Por Leonardo Parrini
Estalló la tercera guerra
mundial. Esta afirmación podría resultar tremendista, pero tiene visos de
realidad en los entretelones de la actual situación internacional. Una reciente
declaración emitida la semana anterior por el tribunal especial estadounidense
para la Vigilancia de Inteligencia Extranjera que renueva la autorización a
las agencias de seguridad para recopilar información telefónica de usuarios
fuera de EE.UU, según informe de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI), así
lo sugiere. Para algunos observadores EE.UU. “se autoriza” a espiar al resto del
mundo en un escenario geopolítico internacional que escapa de su influencia, y
en una situación de guerra cibernética no declarada, pero practicada en un
territorio sin fronteras como versión de la tercera conflagración mundial.
El analista Jacob Appelbaum sugiere
la impotencia de los Estados de derecho ante dicha situación: “Hay una falacia, sin embargo, en nuestro
concepto del Estado de derecho. La falacia es la noción de que la ley pueda
cambiar la realidad”. Es como si una ley por decreto prohibiera el cáncer. Appelbaum
es coautor con Julian Assange, Andy Muller-Maguhn y Jeremie Zimmerman de
un libro acerca de la criptografía y el futuro del internet: Cypherpunks. La publicación sugiere
que en la actual infraestructura de telecomunicaciones mundiales hay normas “que son así de absurdas”, puesto que entre
los técnicos del espionaje ejercen la misma eficacia que la ley sobre el cáncer.
La situación pinta de tal gravedad, que incluso la legislación vigente en el
Ecuador puede regular el uso del espionaje en indagaciones fiscales, pero no puede
impedir que alguien fuera de la ley intercepte, almacene, analice y abuse de la
vigilancia de las telecomunicaciones en la arquitectura del Internet de manera indetectable.
El aporte de
WikiLeaks
Las lecciones que dejan las
revelaciones de Wiki Leaks son claras. Vivimos una estado de guerra de alcance
mundial en que el enemigo de la humanidad tiene la capacidad de interceptar las
comunicaciones, sin autorización ni conocimiento de ninguna Asamblea o
Parlamento, sin consentimiento de las empresas operadoras de Internet, o de telefonía
pública o privada, y sin que medie supervisión gubernamental alguna. Se trata
del más flagrante atentado a los derechos humanos, en el escenario de una
guerra que rebasa el ámbito militar y convierte en víctimas a civiles inocentes.
Los Estados de derecho del planeta hacen agua ante la posibilidad de palear la
tormenta del espionaje que arrasa como un tsunami la privacidad de miles de
millones de ciudadanos en el mundo.
“En Ecuador, las comunicaciones
de todos los ciudadanos se mantienen vulnerables para que unos pocos puedan ser
espiados”,
revela Jacob Appelbaum. Y la impotente situación del país lo vuelve vulnerable
a los ataques en esta guerra mundial absolutamente desigual librada sin previo
aviso, sin códigos de ética y sin las posibilidades ciertas de contrarrestarla a
corto plazo. Más aun, cuando las posibilidades teóricas de que las resoluciones de los tribunales nacionales o internacionales sobre espionaje puedan tener carácter vinculante o obligatorio
con son nulas y falaces. En otras palabras, las computadoras
no entienden de leyes y quienes las operan en la práctica del espionaje, tienen
la consigna de obtener datos, analizarlos y almacenarlos con fines bélicos. Las limitaciones impuestas por las leyes de las naciones a nivel continental y mundial, sólo surten efecto dentro de los marcos legales de
cada país; por tanto, no existen en el mundo de los espías electrónicos norteamericanos
o europeos que operan en un plano paralelo y extralegal.
¿Cómo entonces el Estado de
derecho puede anteponerse al estado de guerra mundial?
Esa es la pregunta que subyace
en el enfoque de Julian Assange en un coloquio al que invitó a prominentes expertos
en el tema de protecciones y seguridades cibernéticas. Si las leyes son impotentes,
ineficaces o inaplicables, es el momento entonces de pasar a una acción técnica
más allá de lo legal, pero amparada en nuestros sistemas de justicia. La criptografía
es la tecnología aplicada de la ciencia de los códigos que constituye una
alternativa para el continente y el mundo que permite contrarrestar, o poner
fin, a los ataques en la tercera guerra mundial
librada en el espectro de la primera conflagración internacional cibernética.
Se trata, además, de modificar
la legislación ecuatoriana para que permita que empresas, gobiernos, personas y
otros grupos puedan asegurar sus comunicaciones del lado de la emisión a
la recepción. Esto se llama end-to-end (punto
a punto), sostienen los expertos. Tal vez sólo así estemos menos desprotegidos
en la guerra que tiene como campos de batalla las audiciones telefónicas y el espionaje
redado en Internet, cuya arquitectura debe ser cambiada, al menos en América
Latina y Ecuador, para romper con la dependencia internacional y hacer frente
al clima bélico impuesto por EE.UU.
Hoy estamos buscando ideas
revolucionarias que podrán cambiar el mundo de mañana, dice Julian Assange. Un mundo
en el que debemos garantizar tres libertades básicas: libertad de comunicación,
de movimiento e interacción económica. Assange sugiere que con la transición de
nuestra sociedad al Internet la libertad de movimiento personal quedó
inalterada, la libertad de comunicación ha mejorado mucho, en cierto sentido,
porque ahora podemos comunicarnos con muchas más personas, pero ha empeorado
porque ya no existe privacidad y nuestras comunicaciones pueden ser espiadas,
guardadas y utilizadas contra nosotros en una militarización de estas
interacciones. Julian Assange manifiesta, además, que “se está llevando una guerra furiosa por el futuro de nuestra sociedad, invisible para la mayoría de la gente”. Hace 10 años esto parecía
fantasía y se pensaba que era cosa de paranoicos, hoy es una fría realidad. Frente
a este tenebroso panorama, acaso si existe la mínima posibilidad de que sólo
sea una pesadilla: no podemos estar todos locos.
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