Por Leonardo Parrini
El impenetrable follaje del bosque
del Yasuní en la geografía más biodiversa del mundo, la selva amazónica
ecuatoriana, es el escenario de una historia ancestral escrita con sangre. Cuando
el anciano Ompure, guerrero Waorani del clan Gabarón se adentró en la selva, -para
él fuente de vida y sabiduría-, jamás imaginó que encontraría la muerte a manos
de sus propios hermanos de sangre: los Taromenane. En la espesura selvática fue
atacado cuando caminaba con su congénere Buganey. El asalto fue tan sorpresivo
y certero que nada pudieron hacer antes de ser atravesados por las gigantes
lanzas de chontaduro, probablemente envenenadas con curare, como dicta la ley
indígena.
Este fratricidio étnico
ocurrido el 5 de marzo pasado, abrió la herida de ancestrales retaliaciones
entre clanes amazónicos. Ompure y Buganey habían sido sentenciados a muerte
hacía ya algunos años por enemigos Tagaeri. Ompure se internaba en la selva
por períodos de dos a tres meses y era uno de los pocos interlocutores entre
pueblos aislados y waoranis que tienen su habitat en los asentamientos
Kawimeno, Dícaro, Peneno y Yarentaro.
La venganza indígena, ley
suprema de una dialéctica ancestral vigente, a través de los tiempos, no se
hizo esperar. En represalia, los Waorani atacaron la semana pasada a un grupo
no contactado Taromenane con un saldo -no confirmado oficialmente- de al menos
treinta indígenas muertos en las inmediaciones de Yarentaro. Cawetipe Yeti,
Presidente de la Nacionalidad Waorani del Ecuador dijo en entrevista que “de
seguro hay más de treinta muertos, más de treinta”. La venganza había sido
ejecutada.
El Estado ecuatoriano, en una
declaración del Presidente Rafael Correa, caracterizó la situación como una “lucha
entre clanes”, que dio lugar a un hecho “extremadamente complejo”. Y esta
complejidad forma parte de la cultura atávica de estos pueblos amazónicos que tiene
raíces históricas profundas en el tiempo. Su habitat es el Parque Nacional
Yasuní, un área de 9.820 km2, declarado Reserva de la Biósfera por la UNESCO
debido a su extensa biodiversidad y la presencia de indígenas Waorani y dos
facciones, Tagaeri y Taromenane, que viven al interior de la selva no
contactados.
El Waorani -que literalmente
significa humano en lengua huao terero-
es un pueblo que habita el territorio
localizado entre el rio Curaray y el rio Napo, en un área de 30.000 km2 de las
provincias de Orellana y Pastaza. En las últimas cuatro décadas unos dos mil
individuos se han asentado en forma sedentaria en la selva, territorio que
dominan con extraordinaria sabiduría del entorno biodiverso, animales, plantas
medicinales y alimenticias. Se supone que los Waorani descienden de la unión de
un jaguar y un águila y que las serpientes son un presagio muy malo y la
matanza de ellas es un tabú de gran alcance. Sus chamanes son expertos en la
elaboración de una neurotoxina llamada curare con la que envenenan lanzas y
cerbatanas para uso en la cacería y defensa territorial. El primer contacto con
los waoranis data de 1955, pero sólo en 1990 lograron el reconocimiento de su
propiedad colectiva sobre una reserva indígena de 6.125 km², donde llevan una
existencia semi-autónoma con prácticas grupales que incluyen la poligamia entre
los hombres y relaciones de incesto familiar.
Sus descendientes, Taromenane
y Tagaeri, viven en el aislamiento voluntario del mundo externo a su habitat
selvático. Considerados un tesoro humano
y cultural, al igual que el entorno ecológico donde viven en la selva virgen del
Ecuador, los grupos no contactados incluyen unos 300 Taromenane y unos 30
Tagaeri sobrevivientes. Su territorio, rico en biodiversidad, ha sido destruido
paulatinamente desde hace 30 años por compañías petroleras y desde hace 15 años
por madereras que talan bosques en el corazón del parque nacional Yasuní. La
defensa que los Taromenane Y Tagaeri hacen de su entorno los llevó a aislarse,
en la década de los años sesenta, en un territorio impenetrable que demarcan con
señales en los árboles. A partir de entonces su fama de bravura y fiereza
trasciende el habitat que defienden con su vida y donde practican la caza
y la guerra, el amor por la naturaleza, el puntual pacto entre clanes e incluso
el robo de mujeres para la continuidad del grupo.
Visión estatal de una realidad ancestral
El ataque waorani a los grupos
no contactados puso en alerta a toda la región amazónica ecuatoriana y
ha causado diversas reacciones nacionales e internacionales. La cobertura
mediática no ha estado exenta de polémica, a partir de una publicación del
matutino quiteño La Hora que publicó fotografías de los guerreros waoranis
atravesados por lanzas. El hecho periodístico reñido con las normas legales está
tipificado en el numeral 1 del artículo 212-A del Código Penal, que señala que
"será sancionado con prisión de seis meses a tres años quien por cualquier
medio, difundiera ideas basadas en la superioridad o en el odio racial". Este
acápite legal dio lugar a una demanda del Estado contra el mencionado
periódico, al considerar que “la
publicación de estas fotos pueden aumentar la desgracia que involucra a las
comunidades Waorani y Taromenane, puesto que si las imágenes publicadas de
manera tan irresponsable fuesen vistas por integrantes de la agrupación
Waorani, o quienes comparten o apoyan su posición, muy posiblemente se
estimularía la violencia, el odio y el deseo de venganza", según afirma la
Secom en un comunicado oficial. Esta posición es ratificada por el mandatario
ecuatoriano quien argumenta que “la publicación atenta contra los derechos
humanos consagrados en el Pacto de San José y contra la ley ecuatoriana”.
La historia de los pueblos
ancestrales Waorani, Taromenane y Tagaeri se repite como tragedia. Consideraciones
de índole sociológica de algunos sectores de opinión insinúan que esa historia
y la situación presente de estos pueblos, no puede ser abordada “tratando de
aplicar una Constitución o leyes no aptas”. Por su parte el Estado ecuatoriano
debe observar medidas cautelares señaladas por la CIDH “para implementar la
protección de los Pueblos Libres”, las mismas que incluyen la prohibición de
realizar sobrevuelos en el área donde se habría producido el ataque waorani. Estas
medidas son concomitantes con el segundo inciso del numeral 21 del artículo 57
de la Constitución, referente a que el Estado adoptará medidas para garantizar
la vida en territorios de los pueblos en aislamiento voluntario, para hacer
respetar su autodeterminación y voluntad de permanecer en aislamiento. La
violación de esos derechos constituiría el delito de etnocidio, tipificado en
el Código Penal.
A la luz de los hechos el conflicto
étnico de los pueblos ancestrales implica, en primer término, el respeto a sus autodeterminaciones
en el marco de la convivencia que garantiza el Estado plurinacional y
multiétnico, en un ámbito como el amazónico donde el Estado, antes del Gobierno
actual, nunca estuvo presente. Esto supone el reconocimiento a sus territorios y la
decisión de evitar contactos para no ahondar la “falta de posicionamiento del
Estado en un escenario territorial, social, político, económico y cultural que
es nuestra Amazonía, donde el Estado no ha hecho presencia durante décadas". La
política pública hace bien en apuntar a lo que ya es una decisión oficial:
considerar estos ataques, entre waoranis y pueblos en aislamiento, "como parte
de un circuito, de una espiral de retaliaciones que permanentemente suceden y
que difícilmente se pueden establecer con arreglos provenientes de la
legislación, de la normatividad o las formas de ejercicio de la política
pública", que son comunes para quienes estamos en las ciudades y en el mundo
rural que no es el amazónico.
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