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domingo, 31 de mayo de 2009

LOS MEDIOS EN MEDIO DE LA DEMOCRACIA


Por Leonardo Parrini

La década de los ochenta marcó el reinicio de la convivencia democrática en el continente suramericano, conculcada por las dictaduras castrense de los setenta que redefinió el panorama político de la región, debilitando por un lado las instituciones democráticas y fortaleciendo, por otro, los aparatos represivos de un Estado puesto al servicio de los grupos económicos coludidos con las acciones golpistas que llevaron al poder a Pinochet en Chile, entre otros conspicuos representantes del militarismo antidemocrático que amordazó la expresión política, periodística y ciudadana de millones de habitantes de Latinoamérica.

Entrado los años ochenta este mapeo político dio un giro hacia sociedades que, tímidamente, entraron en el desmontaje de los tinglados construidos por los dictadores para reproducir su poder omnímodo; operación de desbaratamiento que dejó intactos, no obstante, ciertos poderes orgánicos, cuyas lógicas habían encajado funcionalmente con los regímenes de facto que transitaron el poder durante los setenta. Una de alas de ese poder que resurgía incólume con el retorno a la democracia, es el llamado cuarto poder parapetado en poderosas empresas mediáticas, propietarias de cadena de televisión, radio y periódicos latinoamericanos. Sea esto por compromisos formales, por complicidad ideológica o históricas coincidencias, la prensa empresarial de los años setenta dejó mucho que desear en su actitud condenatoria a las dictaduras, a diferencia de la prensa independiente, a menudo compuesta por pequeños grupos de prensa impresa y reporteros gráficos, cuya única arma era su pluma y su cámara fotográfica y que terminaron brutalmente reprimidos por los dictadores.

No es extraño que en el espectro televisivo no existe un canal latinoamericano que sea reconocido por su lucha frontal contra las dictaduras y, por el contrario, existe la sospecha y el resentimiento ciudadano en contra de las grandes cadenas que silenciaron crímenes, desapariciones, torturas y vejámenes de todo tipo perpetrado por las tiranías militares en el cono sur. Esto se evidencia en la imposibilidad de que un equipo de televisión entre, sin ser abucheado, en los bastiones populares de Santiago, Buenos Aires o La Paz, donde dictaduras como la chilena, argentina o boliviana sembraron el terror y la muerte.

SE ACABO LA FIESTA

Hoy día esas mismas empresas mediáticas rasgan vestiduras ante lo que consideran un nuevo ataque a la libertad de expresión en sus países, proveniente de regímenes instaurados luego de elecciones donde recabaron copioso apoyo popular a sus proyectos populistas, amparados en las nuevas constituciones aprobadas en Bolivia, Venezuela y Ecuador. La cancha rayada para un tira y afloja de gobernantes de talante intransigente y una prensa unidireccional que se ubica en el flanco opositor a esos gobiernos, ahora el escenario se vuelve propicio para una discordia que va subiendo de tono en una dialéctica de amigo-enemigo que no es nueva, pero que descubre un componente inédito. Ahora los medios han estructurado un relato que en el decir de Botana, es “justificador de su propio interés”. Relato que “es pues un montaje acabado del engaño: falsifica y transforma la opinión pública en un reflejo de aquello que los medios deciden mostrar”

Puesto que los medios “bogan por una democracia asociada a la libertad de opinión” y no al acceso al poder de sectores históricamente marginados, éstos se enfrentan a una postura oficial de “desconfianza creciente hacia los medios en manos privadas”, lo que mina su credibilidad ante la sociedad, puesto que, según analistas, “a esta altura de la historia de las democracias es evidente que cada medio de comunicación expresa una porción refutable de la verdad. Porque en democracia no hay verdades absolutas impuestas coactivamente por un Estado constitucional con la suficiente capacidad para no confundirse con las inclinaciones facciosas del oficialismo de turno”.

Cuando las democracias suramericanas bordean los treinta años y en esa mayoría de edad comenzaban a asumir el concepto de una sociedad más equitativa, nuevas prepotencias estatales amenazan con diluir la fluidez de información publicada en los medios. Pero se trata, nada más, de un fenómeno que es mediático, puesto que no se conocen detenciones, desapariciones o fusilamiento a opositores de los gobiernos venezolanos, ecuatorianos o bolivarianos. En este tira y afloja “se acabo la fiesta”, ha expresado el presidente Correa en referencia al relato de los medios que, en el caso particular del Ecuador anuncia acciones contra la cadena de TV Teleamazonas y el diario Universo por “difundir información falsa” que, según la versión presidencial, instigó a la gente a oponerse a determinados planes del Gobierno.

En medio de las democracias hegemónicas, los medios se convierten así en el enemigo principal de dichas democracias. En esta dinámica las acusaciones mutuas conllevan el enfrentamiento medios-gobiernos a un diálogo de sordos, en el que por un lado ciertos medios audiovisuales e impresos aspiran desnudar el lado oscuro del autoritarismo del poder, y, por otro, los regímenes en cuestión develan el carácter parcial y tendencioso de los medios empresariales. De allí que la tarea ciudadana no es fácil, puesto que se debe avanzar en el reconocimiento de una democracia, no solo asociada a la libertad de expresión y de empresa, sino además se debe refundar una democracia que ponga en el centro de su interés la expresión civil, las manifestaciones culturales y sociopolíticas vigentes de una sociedad diversa y adversa a toda forma de unificación, mediática o gubernamental, de una lectura libre de la realidad y convivencia cotidiana.

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