Por Leonardo Parrini
Qué
lejos está aquella afirmación del ex presidente, Galo Plaza, en referencia a la
Amazonía ecuatoriana: El oriente es un
mito. Eran otros tiempos, del gamonal y el Huasipungo, que condenaban a los campesinos
a duras condiciones de explotación del trabajo agrícola. La Sierra ecuatoriana
en las haciendas, incluida la de Taita Galito, reinaba esa modalidad semi feudal
de contratación de la mano de obra a cambio de protección, un trozo de tierra y
vituallas, mientras que en la Costa el panorama no era muy diferente en la
hacienda cacaotera.
El
oriente, entonces, era un mito para los hacendados serranos y costeños que no
sospechaban la enorme riqueza que yacía bajo la selva amazónica, más aun cuando
la compañía Shell abandonó la explotación petrolera en el suroriente ecuatoriano en 1948,
aduciendo que no había petróleo, luego de que la compañía norteamericana
Leonard Company había explotado crudo desde 1921. Lo que vino luego de la
salida de la Shell fue la entrada en la Amazonía de los misioneros norteamericanos,
secundados por el Instituto Lingüístico de Verano que se dedicó, entre otros
menesteres, a experimentar con indígenas para desarrollar medicamentos para
la industria farmacéutica norteamericana, hasta el día que el presidente Jaime
Roldós los expulsó del país a fines de los años setenta. Ya por esos días
las nuevas transnacionales norteamericanas estaban en franca explotación
petrolera en el nororiente del país, sin control de su gestión, amparadas en
contratos leoninos a su favor bajo concesión de territorios que les hacía percibir
más del 85% de las ganancias.
Un
día el oriente dejó de ser un mito y se convirtió en realidad económica y ecológica
para el país y el mundo. Las nacionalidades indígenas afectadas por la irracional
explotación hidrocarburífera de entonces, comenzaron a ganar juicios internacionales
a las compañías extranjeras por la debastación de la naturaleza y a tomar conciencia de su territorialidad y pertenecía
cultural a la región amazónica.
Bajo
esas condiciones Ecuador había explotado la mitad de los 3,500 millones de
barriles de reserva de petróleo existentes en el territorio nacional. Debieron transcurrir
cuarenta años para que hoy la nueva política petrolera augure un futuro distinto
para el Ecuador.
La nueva era del petróleo
“En
la naturaleza lo más importante es el ser humano, necesitamos explotar los
recursos naturales no renovables para vencer la pobreza”, con esta declaración
de principios el Presidente de la República, economista Rafael Correa, dio por
inaugurada oficialmente la Ronda Sur Oriente Ecuador que convoca a empresas
inversionistas internacionales y locales para adjudicar 16 bloques hidrocarburíferos
en el suroriente amazónico. Correa señaló que el Ecuador inicia hoy una nueva
era petrolera, al cabo de veinte 20 años de no realizar exploración
hidrocarburífera.
El
Presidente Correa hizo un llamado a superar “los engaños sociales” que
sostienen la idea de que el petróleo es dañino para la naturaleza, al respecto
el mandatario citó la Carta Magna
ecuatoriana como “la Constitución más verde del planeta, la única que
reconoce los derechos de la naturaleza”, instrumento legal que obliga a la
industria hidrocarburífera a realizar
“una operación con impacto ambiental controlado y remediado”.
Las
autoridades del sector hidrocarburífero ecuatoriano han señalado que el Ecuador
vive una “situación precaria en
producción” petrolera, cuyo nivel deficitario permite al país tener “10 años de
producción por delante”. Ante esta situación el país inicia hoy la exploración
y explotación de los recursos naturales no renovables existentes en el
suroriente de la Amazonía ecuatoriana. La modalidad de negocios
hidrocarburíferos definida por el Estado para este efecto supone el
establecimiento de contratos de prestación de servicio “justos y realistas”, renegociados
con tarifas que incentiven a producir e invertir más. La antigua política
petrolera ecuatoriana daba en concesión territorios a las compañías extranjeras
para la explotación petrolera, modalidad en que el Estado salía perjudicado al recibir una mínima parte de las ganancias. Ahora la situación se ha
invertido, el Estado ecuatoriano es dueño del 100% de los recursos no
renovables y contrata para su explotación a las empresas internacionales que
perciben una utilidad del 15%, a una tarifa promedio de 33 dólares por barril.
Lejos de ser un mito, el oriente del Ecuador es hoy la fuente de riqueza que
financiará las estrategias de desarrollo nacional por los próximos cincuenta
años, bajo una gestión estatal socialmente sensible y ecológicamente responsable.
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