posible de sobrevivir.   

1 comentario:

  1. 1. La cultura o culturas tienen una matriz?. Prefiero el concepto de Ethos.
    2. Si bien el decir es un hacer, creo que hay cosas más allá de la urgencia semántica utilizada en el diálogo. Hermano, creo que la generación de sentidos y de signos, en el entramado tejido de la sociedad, o puede contribuir al cambio, o puede boicotearlo, por ello es necesario la conciencia de hacia dónde se está produciendo los sentidos de la vida cotidiana y ese trabajo es en minga, allí, los artistas, tienen su alto nivel de aporte. Por ende, creo que la cuestión a discutir es cómo los artistas, pensadores, generadores de opinión pública, desde sus propias lógicas, contribuimos en el proceso de transformación que está viviendo el Ecuador.
    3. Finalmente: me agradó tu artículo

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