Por Leonardo
Parrini
Los seres
humanos disponemos de una memoria poética que nos hace recordar aquello que
amamos, dice Milan Kundera. Habría que decir que esa misma memoria permite
aflorar en el recuerdo lo que nos hace daño y nos condena a la imposibilidad de
olvido. Esa amalgama de sentires contrapuestos, entre el amor y el odio, entre
la indiferencia y la memoria hace que, al fin de cuentas, el perdón sea apenas
un designio imposible, marcado a fuego lento en la conciencia.
Sin perdón ni olvido,
se leía en los carteles de las manifestaciones que desde hace 28 años la familia
Restrepo Arismendi enseñaba cada miércoles frente a la Casa de Gobierno en
Quito. Una lucha contra la impunidad, arengada por ese incansable luchador por
los derechos humanos, Pedro Restrepo, para hacer prevalecer los derechos inalienables
de sus hijos Carlos Santiago y Pedro Andrés, de 15 y 17 años, asesinados en
crimen perpetrado por el Estado ecuatoriano bajo el mandato presidencial del ingeniero
León Febres Cordero.
El perdón sin
olvido pudo ser, acaso, una tentativa fugaz en el alma atribulada de Maria Fernanda,
la niña que a temprana edad presenció como la garra inexorable de la muerte
absurda le arrancaba a sus hermanos amados. Contra un olvido sin perdón Luz
Elena, madre de los niños mártires, luchó hasta inmolar su vida en un accidente
de tránsito acaecido en julio de 1994, precisamente cuando realizaba una campaña por una
respuesta que le permitiera encontrar con vida o sin ella a sus hijos.
Han transcurrido
tres décadas de la “indolencia estatal, de ocho gobiernos cómplices de una policía
otrora intocable”, y el país todavía no conoce con certeza el paradero de los
cuerpos de Carlos Santiago y Pedro Andrés, detenidos el 8 de enero de 1988 por
agentes de la Policía Nacional y encerrados en una celda de la que
desaparecieron.
La memoria histórica
del crimen de los hermanos Restrepo registra detalles imborrables y, al mismo
tiempo, imperdonables. La institución policial reconoció finalmente que los
niños “fueron detenidos, llevados al regimiento Quito 2 y encerrados en una celda
donde funcionaba el denominado SIC 10”. Según la versión del ex agente Hugo
España, -de guardia aquella fatídica noche del 8 de enero-, se llegó a establecer en informe
oficial que los menores fueron torturados y probablemente “descuartizados luego
de lo cual los llevaron a la laguna de Yambo donde desaparecieron”.
Lucha
inclaudicable
“La única lucha que se pierde es la que se
abandona”, ha dicho Pedro Restrepo. Y esa incansable actitud de la familia Restrepo consiguió la sentencia
de 7 implicados en el hecho, -declarado crimen de Estado- por la justicia.
No obstante, la impunidad registra nombres como el de los ex ministros Luis
Robles Plaza y Heinz Moeller que durante el gobierno febrescorderista formaron
parte como “funcionarios de una estructura que permitió el asesinato de mis
hijos”, concluye Retrepo. La inclaudicable lucha de la familia Restrepo Arismendi
llevó a Pedro ante la Corte de Derechos Humanos en 1998;
instancia que sentenció al Estado a pagar una indemnización y cumplir medidas
de reparación como “nuevos peritajes, la búsqueda en la laguna de Yambo y la conformación
de la Comisión de la Verdad para documentar todos los casos de violación a los derechos
humanos”. En 2012 la Fiscalía General del Estado cumplió el mandato legal y
estableció la Comisión que investiga 136 casos de los cuales 9 han confirmado
juicios, incluso, por crimen de lesa humanidad.
Más allá del perdón y del olvido, la lucha de
Pedro y Marta, su actual esposa, y de su hija María Fernanda aún mantiene encendida
la llama de la esperanza de todo un país que clama por una justicia plena e
inapelable. Una flama que persiste para que en el Ecuador, que ya ha cambiado
en tantos sentidos, nunca jamás el terrorismo de Estado permita segar la vida
de ciudadanos inocentes.
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