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viernes, 14 de noviembre de 2014

¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON OVEJAS ELÉCTRICAS?


Por Aitor Arjol

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esta pregunta nos lleva directamente a una novela homónima del escritor norteamericano Philip K. Dick y, tanto la novela como el autor, nos revela un mundo aparentemente distante, el de la ciencia ficción o, concretamente, el de las distopías. Un término, la distopía, que por ahora no sido “legalizado” por los miembros de la Real Academia de la Lengua, pese a los evidentes méritos que el ser humano ha hecho por su consecución.

Pero comencemos por el principio, es decir, por esos androides que dicen soñar con ovejas eléctricas. Por el autor de semejante título que parece tomado de alguna pesadilla oscura. ¿Por qué Philip K. Dick escogió ese título? ¿Qué tanto de ficción y de verosimilitud hay en los temas tratados en dicha novela? ¿Acaso hay alguna relación de parentesco entre lo narrado y el contexto en el que vivió? Son algunas de las preguntas a las que nos atreveríamos a dar una respuesta imprecisa.

Philip K. Dick nació en Chicago un 16 de diciembre de 1928. Cuentan que el escritor que más oxígeno insufló en la fragua de la ciencia ficción, junto con otros grandes clásicos o precursores o seguidores del género: Ray Bradbury, Isaac Asimov, George Orwell, H. G. Welss, Roger Luckhurst, John Wyndham, Edgar Rice Burroughs, John Carter o Hugo Gernsback. Enumeración, como siempre, muy limitada en cuanto a número y nacionalidades. Porque se quedan fuera del tintero, sin ir más lejos, Howard Phillips Lovecraft, Aldous Huxley y Anthony Burguess.

El caso es que Philip fue un escritor prolífico, aventurado y muy ligado a la definición clásica de la ciencia ficción como la descripción imaginaria de un mundo futuro, no tan imaginario en sí, sino absolutamente verosímil o ligeramente creíble, en virtud de los adelantos que paulatinamente se van produciendo en el ámbito científico, económico, social o cultural. El abanico de posibilidades es tan amplio que, sin duda, la ciencia ficción daría origen discutible a otros subgéneros más peculiares del que interesa destacar la distopía.

Su obra ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es el resultado de una evolución marcada por el reflejo de su experiencia vital en sus obras que abarcan más de treinta novelas y un número de relatos cortos que supera con creces el centenar. Escritor que, por lo demás, durante toda su vida vivió en condiciones de pobreza, sin ser mayormente reconocido que por la suerte posterior que corrieron sus novelas, al ser adaptadas cinematográficamente, con un considerable impacto social y cultural.

Si revisamos el resto de sus novelas, nos encontraremos con un autor que soñaba con sus propias ovejas eléctricas. El hombre en el castillo (1962) propone un mundo alternativo o “ucronía” sobre la visión de otro hipotético pasado, concretamente un Estados Unidos surgido con posterioridad a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. En “Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), en un futuro hipotético, las Naciones Unidas son las encargadas de gestionar la vida de los colonos en la luna y otros planetas que se descubrieron habitables y, como no, en ese contexto surge una droga parecida a la del “mundo feliz” planteado por Aldous Huxley, la Can-D, que sumerge a los colones en un estado alucinógeno en el que divagan, idealizan y se olvidan de las penurias futuras. Ubik (1969), por otra parte, nos devuelve a la luna, pero esta vez en la mente del protagonista, un Joe Chip que viaja al satélite de la tierra, acompañado de su jefe, en una trama de telepatías, regresiones, desdoblamientos de la realidad y el recurso a un producto similar a Can-D o el Soma del mundo feliz. Así podríamos seguir con otras obras donde se puede explorar la delgada línea existente entre fantasía y realidad, solo que recurriendo a la improbable o convencida visión de un futuro aterrador o indeseable en sí mismo.

Esa es particularmente la visión de la distopía. El subgénero de la ciencia ficción, o género en sí mismo, que enseguida dio el salto al cine, como por arte de magia, y hoy en día es una de las vetas temáticas que más se trabaja, tomando precisamente, como cimiento, un mundo postapocalíptico donde, por alguna extraña razón, el planeta ha sido tomado por diferentes elementos: desastres naturales; el cambio climático; la irrupción y sustitución del hombre por las máquinas; regímenes autoritarios que controlan las mentes, los sentimientos o la libertad en sí misma. Mundos en los que la esperanza de traslada a un antihéroe o grupo de convencidos supervivientes, en busca de una cura, una esperanza, una isla o simplemente, un final ya previsto. Mundo que, puede ser el nuestro después de un desastre nuclear, una involución de la propia naturaleza, o bien recurrir a otros planetas con similares condiciones de vida. Pero quizás, la mayor diferencia entre la distopía y la ciencia ficción es que en la distopía planea una especie de extrapolación de acontecimientos del presente real hacia el imaginario, más pesimista tal vez, o como un resultado directamente atribuible a la falta de responsabilidad del hombre, como una señal de hacia dónde vamos en caso de que no sea la dirección correcta. Una especie de profecía literaria.

En ese contexto, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1965) es la novela que quizás más encumbró al autor estadounidense, por su adaptación al cine bajo el nombre de “Blade Runner”, dirigida en 1982 por Ridley Scott y considerada como una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos. En la trama original de la novela, una lluvia radiactiva ha destruido la mayor parte del planeta y las Naciones Unidas, una vez más, alientan la emigración premiando a cada familia con la atribución de un “androide” o equivalente mecánico para que les sirva. Al mismo tiempo, dado que la radiactividad ha matado a la mayor parte de animales y seres vivos, su posesión es sinónimo de una situación social privilegiada de la que el protagonista, Rick Deckard, tampoco ha escapado, ya que en el pasado tuvo una oveja “natural” que fallecería de tétanos. Este funcionario es el encargado de neutralizar y eliminar aquellos androides humanos que regresaron a la tierra, a donde tienen prohibido, desde las colonias donde eran literalmente sometidos a unas duras condiciones de vida. El hecho de probar su origen no biológico y la manera en la que esos androides reaccionan, intentando hacer creer que también tienen sentimientos, o que efectivamente los tienen, es una de las cuestiones temáticas más singulares, tanto de la novela como de su adaptación cinematográfica. De ahí la pregunta, si los androides, por su similitud con las vicisitudes del protagonista, también sueñan con mundos paralelos e igual de legítimos que los seres humanos. O si el mundo del hombre, creado a golpe de horror y exterminio, es tan poco merecedor de sueños que es mejor refugiarse en otra vida, en otro mundo de Narnia, en otro Hobbit, en otro supermercado rodeado de zombies, dependiendo de los casos en los que querramos primar la esperanza, la desesperación o la supervivencia como especie.

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