Por Leonardo Parrini
La creación literaria es en sí
misma un acto lúdico, por su tentativa de reordenar la realidad. Si esta afirmación
tiene visos de verdad, Julio Cortázar es el más juguetón de los novelistas contemporáneos,
entiéndase de los dos últimos tercios del siglo XX. Cortázar, a través de su
obra, reordenó la realidad en sentido laberíntico, sinuoso, prueba de ello es
su célebre novela Rayuela, libro-juego
que acaba de cumplir 50 años de existencia desde que fuera publicado el 28 de
junio de 1963.
Rayuela es, a la postre, la novela
que irrumpe inaugurando el llamado Boom
literario latinoamericano de los años sesenta del que Cortázar renegará en más
de una oportunidad, por considerar que él no forma parte de esa disrrupción de
las letras sudamericanas. Julio Cortázar con la obra Rayuela se perfila como autor de una contranovela –así la llamó- que
“rompió todos los estereotipos y
fronteras al mostrar todas las posibilidades de la exposición narrativa”, según
la crítica. Un ejercicio que sugiere la “negación
de la cotidianidad, para poder abrirse a otras realidades”, en que
situaciones absurdas son asumidas con ligereza y lo trágico es visto con
sentido del humor.
Y esa ruptura tiene que ver
esencialmente con el sentido del juego que propuso Rayuela, tanto en la trama cuanto en la estructura narrativa. La novela cuenta la historia de Horacio Oliveira y su
relación con Lucía, la Maga, en un texto que se puede leer en dos o
tres órdenes diferentes. Rayuela está escrita en un collage de 155 capítulos distribuidos en dos partes, la Del lado de allá y la Del Lado de acá, unidas siamésamente por
un hilo conductor que sigue la ruta de la libertad estilística y el sentido del humor que
llena de vida las páginas de esta novela experimental. Un
tercer fragmento es el De otros lados, que
agrupa complementos propios de la cotidianeidad de
Morelli, el viejo escritor alter ego de Cortázar.
¿Encontraría a la Maga? Es la interrogante que inicia
el periplo parisino de los protagonistas por “fragmentos de la
novela que llevan al viajero por lugares tan emblemáticos como el Pont Neuf,
donde se despiden Horacio y la Maga; la rue de la Huchette, uno de los lugares
asociados con las especulaciones metafísicas de Horacio Oliveira, o la rue
Daval, donde el azar prepara un encuentro a la pareja”.
Libre sinuosidad, giros
inesperados y dosis de humor ¿qué otros ingredientes necesita Rayuela para ser el
más profundo e intenso juego de Cortázar? Ninguno, puesto que en su esparcimiento lúdico engendra al protagonista,
Horacio Oliveira, con todas las opciones a su disposición de descubrir aquel
Paris intrincado en recovecos. Metáfora de la búsqueda del sentido de vivir e itinerario
del propio autor, en la urbe parisina. Ciudad a la que Cortázar amó y tiene para él rasgos de mujer, como todas las demás ciudades que asumió con esa personalísima relación
suya de sensualidad con lo urbano: "Mi
relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer.”
A medio siglo de su aparición,
Rayuela se proyecta en el tiempo como
un texto paradigmático en el meollo creativo literario, con la condición de ser el pasadizo de ingreso desde la realidad a la fantasía, sin puertas de doble hoja,
sin tránsitos interrumpidos a mitad de camino para alcanzar “el cielo”, como
en un juego de rayuela.
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