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lunes, 17 de febrero de 2014

QUITO EN LA HORA DE LA MADUREZ


Por Leonardo Parrini

Hay un voto anti-Barrera: Ese es el pensamiento de Rafael Correa expresado hoy en Quito. El primer mandatario ecuatoriano en un intento por canalizar el descontento de la ciudadanía frente a las opciones de candidaturas para la Alcaldía quiteña pidió: “Por último si no logran captar ese voto y hay un voto anti-Barrera, que anulen el voto, pero que no se lo den al enemigo, ¿sí estamos claros?”.

El Presidente ecuatoriano, incluso, aludió a una situación de “ingobernabilidad” en caso de imponerse la candidatura de Mauricio Rodas, candidato que representa los intereses de la derecha ecuatoriana contraria al proyecto político de la revolución ciudadana. No deja de ser sorprendente que, de un momento otro, el destino de un proceso político con siete triunfos electorales a nivel nacional, con apoyo masivo, con niveles de aceptación y credibilidad presidencial del 65%, es decir, todavía elevados, de la noche a la mañana dependa del resultado electoral de una ciudad, por más que se trate de la capital.

No obstante, valga decir que esa visión del Presidente es oportuna, porque además es obvia. Su postura de honestidad y realismo político es absolutamente plausible, precisamente en momentos en que en el horizonte de su proyecto político asoman nubarrones negros. En la comparecencia del sábado anterior ante la prensa, el Presidente Correa tuvo un gesto de madurez y sensibilidad política de mayor cuantía, al reconocer errores en el manejo de la Alcaldía quiteña, increpando al Alcalde encargado, Jorge Albán, a que “se ofrezca disculpas” a los perjudicados por el cobre excesivo de impuestos prediales, peajes de acceso a Quito y multas por mal parqueo que “ni en París son tan altas”, como concluyó el Presidente Correa. Situación que dejó al descubierto que existen problemas de gestión al interior de la dependencia municipal. 

Con anterioridad, el Primer Mandatario ecuatoriano, consultado por su participación como supuesto responsable de la campaña política a la reelección del cargo de Alcalde de Quito de Augusto Barrera, el Presidente había respondido que “Bueno fuera ser el director de dicha campaña”, pero que en este caso la responsabilidad es del asambleísta Virgilio Hernández. Sin embargo, en honor a la justicia, aún no se mencionan a los verdaderos responsables de las estrategias y gestión políticas aplicadas que llevaron hasta este trance al Alcalde Augusto Barrera.

Los gestos de realismo político y honestidad del Presidente son, sin duda, la parte loable de este enrarecido clima que prima en las huestes de la revolución ciudadana, sobre todo en la capital, cuya incertidumbre prevalece a pocas horas de las elecciones del próximo domingo 23. Lo que sí se sabe es que el 80.24% de los entrevistados en encuestas ya decidió por quien votar y solo un 18.88% aun no lo hace, según encuesta on line de la empresa Cedatos ; a diferencia de otros procesos electorales, en que la cifra de “indecisos” superaba el 30% en la última semana de la campaña.  

La ingobernabilidad

¿Qué quiso decir el Presidente Correa al describir un clima de ingobernabilidad? El mandatario afirmó: “Entonces empezaría un periodo muy serio de ingobernabilidad, no sé si desestabilización, porque tenemos un gran apoyo popular, pero eso puede cambiar de la noche a la mañana con una buena mentira de los medios”. Esta visión presidencial no deja de ser premonitoria, puesto que es fácil colegir que las relaciones entre la Alcaldía capitalina y el Gobierno central entrarían en franco deterioro en desmedro de obras quiteñas en ejecución que convertiría a la capital ecuatoriana en el escenario de enfrentamientos irreconciliables entre los partidarios del proceso revolucionario ciudadano y sus detractores. 

Esa situación es absolutamente real y posible; y es, justamente, el clima que quiere crear la derecha política ecuatoriana. Esa fórmula funcionó en otros procesos revolucionarios: Chile 1973, y ahora en Venezuela, países en donde la oposición reaccionaria, la derecha política desplazada del poder, crea las condiciones legales e ilegales de desestabilización política para poner fin a los procesos de cambio social. Al cabo de siete años de gobernanza revolucionaria en Ecuador, por primera vez se abre una posibilidad de que aquello ocurra: un proceso de “ingobernabilidad” en la perspectiva de transformarlo en una situación de inestabilidad política, con riesgo del proceso de cambio social y de la propia democracia.

La revolución ciudadana debe retomar la iniciativa política y poner en la agenda los grandes temas nacionales que han quedado de lado: la obra pública, sin precedentes, que debe continuar cambiando la faz al país -incluida la municipal-, la nueva era petrolera y sus recursos necesarios para el desarrollo nacional, el cambio de matriz productiva con aprovechamiento de nuevos recursos humanos, la profundización de la democracia, la sociedad del conocimiento que se dijo está en marcha con participación de la juventud, entre otros temas de urgente interés nacional. Es decir, temas que, por ejemplo, debieron formar parte del discurso electoral como una elemental estrategia de comunicación que brilló por su ausencia.

La historia no transcurre por saltos bruscos, sino a través de procesos naturales de cambio que, cuando se tiene la capacidad de avizorarlos con objetividad, son absolutamente gobernables. Es la hora de la madurez que permita mirar con realismo lo que sucede en el país y, en particular, en Quito. Esa madurez debe surgir de la visión del liderazgo que hoy conduce a la nación ecuatoriana. La estatura de un líder se la coteja contra la dimensión de las crisis. La historia enseña cuando se quiere aprender de ella con serena madurez.

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