Por Leonardo
Parrini
Dicen que nunca
segundas partes fueron buenas. La nueva Presidenta chilena tiene que demostrar
lo contrario. Ese el desafío de la pediatra de 62 años, Michelle Bachelet que
asume por segunda oportunidad la Presidencia de Chile: hacer un buen gobierno,
sin rimbombantes promesas, pero con decisión de cumplir lo prometido. El segundo
mandato de Bachelet marca el retorno de la izquierda y la socialdemocracia
unidas al poder en el país del sur, luego del fracaso de la derecha
conservadora y hereditaria de las políticas del pinochetismo que aun deambula
como fantasma en Chile.
Luego de la transmisión
del mando, Michelle asomó al balcón de la casa de gobierno, La Moneda, allí mismo
donde habló por última vez Salvador Allende hace 40 años y dijo lo previsto, según
los observadores, pero con la sinceridad de dar cumplimiento a una plataforma programática
que se propone disminuir la enorme desigualdad de país con la mayor inequidad
del mundo. No en vano la Presidenta chilena dijo que "el único adversario de Chile
se llama desigualdad”, como lastre dejado por el Gobierno del mandatario
saliente Sebastián Piñera que, en el
mejor de los casos profundizó las injusticias sociales en el país de Neruda.
Entre los objetivos
planteados por la nueva Mandataria socialista, contempla “dejar un país más
justo”, al término de su gestión. Por
eso Bachelet volvió a resaltar la
importancia de una gran reforma que garantice la educación gratis de calidad. Su
nuevo mandato inicio al recibir la banda presidencial de manos de Isabel
Allende, hija del presidente mártir. Allí estaban dos mujeres víctimas de la represión
a sus padres, muertos a instancias de la dictadura. Michelle, hija de Alberto Bachelet, militar de
la FACH, fuerza aérea chilena fue ejecutado en 1974 en tortura, luego de ser
apresado por sus propios compañeros de armas sumados al golpe fascista del 11
de septiembre de 1973. Isabel, hija mayor de Salvador Allende que vivió el horror
de los últimos momentos de su padre en La Moneda, poco antes de suicidarse
asediado por el fuego militar.
El nuevo rostro
de Chile
Al cambio de
mando en Chile, se dieron cita el mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, el
uruguayo José Mujica, la argentina, Cristina Fernández,
la brasileña, Dilma Rousseff, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden y Felipe
de Borbón, entre otros dignatarios. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro,
desistió del viaje, sin explicar la razón. Afuera del Congreso localizado en el
puerto de Valparaíso, una fresca mañana otoñal fue el escenario para que estas
dos mujeres hijas de mártires, asumieran el poder en Chile. Isabel Allende era designada
Presidenta del Senado y Michelle Bachelet, Presidenta de Chile. Ante la
pregunta de Isabel: “Señora presidenta electa, ¿jura o promete desempeñar
fielmente el cargo de presidente de la República? Michelle respondió: Si prometo,
sin juramentos de visos religiosos.
El nuevo
gobierno de Bachelet buscará introducir cambios en el modelo neoliberal que
puso en marcha Pinochet y que se asentó durante las administraciones de la
Concertación (1990-2010) y de Sebastián Piñera (2010-2014). La nación
sudamericana “experimenta una desaceleración económica y ciudadanos cada vez
más conscientes de sus derechos”, quienes desde el primer día le exigirán que
cumpla su ambicioso plan de gobierno. Uno de los cambios consiste en eliminar las
brechas en la distribución del ingreso, como la mayor promesa de Bachelet. Para
conseguirlo tiene que grabar más impuestos a las empresas, mejorar las
pensiones y los servicios de salud. Y sobre todo, dar cumplimiento a una aspiración
muy sentida por la juventud chilena: educación universal gratuita. Al final del
primer día de gobierno de la Bachelet, un aire flota en el ambiente: Michelle tiene
una segunda oportunidad, pero en un país llamado Chile, de muy poca paciencia.
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