Por Leonardo
Parrini
En la coyuntura
actual el descrédito es la forma imperante del discurso político. En un estado
permanente de propaganda, la retórica pública recurre a la mistificación
ampulosa de la realidad. Un embustero enunciado de los hechos hace que el
discurso pierda credibilidad debido a la baja referencialidad de sus
contenidos, cuestión inherente -según Roland Barthes-, a todo discurso de
consumo masivo.
He ahí el caldo
de cultivo donde cuecen las habas de la política, luego del paro organizado por
sectores opuestos al régimen de Rafael Correa. Una flagrante disonancia entre
lo que se dice y lo que finalmente se hace, caracteriza el quehacer de los
actores. La mentira bien presentada es la táctica cotidiana de un discurso embadurnado
de altisonantes declaraciones de barricada. Entonces la política se convierte en
el arte de negar los hechos contra las evidencias. La habilidad de ejercer el
embuste con desparpajo, es consustancial al desprecio de la política como gesto
de sinceridad.
Los entretelones
del paro están infestados de histrionismo ante las cámaras de los medios ávidos
del escándalo. Autoridades provinciales que asoman con rostro tiznado para
simular magullones de una presunta paliza policial. Activistas extranjeras que
desafían las leyes de migración del país de “la ciudadanía universal” y
protagonizan una empalagosa telenovela política. Caciques locales que buscan construir
una plataforma electoral anticipada. Un gobierno que promete profundizar la
revolución ciudadana, pero que no señala con claridad los nortes futuros. Sin
tomar la iniciativa política, el Gobierno asume posturas defensivas ante el
embate furibundo de una oposición que le perdió el miedo.
El debate ausente
El discurso
político de la coyuntura se caracteriza por ausencia de tesis en un debate de ideas
concretas. Nada permite avizorar una plataforma que responda a un modelo
programático o coherente con un ideal de país. El asesor presidencial Carlos
Vaca Mancheno, quien enunciara la hipótesis del “golpe blando”, señala que la
oposición busca “ablandar el apoyo duro al régimen”, deslegitimando a sus
dirigentes y funcionarios, como táctica de poner en entredicho la política
pública del gobierno. Esta conducta pretende impedir que Rafael Correa se
presente a las elecciones del 2017, porque se presume su triunfo inevitable. En
esa estrategia se hace necesario calentar
las calles con “manifestaciones puntuales simbólicas que den apariencia de
inseguridad”, que no son masivas ni espontaneas, pero que en un grado más
intenso buscan hacer escalar el conflicto hasta provocar la desestabilización
del régimen. Esta práctica, según Vaca Mancheno, continuará hasta el mes de
noviembre con el fin de bloquear en la Asamblea Nacional las enmiendas
constitucionales que sugieren que la ciudadanía “cada cuatro años vote por el
candidato que desee” y, de ese modo, hacer posible la relección presidencial.
En el avatar
político propuesto por la oposición, según el ex banquero Guillermo Lasso, está
en juego la opción de una consulta popular que dirima si el país quiere o no la
reelección indefinida del Presidente de la República. El potencial candidato presidencial de la oposición, reivindica el derecho a una alternancia del poder que ponga fin al
continuismo, porque “esta es la hora del cambio”, según señaló en un canal de
televisión.
La parte no
dicha en el discurso de la oposición oculta un hecho fundamental: No existe un
proyecto político nacional de consenso unitario y viable, ni un liderazgo
claro que permita un eventual triunfo de
la derecha en el 2017. Un aspecto camuflado es el intento de regresar al pasado
de proyectos políticos de anteriores gobiernos ya superados por el país: el
feriado bancario de Yamil Mahuad, la corrupción de Abdala Bucaram, la represión
de León Febres Cordero y la traición popular de Lucio Gutiérrez. ¿Cuál de todos
esos pretéritos se pretende reeditar?
La derecha
ecuatoriana debe sincerar su discurso reconociendo, sin ambages, que las
verdaderas intenciones son imponer el proyecto político neoliberal, privatización
de los servicios públicos, protagonismo de la empresa privada, inversión
transnacional y monopolización en rubros claves de la economía local y restauración
política, mediante una asamblea constituyente que derribe todo vestigio de la
actual revolución ciudadana.
El régimen busca
socializar las enmiendas y, en ese intento, conseguir adeptos para la propuesta
de reelección presidencial, mientras denuncia la violencia callejera de los agentes
opositores durante el paro. En ese intento el
Gobierno deberá sugerir un proyecto político con nuevas utopías, dedicado esencialmente
a la juventud. Se ha dicho que la subjetividad de la política mueve a los
jóvenes en contra del régimen. Hace falta un programa político que reivindique
el derecho de la juventud a la rebeldía, a la libre creación de nuevas opciones
de vida y la construcción de un futuro más cierto y propio.
Los trabajadores
del campo requieren de una reforma agraria, mientras que los sectores laborales
de la ciudad bien pueden ser protagonistas de una reforma industrial que cambie
el modo productivo del país. El régimen debe poner énfasis en la necesidad de
continuar con el proyecto político del Buen Vivir, promover la obra estatal en
educación, salud, vivienda, vialidad, etc. destacar la inclusión política y
económica, la justicia social, la inversión pública y la estabilidad económica
de los últimos años, así como la proyección del país en los foros
internacionales. La profundización de la revolución -como anunció el régimen
hace algunos meses-, pasa por una auténtica revolución cultural que cambie el
cuerpo social y el alma nacional.
¿Cómo se volverá
irreversible el proceso de cambios en marcha? Gobernando para las mayorías, aun
cuando no todo el mundo esté de acuerdo. Es tiempo de la sinceración de la política
para que deje de ser la simulación de la realidad, ocultamiento deliberado de
las verdaderas intenciones de sus actores. Si esto se entiende a nivel
ciudadano, es posible que más temprano que tarde, se consolide el apoyo al
proyecto político de Rafael Correa para un nuevo periodo presidencial.
¡Una columna de opinión fuera de la realidad! El movimiento neo socialcristiano alianza país (con minúsculas), nos impone los transgénicos, la megaminería, los TLCs, el patriarcado, el conservadurismo, la represión, las privatizaciones, el vaciamiento cultural, el machismo y todas las formas de violencia, y encima se presenta con la máscara de socialista, izquierda y buen vivir. Señor Parrini ¿Qué opinión tiene usted acerca del seudo proyecto del metro de Quito por ejemplo? La derecha no tiene que regresar, porque nunca salió de Carondelet.
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