GRANDES TEMAS - GRANDES HISTORIAS

E c u a d o r - S u d a m é r i c a

domingo, 2 de septiembre de 2012

EL FALSO ARTE



Fotografía Arte Spain
Por Leonardo Parrini

¿Cómo puede el arte, a partir de una falsa expresión, cumplir con el rol de transgredir, transformar y dar sentido a la realidad? Esta es una interrogante imperativa que suscita la lectura de un artículo acerca de la valoración que hace del acto estético Avelina Lésper, crítica de arte mexicana.

Lésper apunta los fuegos contra lo que denomina “la carencia de rigor, el vacío de creación, la ocurrencia y la falta de inteligencia del falso arte” que llega a museos y exhibiciones sin ningún impedimento. La falsedad del arte contemporáneo, el dogma inconfesable, denunciado por la mexicana desnuda de cuerpo entero a más de un pintor de galería.

El mercantilismo imperante impone -como fin último- la transacción de piezas entre curadores y coleccionistas. Obras emergidas de las manos de pintores que realizan una producción en serie, más cercanos de la artesanía que del arte. Su trabajo es “mover obra” en un mercado de consumidores para quienes las piezas adquiridas cumplen una función como artefactos decorativos. Esto me remite a la sincera confesión de un pintor amigo que reconoce que sus clientes compran sus obras por encargo, cuadros que deben tener una dominante tonal acorde con el color de las paredes de su nueva casa “para que hagan juego con diferentes ambientes”.

Esta tendencia a la trivialización del asunto artístico habla de la desnaturalización del arte como gesto transgresor y transformador de la realidad, convertido en pastiche donde lo accesorio prima por sobre lo esencial y lo ornamental desplaza a lo estético.

La obra es acepada en "sumisión con una autoridad que impone sus criterios", afirma Lésper. Pero es que ni siquiera impone criterios, simplemente sacraliza lo que considera válido en la obra a partir de una actitud de oráculo. Hay críticos que todo lo que tocan con su palabra sacra, convierten literalmente en oro. Basta que la obra sea mencionada por ciertas vacas sagradas de la crítica para que “exista” y se cotice en los circuitos donde se transan y transitan las mercancías del arte. Ecuador no es la excepción, aunque a escala y medida de las posibilidades de nuestros traficantes criollos de obras.

Lésper arremete también contra el ready made o “lo ya visto” del arte hecho con “objetos encontrados”. Tendencia creada por Marcel Ducham que denomina arte a objetos producidos industrialmente y sacados de su contexto original, desfuncionalizados y convertidos en obra artística. Arte –por lo demás- deliberadamente utilitario y obviamente decorativo, ejecutado sin ninguna intervención y declarado como tal, por el hecho de que “arte es lo que se denomina arte”, según Ducham. Una provocación, a todas luces, como la exhibición que hizo Ducham de una rueda de bicicleta y un urinario en 1915, trastocando todos los cánones estéticos de la época.

A la falta de singularidad del arte, Lésper añade a su crítica la idea de la sustitución de los artistas por la masificación de la actividad en la que “todo está predestinado a ser arte”, desde las excrecencias, las fobias, hasta los mensajes de internet. Se impone entonces “un ejercicio ególatra” que no distingue entre los excrementos, performances del llamado arte en vivo o artefactos hechos con “abrumadora simpleza creativa”.

Esta banalización de contenidos aleja definitivamente la posibilidad de que el arte devuelva el sentido de fruición estética al espectador. La trivialización de la obra artística cuando es exhibida por los mass media para consumo masivo, hace que ésta sea empastillada en breve entregas, -por ejemplo un fragmento de opera en la voz de Pavarotti-, ya que “el arte no vende” -como en una ocasión me anticipó un funcionario de Ecuavisa- pero hay que estar al aire con un producto “artístico” televisivo que, de todos modos, debe ser maquillado de pieza exclusiva y utilitaria.

El actual es un arte segregacionista y excluyente que desprecia al espectador poco versado, encarándole una ignorancia insuperable. Un artificio que se sitúa a años luz de ser un arte para la integración transformadora de la realidad en el camino de un mundo más humanizado. Un arte que, nada más, requiere ser vendido al mejor postor en pura complacencia de mercaderes y patrocinadores. Un fraude de simuladores que volvieron la espalda a sus semejantes en un simulacro de la realidad artística, frente a la cuál claudica toda redención liberadora de un arte del hombre para el hombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario