Fotografía El Comercio
Por Leonardo Parrini
Apagada la antorcha olímpica queda para unos
el sabor de la victoria y para otros la resaca de lo imposible. El
medallero olímpico es señal que hay países capaces de competir y ganar y otros
en capacidad de ir y jugar. EEUU, Inglaterra, China entre los primeros, y Cuba,
como mejor latinoamericano de las Olimpiadas, seguido por Colombia, Brasil, México
y Argentina. Mientras que Ecuador se ubica en el segundo grupo con una
actuación “decorosa” para zutano y “heroica” para mengano, y para la mayoría normal, es decir, a la medida de lo
que somos como pueblo.
Una de las jornadas más vibrantes fue, sin
duda, la que protagonizó el deportista costeño Alex Quiñonez que nos hizo ilusionar
con una medalla, luego de acceder a la final tras una carrera codo a codo con Usain
Bolt, el hombre más veloz del mundo. No obstante, lo que en la semifinal fue ilusión
en la final fue complaciente resignación, incluso, con sabor a triunfo porque
el ecuatoriano avanzó del octavo al séptimo lugar entre los especialistas mundiales
en 200 metros planos.
¿Eso es todo? No, porque un gesto de Alex
Quiñonez, segundos antes de iniciar la prueba de su vida en la final, nos
retrató de cuerpo entero como país. Alex hizo el típico gesto ecuatoriano con
la mano para decirnos ¿Y ahora?... ya me jodí! Un gesto que dejó entrever qué pasaba por su mente en ese
momento. Horas antes había dicho a la prensa que se sentía “presionado”, pero
en ese instante crucial no hubo tal presión. Lo que hubo fue un aflojamiento
mental, propio de quien ya no quiere competir para ganar, sino sólo participar.
No decimos que no puso todo lo que tenía de sí, pero lo que tenía era lo que aprendió
en su formación deportiva y humana en este país y no en otro. En ese momento que se sintió solo ante sí
mismo trató de vencerse y lo logró; pero, no vencer a los demás. No estaba
preparado para aquello porque recibió una formación distinta a Usain Bolt, el gladiador
olímpico que enfrentó la cámara y la carrera con un gesto desafiante, aguerrido
y triunfador. Tardamos toda una vida en convencernos de que sí se puede competir
en el fútbol, de igual a igual, con el resto del mundo y lo demostramos en la cancha
en su momento; pero no estuvimos convencidos de que sí se podía en la pista londinense
y el gesto de Alex ante la cámara impertinente así lo demostró, pese a su esfuerzo que lo engrandece.
Somos lo que
somos
Nuestra identidad es nuestra cultura, dice
Jorge Enrique Adoum y tiene mucha razón, porque somos los que somos culturalmente
hablando. En este caso, un pueblo que se siente patria chica, como refiere Adoum,
en el excesivo uso de diminutivos, que por tanto le ocurren cosas a su medida. Nos
expresamos, según la percepción que tenemos de las cosas. Hablamos en chiquito,
porque pensamos en chiquito. No soñamos en grande, por lo mismo nos conformamos
con poco. Nos declaramos héroes aún en las derrotas y en las enfermedades, como
aquel ministro de salud que declaró héroes nacionales a los contagiados de SIDA
en una clínica de Guayaquil.
La fecundidad de una sociedad también
se mide por la riqueza de sus imágenes míticas, dice Octavio Paz. Nuestros héroes lo son, no por su forma de vivir,
sino por el hecho y forma de morir. Es el caso de Abdón Calderón que, antes de
ser herido de muerte en la Batalla de Pichincha, luchó en seis batallas independentistas
y sobrevivió. Nuestros hombres y mujeres son heroicos ante nuestros ojos porque,
simplemente, queremos que lo sean, en ese sentido vivimos una realidad aspiracional,
más que una realización de verdad. Cada pueblo crea héroes a su medida.
Menoti dice que se juega como se vive. El
deporte es competencia; los héroes olímpicos del pasado así lo concibieron. El
deporte es medición de fuerzas, de velocidad, de elasticidad y, por sobre todo,
de temple anímico, espíritu de combate y mentalidad ganadora. No nos engañemos:
no se compite por competir, se compite por ganar, sino preguntemos a los norteamericanos,
cubanos, chinos o ingleses.
Benjamín Carrión
propuso que si no pudimos ser potencia económica, política o militar, fuéramos potencia
cultural. Nuestros gestores culturales hicieron lo suyo y allí está Ecuador
engrandecido por su creación artística y literaria. Faltó para cumplir a plenitud el sueño de Carrión,
según Raúl Pérez Torres, apoyo del Estado durante nuestra historia. En nuestra
cultura deportiva sucedió igual, la tricolor cumplió en su momento, Jefferson Pérez,
Rolando Vera consiguieron triunfos con esfuerzo propio, allí donde el apoyo
estatal brilló por su ausencia. Hoy que el Estado, por primera vez, entregó 6
millones de dólares para la participación de los deportistas olímpicos ecuatorianos
en Londrés, habrá que preguntar al COE cómo invirtió ese dinero y con qué
resultados.
Y aunque Jorge Enrique Adoum nos
recuerda que no tenemos vocación de futuro, estoy convencido que la opción de
futuro de un país se mide por el tamaño de sus sueños. Por su decisión de
vencer la inseguridad, impotencia y sensación de fracaso. Los griegos cuando crearon
las olimpiadas lo hicieron para demostrar su capacidad de desafiar a los dioses
del Olimpo. Para sus gladiadores competir era un asalto al cielo. Soñaban en
grande, por eso los hombres atenienses desafiaban a sus deidades. El día que el
Ecuador se proponga un asalto al cielo, nuestros sueños crecerán y viceversa:
para asaltar el podio olímpico del deporte y de la vida no hay más que soñar en
grande.
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