Por Leonardo Parrini
La evidente crisis ideológica que
azota a la iglesia católica y que amenaza como un vendaval la credibilidad y la
fe de los feligreses, pone en una encrucijada a los cardenales electores del nuevo
Papa. La elección del sucesor de Benedicto XVI no es una elección más, porque
se da en un contexto de críticas y escándalos al interior del Vaticano y sus
súbditos que pone al evento electoral en un contexto de fuerte presión
mediática. La propia iglesia lo ha reconocido: en otro momento de la
historia eran los Estados los que buscaban ejercer sus condicionamientos ante
la elección de un Papa. Hoy día es la opinión pública. La prensa, en especulación
informativa, augura que el nuevo Papa podría ser el húngaro Erdo o el hondureño
Madariaga que estuvo cerca de la envestidura en el 2005 en representación de
las Américas.
Como dato adicional, la espera del humo blanco no debe prolongarse
debido a la presión de los medios informativos y no podría repetirse el caso de
Gregorio X, cuya elección tomó 34 meses al Conclave de Viterbo y que vio morir
a tres cardenales durante ese periodo de encierro electoral. Hoy día
elegir a un Papa latinoamericano es una posibilidad remota, puesto que el poder
arrollador de 62 cardenales europeos de los 117 electores lo impediría, no
obstante que en América Latina se concentra el 42 por ciento del cristianismo
con sólo 19 cardenales con derecho a voto.
El fenómeno europeo que algunos
han llamado de descristianización, impone
el imperativo de elegir a un Papa del viejo continente que devuelva las ovejas
al redil. Y ahí está el problema. Además ese Papa debe ser joven, o mejor, dinámico,
puesto que el precedente del Papa renunciante “cansado” impone nuevos bríos a
la conducción de una institución que debe renovarse desde sus cimientos hasta la
cúpula. Por sobre estas consideraciones de forma, en el fondo del asunto
subyace la necesidad de elegir a un representante de la iglesia en capacidad de
dar un vuelco rotundo al rumbo eclesiástico “por los caminos de Dios”.
Sin ninguna duda la iglesia católica
necesita hoy día un restaurador de la fe. Un dirigente que desde su concepción y
praxis, sea ejemplo de probidad moral y firmeza ideológica para corregir los
graves errores al interior de la iglesia que han deteriorado la credibilidad –no
en la existencia de Dios,- sino en su propia existencia como conductora de
almas.
El nuevo dirigente del
Vaticano deberá ser un reconciliador con el mundo y con las otras religiones vapuleadas
por el Papa renunciante, como el islamismo, que representa un poder equivalente
o mayor que los propios católicos en el mundo.
El nuevo hombre del poder católico
tiene, obligadamente, que borrar la imagen de aquellos curas autores, cómplices
y encubridores de actos de pedofilia y homosexualismo y devolver la confianza
en los fieles sobre sus misteriosas prácticas conventuales. Un Papa con la
valentía de reabrir las investigaciones pendientes sobre casos de sacerdotes violadores
y acosadores de niños para aplicar una ejemplarizadora sanción.
En definitiva, el mundo espera
que cuando salga humo blanco, símbolo de pureza y redención, en los techos del
Vaticano este sea la señal de que se eligió un Papa que se reencuentre con Cristo
en la humildad y en la lucidez de conducir al rebaño por buen camino. El sendero
del Cristo hombre liberador del hombre. Un Papa que, según sus propios
preceptos, haga de la fe un acto de creer sin ver. De percibir a la deidad sin
otra exigencia que la necesidad de protección ante la soledad existencial del
hombre que, al menos en el interior de su alma –si no en el cielo- se reencuentre
con ese Dios que no sería de extrañar que se sienta decepcionado de sus
preceptores en la faz de la tierra.
Plegaria
ResponderEliminarPor: Jairo Bohórquez Guillén
Señor, tú que todo lo ves
que todo lo puedes
no nos dejes caer en tentacion.
Quitanos las manzanas
regálanos el paraíso.
Toma el vino convertido en agua
dale de beber al sediento
pero,
déjanos la resaca
para recordar que no somos dioses.
El dolor de tus heridas
aún sangra en mis manos.
Señor, que todo lo ves,
escuchas y puedes
apaga de una vez
la lumbre del camino
permítenos rodar en
nuestras redundancias,
claudícaciones.
Total,
mis años son pocos
los tuyos muchos.
Tu última espina
va cayendo de mi frente.