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martes, 23 de febrero de 2016

CARLOS ROSERO: LA TRANSFIGURACION ESENCIAL DE LA REALIDAD


Por Leonardo Parrini         

La realidad no es lo que vemos, acaso la transfiguración de lo existente nos permita asumir su verdadera naturaleza. En esta simple, y a la vez compleja propuesta, subyace el leiv motiv de la muestra Transfiguras de Carlos Rosero. La transfiguración implica la revelación del ser auténtico como antípoda de la simulación. Del mismo modo, el vértigo cromático y la sinuosidad en el trazo que Rosero imprime sobre el lienzo, suministra una dramática plasticidad a la línea, al color, a los espacios y a la figura en una constante resignificación de la realidad. En ese avatar, Rosero se vale de dos temas recurrentes: el desnudo femenino como reivindicación de lo humano y la serie Clips que recrea atmósferas urbanas.

Acá hay varias propuestas acerca de un solo tema, -señala Rosero- atrevámonos a hacer varios enfoques de lenguaje sobre un mismo tema: el desnudo. En ese atrevimiento el pintor interviene en la propuesta estética de su hijo Pablo que son obras orgánicas. El cuerpo humano nos recuerda algo que siempre debemos estar refrescando los artistas: qué es lo que somos realmente sin reparos, mostrar más que el retrato físico, el retrato mental de lo que somos. Para la crítica el resultado de esta fusión es visible en un tríptico de gran formato en el que Rosero intervino las formas geométricas que su hijo diseñó con un programa de software y que luego plasmó en el lienzo a través de la serigrafía. A estas formas bañadas de color negro, Rosero las llenó del movimiento de cuerpos femeninos de trazos largos, sutiles y delicados.

Un artista transfigurado

La otra cara de Transfiguras es la serie Clips donde se evocan esos pequeños artefactos que sirven para sujetar hojas y que en los cuadros de Rosero sujetan el cuerpo de sus personajes. La fina y aguda ironía del pintor apunta contra la aproximación del hombre a la tecnología, en esa pobre relación que deja al descubierto la desolación humana. El figurativismo, constante sublimada de la obra de Rosero, es utilizado por el artista como el lenguaje más permanente en el tiempo y en el espacio, porque son los mismos códigos de los espectadores, como ven la vida cotidiana, observa Rosero. No obstante, en el tiempo, este artista se ha transfigurado a sí mismo, superando el febril trabajo suyo de los años ochenta en su taller del Panecillo, en el centro Histórico de Quito. Un tiempo en que su principal motivo era desentrañar el caos y el vértigo de la vida urbana contemporánea, trasmutándose su obra en metáfora de la postración individual y social de nuestro tiempo.  
                                                                                                                                                              
La muestra que se exhibe hasta el 31 de marzo en la Galería Sara Palacios en Nayón, responde a un compromiso de Rosero con una revalorización contemporánea del arte en su capacidad de comunicar al ser humano. La reivindicación de la pintura surge de la visión que Rosero identifica en el arte contemporáneo que no comunica, porque son expresiones autistas: Estamos viviendo una fase de autismo cultural en donde eso sirve y es explicado de manera complicada, las obras no se soportan por sí mismas. Y esta realidad tiene fundamento, según el artista, en la esencia misma del desarrollo capitalista aislador, individualizador, consumista. Dentro del arte contemporáneo en que todo va de moda y es desechable, Rosero permanece al margen de la simulación y del show mediático que convierte al artista en estrella. Ajeno a juegos estéticos relativistas, se declara crítico ante el mundo y ante sí mismo, poniendo bajo sospecha todo lo aparente para alcanzar la transfiguración esencial de la realidad.

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