Es de noche en la ciudad de Gaza. El fuego ha cesado. La sirena de
alarma antiaérea está en silencio. En la ciudad aún se oye el rumor de
gritos dispersos, órdenes militares, quejidos de heridos, llantos de niños. Mezclado al sonido
de un canto como letanía, se escucha una
oración a media voz en idioma árabe. En el ambiente hay olor a muerte, esa
fetidez indescriptible de hedor humano, madera calcinada y pólvora. Entre las
sombras los escombros parecen monstruos milenarios, fierros retorcidos que
emergen como tentáculos entre los bloques de cemento cuarteados.
En la escuela donde Yusif Al-Dalou de cinco años pasaba las tardes, a
pocos minutos de comenzar la tregua, cayó una bomba. Yusif y ocho miembros de su familia murieron
cuando aun el fuego no cesaba y un ataque de la aviación israelita descargó su
mortal artillería de calibre pesado sobre el techo de la frágil edificación.
Yusif nunca comprendió por qué la muerte lo atrapó entre los escombros
del lugar donde aprendía a leer las primeras letras, y jugaba junto a sus amiguitos a la guerra con trozos de madera que simulaban armas. Un
juego que aprendió viviendo la guerra, imitando sus detonaciones como onomatopeya
de un disparo que nunca lo hirió, como lo hirieron las esquirlas de la bomba
que cayó sobre su escuelita. En la pequeña pizarra del aula de clases un dibujo
de dos niños palestinos sonríen sentados sobre las ruinas de un vehículo
incendiado, son las imágenes de la última lección aprendida por Yusif el día de ayer. El postrero
mensaje que Yusif pudo retener en su mente: el miedo al espantoso sonido de
los misiles lloviendo sobre su ciudad y los alaridos de sus compañeritos heridos.
El fuego ha cesado en Gaza y un pesado silencio contrasta con las explociones de ayer en la ciudad. Cerca de la escuela de Yusif está el cementerio Shaikh Radwan en el que ya no cabe un cuerpo más, cerca
del cruce fronterizo donde los enfrentamientos fueron el escenario de la
masacre. La última persona que vio Yusif, antes de nublársele la vista por el impacto
que recibió en la cabeza, fue su maestra que conversaba con un miliciano. A pocos metros, miembros de la
organización Libertad y Justicia prometían venganza contra Israel por el
asesinato de los niños atrapados en una guerra que nunca
comprendieron.
Las últimas palabras que pudo oír Yusif al miliciano fueron que “ellos
quieren sangre por sangre, las cosas van a empeorar”. Enseguida vino el estruendo
y una ola de calor le quemó el rostro. La última imagen que retuvieron sus
ojitos fue la de los niños sonrientes dibujados en la pequeña pizarra y luego el
silencio. Ese silencio de muerte que equivale a no haber oído nunca el rumor
del mundo. Un mundo que para Yusif empezaba en su casa y terminaba en su
escuela. Un espacio demasiado pequeño para comprender lo que hacían los hombres
más allá de los límites de su castigada ciudad. Allá donde prepararon la bomba
que cayó en su escuela. Allá desde donde despegó el avión que trajo el horror sobre
el cielo encendido ese atardecer en Gaza. Allá donde los hombres se empecinan en
destruir el único entorno que conoció Yusif. Aquel donde iba a crecer para
convertirse de grande en uno de esos milicianos que gritan y levantan los
brazos en señal de victoria, bajo la bandera rojiverde de la ciudad. Más allá de las fronteras del miedo, hasta donde su vista alcanza a ver
los destellos de las explosiones sobre el techo de la casas en llamas.
Esa fue la última imagen de Gaza que vieron
sus ojitos desorbitados por el terror. La última visión de la ciudad martirizada
hasta lo indecible: Gaza, la liberada como decía su maestra. Gaza la desértica de cielos enrojecidos, convertida en la cárcel al aire libre más grande del mundo. La ciudad que le dio la
vida que otros le quitan por una decisión perpetrada más allá de las fronteras
de la ciudad que ya no verán sus ojos de víctima inocente.
Ha cesado el fuego en Gaza. El cuerpo ensangrentado de Yasif yace entre los escombros. Su expresión tiene el rictus
del pánico indescriptible reflejado en su carita después de la explosión.
Nadie este momento habla del rostro de Yusif. Nadie, sino de lo que ahora es un
triunfo de los palestinos sobre sus enemigos de sangre y de esperanza. Todos
celebran hoy en las calles en ruinas el cese del fuego que segó la vida de
Yusif. Una vida con la que él contribuyó con el martirio a una paz de cuentas pendientes. A una tregua de palabras inciertas.
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