Por Leonardo
Parrini
Entre las
diversas opiniones sobre el Día de la Mujer, me hizo falta en un mar de
congratulaciones y parabienes difundidos en medios informativos y redes
sociales, una reflexión sobre la mujer y su libertad personal. Condición que
chapotea en esa pantanosa zona en la que una cultura patriarcal pretenden
sumergir a la mujer: el amor sexual. Diversas publicaciones hacen hincapié en
el carácter afectivo de la conducta femenina; en su pertenencia a un mundo de
subjetividades en el que poca cabida tiene la racionalidad volitiva de la mujer: Ser mujer connota lo figurado
antes que lo literal, porque lo femenino abre infinidad de sentidos, de formas,
de acciones y misterios. Sentimiento antes que razón. Estas palabras
corresponden a Mireya Darder, psicóloga del Instituto de la Gestalt de Barcelona,
cuyo libro Nacidas para el placer. Instinto de sexualidad en la mujer plantea
una visión realista e innovadora sobre la condición femenina.
Si tanto
las mujeres como los hombres nos guiáramos en las relaciones únicamente por el
placer, nos ahorraríamos mucho sufrimiento y dolor, escribe la autora, reivindicando
el derecho femenino al pleno ejercicio de la plenitud corporal y espiritual que
otorga el buen sexo. El mensaje va dirigido como un dardo a las tantas mujeres “que
priorizan la seguridad a la satisfacción sexual”, en una sociedad posmoderna
que oscila entre el hedonismo y la hipocresía, como un péndulo que coquetea con
dos extremos aparentemente irreconciliables. En ese contexto de voluptuosidad individual
y recato social hay mujeres atrapadas en el dilema de vivir el amor y el deseo
a plenitud con el hombre que despierta su plenitud sexual o cobijarse en el
amparo material del proveedor que les proporciona seguridad. La propuesta de
Darder es innovadora: Muchas mujeres nos sentiríamos más libres en una sociedad
en la que se permitiera más pluralidad de roles y para ello sugiere “la
valentía de vivir plenamente las sensaciones corporales, dejar que
afloren y aceptarlas sin juicio”. He ahí un primer escollo. La sociedad
patriarcal que impera, reprime el libre albedrio de la mujer, su libertad de
elección a dicha pluralidad de roles. Lo demás viene por añadidura, juzgamiento
moral, conculcación de sus derechos reproductivos y censura de género con exclusión
familiar y social.
Nos obstante, esta
incitación a recuperar poder femenino desde el instinto, pasa por un proceso de
aprendizaje -sugerido por Darder-, en la perspectiva de aprender a lidiar con
la actitud masculina de censura, puesto que muchos hombres no están preparados
para relacionarse con sus compañeras desde esa realidad. No existe un
contexto propicio para que la mujer canalice “el instinto hacia el placer”, ya
que esta propuesta inusual en la sociedad choca con la tendencia generacional de
mantener bajo control o simplemente inhibir, lo que Darder llama “la capacidad
superior que tenemos las mujeres para el goce”.
El derecho a la
libertad de la mujer está atravesado por el tema de la fidelidad. Estado que supone una constante negociación en pareja, acerca de dónde empiezan y terminan
los límites del compromiso de ser fiel. Su propuesta consiguiente es clara y referida
al derecho que tiene cada mujer de “desarrollar su potencia y respetar su
naturaleza primigenia”. He ahí el segundo escollo. Compelida la mujer a un
rol de segundo plano, teme a su propia libertad. Temerosa de ejercer su libre
albedrio y poder de decisión prefiere, en general, supeditarse a ser “controlada”
por la normativa social. Así asume preceptos y normas que regulen su comportamiento
social e individual, con el agravante de que eso supone entregar un gratuito argumento
a las conductas sexistas del patriarcado imperante. La fórmula sugerida tiene
sus bemoles: es más fácil acomodarse en posiciones conocidas y admitidas, aunque
supongan frustración y renuncia, dice Darder.
Mientras escribo
esta nota un hecho significativo ocurre en París. Un grupo de mujeres militantes
musulmanas se desnuda en la calle, para exigir derechos de género contra la opresión
masculina en sus países. Los cuerpos de las manifestantes portan eslóganes como "game
over" o "libertad". Otras resaltan sus pechos con
flechas insinuantes en las que dice que nadie puede mandar sobre sus cuerpos.
Este símbolo bien
ilustra lo que queremos concluir. Es preciso que la mujer en la sociedad posmoderna
se desnude de prejuicios, se abra a nuevas perspectivas que permitan vislumbrar
una mayor justicia de género. Se trata de que las mujeres
nos lancemos a curiosear, a experimentar, a explorar y a buscar más allá
de lo que ya sabemos o nos han dicho que hiciéramos, sin excluir el campo
sexual, propone Darder. Búsqueda que sin duda supone desdudarse, vencer las dudas acerca de su propia capacidad de dar
respuestas a su vida personal. Esa búsqueda, más temprano que tarde, deberá provocar
perentorios encuentros vitales de la mujer consigo misma.
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