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miércoles, 3 de junio de 2015

NUEVOS GRITOS DE BATALLA


Por Leonardo Parrini

Un slogan es un grito de batalla, dicen los publicistas. Una arenga estimulante que, movilizadora o no, busca la complicidad gestual del otro. El slogan es un lema que intenta movernos hacia una reacción medida, programada en los márgenes de una respuesta prevista, deliberada. Verdad o no, ese grito de batalla apela a los recursos estilísticos al alcance del redactor: onomatopeya, aliteración, contraste, rima, etc. No siempre en cada caso se acuña la frase feliz que despierte la voluntad de las personas tras un lider o un producto comercial. El mayor éxito de un slogan es que los consumidores lo hagan suyo, porque proclama una contagiosa filosofía de vida. Uno de los ejemplos más representativos se dio en Paris del 68, cuando una generación que se propuso cambiar el mundo, invocó: seamos realistas, pidamos lo imposible.

En la historia publicitaria del Ecuador han existido ejemplos de frases dinamizadoras que pusieron en marcha la conciencia y la acción de las personas tras de los propósitos de sus creadores. Entrados los años setenta, surgió en el país un slogan asociado a una conocida distribuidora de vehículos que proclamaba Tú lo tienes todo. La frase se hizo famosa y llegó a representar una forma de ser y se convirtió en muletilla de consumo masivo. Cada vez que queríamos alagar a alguien, le decíamos tú lo tienes todo. El poder sincrético de la oración incubaba una verdad totalizadora: el ser pleno y el tener lo máximo. La promisoria afirmación quedaba reducida a una potente promesa. He ahí el secreto de un buen slogan: ofrecer un mundo en el pequeño envase de una oración simple, memorable y esperanzadora.  

Años más tarde, en la década de los ochenta, la derecha política del país invirtió millonarias cifras en contratar publicistas foráneos que acuñaron la movilizadora promesa de Pan, Techo y Empleo con la que León Febres Cordero, conspicuo representante de la oligarquía guayaquileña, se encumbró en el poder político del país. Nuevamente la oración resumía una esperanza de vida, una promesa factible y sentida. Los publicistas habían dado en el clavo: apelar a los sentimientos específicos y concretos del electorado masivo.

Los vericuetos de la historia muestran cómo una frase de anónima autoría, pero de profundo arraigo popular, se convirtió en el slogan más transformador de la historia del país: Si se puede. Esa frase desafiante que aludía a una situación deportiva y a la capacidad de superación, nos cambió la visión de la vida y nuestro comportamiento social e individual. Habíamos dado con una verdad posible, una amenazante decisión de ser seres factibles y perfectibles, de vivir y mejorar la vida con solo proponérnoslo.

El desgaste de las frases se hizo evidente. Y es así que la clase política, atrincherada en un parlamento que parafraseaba oraciones manidas, rebuscadas y reencontradas en el pleonasmo de las promesas incumplidas y las frustraciones colectivas, fue desplazada del poder. Advino el cambio político y social de la mano de una frase innovadora: Avanzamos Patria. El emblema de un sueño hasta entonces imposible, truncado en la inmovilidad histórica, en la postración vital de un país sumido en sus propios complejos de culpa.

Transitamos estos años por un proceso cambiante, renovador de energías y anhelos nacionales y, a la vera del camino, se fueron quedando los empujes y frases que nos motivan hacia la realización de las utopías posibles. Hoy, al eco de las resonancias de los viejos gritos de batalla, nos están faltando slogans suscitadores, que renueven la esperanza y nos movilicen a hacer algo por algo o por alguien.

En tanto, la oposición al gobierno tampoco acuña ideas suscitadoras que encarnen una propuesta creíble. Solo apela a frases ajadas, dichas con amargura y en tono alarmista, propio de un lenguaje tan perdedor como hermético. Alaridos convocando a una libertad que alude, no ya a la abstracta evocación constitucional, sino a la circunstancia personal de cada ciudadano como un grito patológico.  

Por su parte el Estado, empeñado en cambiar los modelos de gestión, aun no rompe el silencio con una nueva promesa movilizadora. ¿Será suficiente la propaganda repetitiva, la publicidad con secretos subterfugios? Indudablemente, no. Los slogans deben apelar a motivaciones íntimas del consumidor. Deben reflejar verdades reconocibles y aspiraciones posibles. ¿Necesitamos, una nueva forma de hacer política? ¿Una nueva literatura de la representación? En definitiva si, en una época en la que hacen falta nuevas razones y sentimientos para el compromiso. Guardamos silencio, quedamos escuchando los nuevos gritos de batalla.  

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