Por Leonardo
Parrini
Hace
aproximadamente dos años en el Ecuador se habló de la llamada sociedad del conocimiento, anunciada con
gran despliegue informativo en su momento. Es
decir, el conocimiento reemplazando a la riqueza y al poder, ya que mientras más
conocimiento tenga una persona podrá tener mejores oportunidades. En esa
ocasión se decía desde las instancias de coordinación de planificación de
las políticas públicas, con metalenguaje propio de la sociología oficial que,
“plantear un debate serio alrededor de la Revolución del Conocimiento en busca
de construir una Agenda Sectorial del Conocimiento y Talento Humano es tarea
fundamental del Ministerio Coordinador”. Y se concluía de manera categórica que
“la formación del talento humano y el uso de conocimiento para solucionar
problemas socioeconómicos son elementos inevitables para garantizar la calidad
de vida de los ciudadanos”.
Con el tiempo y
las aguas el tema fue quedando relegado a noticia olvidada y no volvió a tener
un despliegue mediático masivo, ni en redes sociales; por tanto, diríamos que
desapareció del espectro temático de interés público y, de cualquier modo, la
propuesta quedó en elegante declaración. Hoy día el tema nos vuelve a
inquietar, a propósito de una reciente intervención de Noam Chomsky, académico
norteamericano de notable influencia en el mundo de la cultura y la educación.
Chomsky sostuvo en un foro del sindicato universitario asociado a la Unión de
Trabajadores del Acero (Adjunct Faculty Association of the United Steelworkers) en Pittsburgh, una serie de
conceptos que nos permiten reflexionar en qué anda la educación hoy día, en función
de dicha sociedad del conocimiento y cómo nos puede orientar frente a un tema
que en el Ecuador consideramos estratégico.
La universidad empresa
Chomsky aproxima
una hipótesis en virtud de la cual la universidad moderna se ha convertido en
una empresa -con todo lo que eso implica-, desviando su esencial propósito educativo:
Eso es parte del modelo de negocio. Cuando
las universidades se convierten en empresas, como ha venido ocurriendo sistemáticamente durante la última generación, como parte de un asalto
neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña como lo que
importa en la línea de base, señala el académico norteamericano.
Ese modelo de negocio
aplicado en el ámbito universitario -dice
Chomsky-, ha puesto de lado en el aula “el
objetivo más alto en la vida que es investigar y crear, buscar la riqueza del
pasado, tratar de interiorizar aquello que es significativo para uno, continuar
la búsqueda para comprender más, a nuestra manera”. Objetivo que es
reemplazado por un adoctrinamiento en que los jóvenes “tienen que ser colocados dentro de un marco de referencia en el que
acatarán órdenes, aceptarán estructuras existentes”, sin cuestionar. Labor que ejercen “estructuras poderosas” que buscan formar “a la gente adoctrinada y formateada, sin que hagan muchas preguntas,
siendo obedientes, realizar la función que se les ha asignado y no tratar de
sacudir los sistemas de poder y autoridad”. Otro de los puntos de inflexión
se refiere a la tecnología que, a modo de metáfora, Chomsky la denomina “martillo”,
con la cual se puede construir grandes estructuras o destrozar el cráneo de un
ser humano. Esta metáfora permite reflexionar acerca del uso adecuado de los
avances tecnológicos.
¿Cómo puede un país acceder a la sociedad del
conocimiento, un objetivo educativo esencialmente académico y democrático, si
las “estructuras poderosas” ejercen un control vertical y el propósito del saber es reemplazado por el de tener?
Chomsky lo denuncia en forma
clara: La Educación es discutida en
términos de si es una inversión que vale la pena, de si genera un gran capital
humano que puede ser usado en el crecimiento económico. Y el punto no es anteponer
el conocimiento al desarrollo económico, por el contrario, el saber debe abrir
las puertas del tener, como un corolario de progreso. El meollo del asunto radica en lo que Chomsky
visualiza como un problema: las estrategias
implementadas por el sistema educativo vigente propenden a adoctrinar, más que
educar. Una forma de hacerlo es acorralar al estudiante con “deudas desesperadamente
pesadas para sufragar sus estudios, la deuda es
una trampa, especialmente la deuda estudiantil, que es enorme, mucho más grande
que el volumen de deuda acumulada en las tarjetas de crédito, según Chomsky.
Otra forma de adoctrinamiento y control consiste en “cortar el contacto de los estudiantes con el
personal docente: clases grandes, profesores temporales que, sobrecargados de
tareas, apenas pueden vivir con un salario de ayudantes”. Eventualidades que ponen de relieve la necesidad de considerar la
gratuidad de la educación como un derecho humano esencial o, al menos, multiplicar
con creces la acción del sistema becario nacional.
Entre las
sugerencias de cambio hacia una sociedad del conocimiento democratizado, Chomsky
sugiere promover una institución educativa en la que su gente, profesores, estudiantes,
personal no docente, participan en la determinación de la naturaleza de la
institución y de su funcionamiento. Un aspecto esencial de la obtención del conocimiento
democratizado es concebir al proceso educativo, no como un método de “instalar información en la cabeza de
alguien que luego la recitará, sino que consista en capacitar a la gente para
que lleguen a ser personas creativas e independientes y puedan encontrar gusto
en el descubrimiento y la creación y la creatividad a cualquier nivel o en
cualesquier dominio al que les lleve sus intereses. Queremos, desde
luego, gente, profesores y estudiantes, comprometidos en actividades que
resulten satisfactorias, disfrutables, actividades que sean desafíos, que
resulten apasionantes”. Verdades de Perogrullo, pero sistemáticamente olvidadas
por el sistema educativo vigente que soslaya una realidad ineludible: la
educación es ante nada, un proceso de sociabilización.
Chomsky cita un representativo
ejemplo: ante la pregunta, qué se va a tratar en clases en el siguiente
semestre, la respuesta es: No importa lo
que se cubre, sino lo que se descubre. Y es correcto: la Enseñanza debe inspirar a los estudiantes a descubrir por sí
mismos, a cuestionar cuando no estén de acuerdo, a buscar alternativas si creen
que existen otras mejores, a revisar los grandes logros del pasado y aprenderlos
porque les interesen. En un mundo saturado de información que se
acumula y expande a través de medios tecnológicos cada vez más sofisticados y
poderosos, el papel de la escuela debe ser definido por su capacidad de
preparar para el uso consciente, crítico y activo de los aparatos que acumulan
la información y el conocimiento.
En un sentido político,
el
desafío educativo está planteado como exigencia que implica desarrollar la
capacidad de construir una identidad diversa que permita la pertenencia a
múltiples ámbitos: local, nacional e internacional, político, religioso,
artístico, económico, familiar, etc. Las instituciones del Estado son las
responsables de desarrollar este sentido de pertenencia y realizar
experiencias que fortalezcan una formación educativamente organizada.
La vida, esa gran maestra, se encarga de ponernos un acuciante
reto: estancarnos en la república de la ignorancia y la autocracia o acceder a la
sociedad del conocimiento obtenido en democracia. Tarea para la casa.
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