Por Dani Game
Corresponsal en Paris, Francia
Atravieso el parque Monceau en el primer frío del
invierno. Los jóvenes corren disciplinados, pegados a sus audífonos. ¿Será que pueden
escuchar los latidos acelerados de su corazón o se darán cuenta del gesto de
dolor que me regalan con el ceño de su frente y su respiración casi asfixiada?
Damas y caballeros parisinos caminan a paso lento,
sus manos adornadas de anillos con piedras, mangas Channel y relojes Cartier toman
bastones, baguettes tradition o
arrastran carritos de compras por este barrio elegante. Los niños que hasta ayer eran bebés van de la mano
de sus otras madres, mujeres venidas de algún lugar que no entra en el mapa de
este Paris. Con un francés cantado a otro ritmo, ellas impiden que estas
personas pequeñas se coman los gusanos, la tierra o aterricen de cara mientras
intentan dominar su marcha.
Funcionarios de las embajadas cercanas, diplomáticos
de paso seguro que un día extrañarán atravesar este parque para llegar a sus
oficinas. Un día se irán de Paris, y un día volverán de vacaciones, sólo a
recordar cada mañana y tarde de sus días de misión.
Otros, libres de horarios, se acuestan en el césped a leer, a mirar, a
pasar el tiempo.
Y en medio de todas las figuras de este parque un grito nos paraliza, un grito de bebé que no para, que no llora, sólo pide algo y nadie sabe qué es. Una abuela lo carga con apuro, el bebé apenas le calza en los brazos. Lo mueve, lo besa, le dice cosas. Algunos le preguntan qué sucede o si pueden hacer algo. Ella sonríe y responde con un poco de pena “Es el primer día sin su mamá”. Se le acabó la licencia de maternidad a la solicitada, no se le puede pedir a un bebé de pocos meses que entienda, que no la extrañe y que no grite.
Paso de largo mirando a ese niño, escuchando sus
gritos. Todos nos separamos de nuestras madres porque se les acaba la licencia
de maternidad o porque nosotros decidimos que es hora de su jubilación. Nos
hicimos adultos tal vez, decidimos aterrizar de cara, gritar, correr hasta la asfixia,
comer gusanos y saborear un puñado de tierra durante alguna misión. Atravesamos
el parque, llegamos a otro lugar al que sólo volveremos para recordar, para
recordarlas y ver a algunas convertidas en abuelas.
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