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martes, 6 de noviembre de 2012

ADIÓS AL JUGLAR DE BARRIO


Por Leonardo Parrini

La primera vez que lo vi fue en un festival de Viña del Mar, allá por los años sesenta. Era verano y como tantas otras veces, la canción estival para enamorar a una colegiala a orillas del mar, la trajo enredada en su guitarra  Leonardo Favio.

Era la suya entonces una música pura que desempolvaba viejas reminiscencias de tango y balada urbana, de versos simples que reencontraban lo poético en la cotidianeidad de las cosas, sin pujes de academia. Sus primeros versos aletargados caían con voz de ronca ternura y se adentraban en el corazón como viejos compañeros de soledades inconfesadas. Eran los años de hogares tibios e infancias robadas por el amor prematuro, apretujado en el vano de una puerta, de besos furtivos y palabras de ansiedades sin calmas.

Cuántas veces se anticipó Favio -en tantas de sus canciones- a esa declaración de amor, confesión que siempre quisimos musitar al oído a la noviecita de barrio, a la chiquilla inocente que conquistamos con lo mejor de su repertorio.  

Con sus canciones en los labios anduvimos de la mano de una púber colegiala y acariciamos su pelo tatareando sus estribillos como una promesa. En sus letras fuimos un poco pájaros sin nido, amantes de esquina arrabalera, bohemios transeúntes de una soledad que solo Favio comprendía en su pentagrama de trovador urbano.

Ya no tengo duda que alguna vez me añoraron, como en el bar de Favio, a la espera que siempre regrese en una melodía a poblar el corazón de la amante juvenil. Sentimiento recíproco de amores de estudiante. Aquellos que se llevan aprisionados entre las hojas de un cuaderno y se confiesan en un corazón dibujado en la corteza de un árbol.

Ahora que se ha muerto Favio, viene en el aire una melodía veraniega que se pone a esperar a la noviecita en una esquina de soledades rotundas. Porque nadie como Favio para atrapar el verano en sus canciones y hacerlo germinar de parejas caminando de la mano. Sus versos de suburbana amargura, sus consonancias de pibe o alegrías efímeras, porque hasta sus dichas cantó con buen ritmo de tristeza mía y nada más. Mentira, porque es de muchos, de tantos, de todos los que dejamos crecer nuestro corazón de ilusiones con sus canciones de juglar citadino.

No, no vamos a olvidar a Favio. Cómo no recordarle y olvidarnos que sus canciones nos devuelven al alma del niño que fuimos, al amante furtivo, al soñador de versos robados. Ahora que se fue cantando por esas calles vacías de una infancia robada en el tumulto de cemento que se agita silencioso como en una película muda. Sólo déjanos la chance de encontrarte, Leonardo  -otra vez será- en el bar, mientras tú también esperas que el amor te redima de esas soledades perentorias de las que sólo tu música pudo ampararnos en esa ronca ternura tuya. Hasta, entonces, !a tu salud, camarada, viejo juglar de barrio!

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