Por Leonardo Parrini
Si un día despiertas en tu
cama convertido en una gigantesca cucaracha, o un juicio que comienza con una comparecencia
a una delegación policial se convierte en una intrincada y angustiosa trama burocrática
que te condena inapelablemente, es que estás siendo víctima de una pesadilla kafkiana. Bueno, quizá no sea
necesario llegar a esos extremos. Muchos de los acontecimientos cotidianos que
nos informa la prensa o nos enteramos en el Internet, son como un guión surrealista
y estresante análogo a las atmósferas descritas en sus obras por Franz Kafka,
de quien conmemoramos 130 años de su natalicio.
El mundo absurdo y peligroso creado
por un script ideológico que nos
intimida, concebido como un poder burocrático y tecnológico de proporciones
internacionales, se relaciona con el mundo kafkiano en que el ser humano es amedrentado
por fuerzas invisibles y omnipresentes que rigen el destino de las personas. Un
mundo que ahora vive en la sospecha creada por el espionaje masivo, premunido
de un desparpajo político sin precedentes y una tecnología de características
insospechadas que se propone invadir nuestra intimidad personal y familiar. Un
sistema que declaró la guerra, no sólo sus enemigos militares, sino a todos los
civiles que habitamos el planeta, haciéndonos dudar de instituciones y organismos
llamados a brindar paz y seguridad, todo lo cual hace tambalear la fe hasta en
el propio ser humano, como sucede en el surrealista universo kafkiano.
Fraz Kafka, nacido en Praga el
3 de julio de 1883, fue un lúcido escudriñador de la realidad de su tiempo,
cuya obra considerada un poderoso influjo en nuestra época, se caracteriza por perfilar situaciones y realidades abrumadoramente amenazantes, que bien se
describen hoy como pesadillas kafkianas.
Su obra trata temas y arquetipos sobre la alienación, la brutalidad física y
psicológica, los conflictos entre padres e hijos, personajes en aventuras
terroríficas, laberintos de burocracia, y transformaciones místicas. Pero por
sobre todo está atravesada por la impotencia del ser humano ante poderes fácticos
y míticos que marcan su ineludible destino.
Una obra premonitoria
La atmósfera irracional en que los poderes burocráticos del Estado se yerguen por sobre los ciudadanos es patéticamente narrada en el libro El Proceso, la célebre novela póstuma de Kafka publicada por su agente literario Max Brod en 1925. En sus páginas el personaje central, Josef K. “es arrestado una mañana por una razón que desconoce. Desde este momento, el protagonista se adentra en una pesadilla para defenderse de algo que nunca se sabe qué es y con argumentos aún menos concretos” Josef K, símbolo del ciudadano común y corriente, es víctima “ante la ley, devenida en la esencia de la pesadilla kafkiana”.
Una suerte igual de
irremediable padece en el libro La
Metamorfosis (1915), Gregorio Samsa, “un
comerciante de telas que vive con su familia a la que él mantiene con su
sueldo, quien un día amanece convertido en una criatura no identificada
claramente en ningún momento, pero que tiende a ser reconocida como una especie
de cucaracha gigante”. Delirante relato que deja entrever la desesperación
y el absurdo de los que la obra kafkiana suele estar impregnada e inspirada en
el “individualismno anti burocrático” y anarquizante de su autor. No en vano
Kafka, que desarrolla su obra en idioma alemán,
reconoce influencias literarias, nada más y nada menos, que en Goethe, Hugo Von
Hofmannsthal, León Tolstoi, Friedrich Nietzsche, Charles Dickens y el filósofo
existencial Soren Kierkegaard. Bajo esos influjos ideológicos, Kafka refiere un mundo nada oculto, un
mundo de los hombres, construido contra el hombre. En opinión de Roland Barthes,
se trata de una “técnica alusiva” que
apela a algo defectuoso y que enfatiza la manía persecutoria y la alienación
del individuo presente en Kafka.
El propio autor vivió situaciones adversas marcadas por el quebrantamiento
de la salud por una tuberculosis que lo llevó a la muerte a los 41 años. La
existencia de Kafka estuvo marcada, según sus biógrafos, por “la insatisfacción que le invade, la realidad de la institución
familiar, la incapacidad y al mismo tiempo necesidad de una vida matrimonial,
el desgarramiento profundo de una existencia sin satisfacciones, los miedos y
temores ante la propia vida y todos sus componentes, el miedo a la soledad pero
al mismo tiempo la necesidad de la misma, la inseguridad vital, el miedo al
contacto sexual, el miedo al poder proceda de donde proceda, etc., son todos
ellos componentes de la obra de Kafka que encuentran un cierto paralelismo en
su vida”.
Menos mal, para quienes nos
hemos adentrado en los mundos delirantes de la obra de Kafka, expresados en la alienación, la burocracia y la frustración de los
intentos ciudadanos de oposición al sistema; su amigo y consejero
literario, Max Brod, hizo caso omiso de la advertencia que le hiciera Kafka al
momento de su muerte: quemar todos sus manuscritos que vieron la luz en contra
de su voluntad. Sin ellos, un signo esencial de nuestro tiempo habría quedado
sin la alusión penetrante, sin la premonición lúcida del genio de Kafka, a
quien el destino eximió de vivir en el mundo absurdo y kafkiano que nos apremia
hoy bajo las amenazas de nuestra época.
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