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miércoles, 16 de julio de 2014

GAZA: LA GUERRA QUE NO VEMOS


Por Leonardo Parrini

Nos estamos acostumbrando a las generalidades, a las abstracciones, a los datos fríos y a los mapas marcados de colores de una guerra que ocurre allá muy lejos de Latinoamérica, distante muchos kilómetros de la seguridad de nuestros hogares y ajena a nuestra conciencia tranquila y abultada de información inconcreta sobre un hecho que para ellos es una realidad cotidiana infernal. Me refiero a los habitantes de la franja de Gaza, niños, mujeres y hombres palestinos para quienes la guerra no la ven solo por la televisión, no la escuchan por el receptor de radio o la admiran en una fotografía, sino que la viven día a día como una forma de ser.

Miles son los testimonios cotidianos de gente común y corriente, de miles de palestinos que hacen su vida bajo el fuego israelí, con peligro de muerte inminente, sobre una tierra bombardeada hasta 300 veces al día. Allí hay historias de vida y de muerte, que circulan de boca en boca sin otro afán que pedir ayuda, o generar una conciencia solidaria entre aquellos menos afectados, si es de que los hay. Uno de los grupos humanos más impactados por el asedio militar sionista es el de 17 mil desplazados refugiados en colegios con aulas destruidas. Ellos son ya una población ambulante debido a que éste es su tercer desplazamiento desde el 2009, incluso muchos han regresado a la misma aula donde se refugiaron anteriormente.

Gaza, esa franja de tierra de 356 kilómetros cuadrados, sufre el octavo años de bloqueo militar israelí y esa cifra no tiene sentido si no se piensa en concreto en el 50% de la población palestina sin trabajo o sin sueldo fijo. A esta cotidiana situación hay que sumar la falta de acceso externo a los mercados, al empleo fijo y la educación; en otras palabras, el acceso al mundo exterior, más allá de los muros de fuego que impone el bloqueo.

Ese impedimento a la vida se refleja en la dificultad de acceder a la universidad de Birzeit de Cisjordania para cientos de estudiantes debido al peligro del desplazamiento físico bajo el fuego de metralla y misiles. La prohibición israelí para los gazatíes de estudiar en Cisjordania es un impedimento real, basado en el peligro indefinido para su seguridad.

Existe un obstáculo diario para los cultivadores de tomates de Gaza para exportar sus productos fuera de la frontera de fuego. Los mercados europeos están vetados a través de corredores portuarios como Ashdod o al aeropuerto Ben Gurion. La inseguridad es el peor competidor para los productores agrícolas de la región de Cisjordania. El fantasma de la miseria por la caída abrupta de las ventas, es tan amenazante como los propios misiles sionistas.

El acceso a la atención sanitaria es un derecho vetado en Gaza. El sistema sanitario estatal está colapsado y sólo se recibe ayuda de UNRWA, Agencia de la ONU para los Refugiados en Palestina. La infraestructura hospitalaria está seriamente dañada y no cuenta con insumos médicos. ¿Quien podría rehabilitar el sistema de salud palestino, la OMS, o el propio ejército de Israel que mantiene ocupado esos territorios?

La educación para miles de niños palestinos es un derecho conculcado por los misiles de los invasores. Las 245 escuelas de la UNRWA se encuentran bajo asedio de proyectiles y están severamente destruidas, al punto de ser absolutamente inseguras. Bajo el régimen de ayuda de la organización para los refugiados existen más de 230 mil estudiantes, pero las preguntas claves son de dónde saldrán los recursos para pagar honorarios de profesores y administrativos, como se obtendrán los libros y el material didáctico necesario.

Esta tangible realidad cotidiana de Gaza, bajo el fuego de la guerra que no vemos. Esa confrontación desigual que no muestran las cadenas informativas occidentales. Una guerra sórdida de manos vacías, de ojos cerrados, de heridos sin medicamentos, de estudiantes sin aulas, de madres sin alimento para sus hijos, de agricultores sin mercados, de muertos sin sepultura. Esa guerra invisible que estamos perdiendo, vergonzosamente, en nuestras propias conciencias.

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