Por Leonardo
Parrini
Todos tenemos
un tango para recordar, me dijo, e inclinó la cabeza con ese gesto tan propio
que perfila sus pestañas como un manto sombrío sobre unos ojos melancólicos. Un
tango para evocar porque recordar es resucitar lo morido, como dice un amigo,
la evocación es aquí y ahora, con una extraña conexión con lo vivido. De tango
todos tenemos un poco, de melancolía arrabalera, trasnochada y persistente que no
disipa fácil como cierta niebla al amanecer.
Ya no estás
más a mi lado corazón, siempre fuiste la razón de mi existir, aunque ésta no es
la historia de un amor como no hay otro igual, ni le dio luz a mi vida, ni la
apagó después, porque mi vida siempre fue oscura y sin tu amor sí viviré,
aunque en la más impertérrita soledad. Qué tarde que has venido, no ves que
toda mi ternura la vida la quemó, corazón no llores que no vale la pena. Desde
hoy en adelante por esta calle cantará la lluvia y valdrá más el olvido que tu
vieja maldición. Porque todos llevamos un tango a flor de piel, a filo de
corazón. Todos tenemos algo de amargura en la vida y en el alma que enturbia el
tango, en esta tarde gris qué falta que me hacés. Amor de barrio el tuyo y el mío,
amor arrabalero, sentimental y urbano, lleva sus penas calle abajo en el
suburbio de la tarde. Ya se que estoy piantao, piantao por ella, por tí, por todas.
Veinticinco
abriles que no volverán, yo y vos sólo quedamos, yo y vos sólo para recordar.
Hasta siempre amor me dijo, en el crepúsculo de una ciudad sin nombre, donde todas las
calles llevan su nombre, en una esquina de jorga y burdel. Porque la vida es
así, sin más ni menos, lo demás es filosofía barata y
cantinera. Y hoy que late un corazón, déjalo latir. Y ahora que miente mi
soñar, déjalo mentir. Porque de verte nuevamente, un compás de amor sellará
para siempre el adiós. Allá en el cielo, acaso volveremos a encontrarnos,
allá donde no valen papeles, como dice el tango, ni prejuicios ni más leyes. Todo es efímero en la vida. Allá en el cielo frente
a tí, eternamente, volveré a encontrarme conmigo mismo. Cuándo no tenga fe, ni yerbas de ayer secándose al sol. Aunque no se me secan las pilas
buscando un pecho fraterno para morir abrazado, veo que todo es mentira, que al
mundo nada le importa.
No quiero
dejar perdidos los anhelos que no han sido, me dijiste, y estoy de acuerdo te respondo, sin embargo, me pregunto dónde reinará el dulce mirar tuyo que no siento ya. Entre las
cosas del ayer, insistes, en recordarme tu amor lejano, yo me pregunto cómo
puedo ahora seguir viviendo si tú no me amas. ¿Por qué te perdí sin quererlo,
por qué tenemos algo de tango, oscura tragedia, persistencia y muerte? No
teníamos quince abriles, sí anhelos de vivir y amar. Ahora no hay más que
tristeza y quietud, nadie que me diga si vives aún. ¡Qué ganas de encontarte, qué falta que me hacés!
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